El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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martes, julio 06, 2010

La vida obrera en Asturias

Días pasados se reunieron en un patio enorme de Sama de Langreo sobre 2.000 mineros para pedir el abaratamiento de las subsistencias.

Muy elocuente y sustanciosamente les hablaron Vigil, Teodomiro Menéndez, el doctor Pico -una excelente adquisición de los socialistas- y Varela, el organizador ciego, ciego con más vista que muchos linces.

Hay en el valle de Langreo sobre 6.000 mineros, de ellos 400 mujeres y tal vez igual número de niños (guajes).

Ganan: los picadores (trabajan a destajo), 5 pesetas; los mineros empleados en el transporte, carga, etcétera, de 3,50 a 4; las mujeres, de 1,50 a 1,75, y los niños, lo que se llama niños, de 1,25 a 1,50.

Trabajan de diez horas a diez horas y media, y para las mujeres ocupadas en los lavaderos algunas veces se prolonga la jornada hasta las doce de la noche, cobrando medio día más.

Muchos de estos operarios viven a dos y tres kilómetros de las minas.

Cuestan las materias alimenticias de mayor consumo: pan, 40 céntimos el kilogramo; alubias, 65; patatas, 22; carne (clase ínfima), 2,25.

Una habitación con cuatro departamentos cuesta de 15 a 17,50 pesetas, y el kilogramo de jabón, 0,80. El jabón, por la índole de la profesión, es artículo de enorme consumo.

Para que se advierta el desequilibrio que hay entre el jornal y la vida, casi no hay que añadir ni un solo razonamiento. Con todo, bueno será establecer comparaciones.

Los días laborables, en épocas de relativa abundancia de trabajo, son 285. Supongamos que durante todos ellos trabajan el padre, la madre y un niño, y que la familia consta sólo de cinco miembros -todos saben que en Asturias la composición normal de ella es mayor.

En estas condiciones, ganan al año:

El padre 1.140 pesetas

La mujer 518

El niño 388

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Total 2.046 pesetas

Para una vida soportable -muy relativamente soportable desde el punto de vista exclusivamente fisiológico- necesita gastar la familia:

En pan 277 pesetas.

En leche 146

En legumbres secas 650

En patatas 803

En carne 245

En tocino 45

En jabón 41

En casa 180
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Total 2.387 pesetas.

Y faltan la ropa y calzado y carbón, y las cosas necesarias para adobar los alimentos, y luz, etcétera.

Es decir, trabajando sin descanso en una faena horrible y peligrosa, que la civilización borrará del cuadro de la actividad humana, una familia de mineros langreanos cierra su presupuesto anual con un déficit de 500 pesetas menos.

La industria del hierro ocupa en La Felguera a unos 2.000 operarios, que ganan al día por término medio:

Varones adultos 3,75 pesetas

Hembras 2,25

Niños 1,25

O sea, al año:

Varón adulto 1.069 pesetas

Hembra 532

Niño 336

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Total 1.937 pesetas.

Y para una familia obrera industrial, el déficit doméstico en el valle de Langreo pasa de 600 pesetas.

Como el lector ve, los términos del problema se expusieron del modo más favorable, porque con relación al total de mineros la población activa se divide como sigue:

Varones 78 por 100.

Niños 15

Mujeres 7

Y las proporciones de los obreros del hierro vienen a ser parecidas.

Lo cual supone que si puede haber, y hay, familias con dos obreros adultos, hay también bastantes en las que sólo trabaja el jefe de ella, y así nuestro presupuesto-tipo se cierra con mayor déficit.

Los oradores del domingo expusieron las causas del mal, indicaron algunos de sus remedios, posibles sólo para el Estado, y pidieron al municipio lo único que puede hacer: vigilancia, para que a lo elevado del precio no se una la defraudación en la cantidad y la calidad.

Me consta que en lo posible se verán atendidos los reclamantes; pero ¿qué significan el repeso del pan y su decomiso y entrega directa a los necesitados? ¿Qué la vigilancia para evitar falsificaciones dañosas a la salud y la destrucción de los víveres en mal estado?

Tales medidas -únicas al alcance del Ayuntamiento de Langreo- ni aun de paliativos merecen el nombre.

Y hablando de este asunto, hablando de la reunión del domingo, debo hacer resaltar algo que no vi en reuniones análogas de Madrid, y es la presencia en el acto de muchas mujeres, que asentían con más viveza y hasta podría decir que con más saña que los hombres a ciertas afirmaciones.

Aplaudían éstos la parte política de los discursos, aquellos párrafos en que se les concitaba a la organización y a la acción, aquellos trozos en que se censuraba la conducta de los gobernantes y de los partidos, las frases vivamente revolucionarias.

Las mujeres callaban; pero cuando el orador ponía el dedo en la llaga -y en este caso la llaga es síntoma de un mal más hondo-, cuando alguien dejaba el tono grandilocuente y descendía al canto llano de los precios y de los afanes y cuidados y aun desesperaciones que ellos suponen para los administradores de la hacienda doméstica, los administradores no aplaudían, pero sí asentían, y sobre todo comentaban de oreja a oreja.

No es el problema del valle de Langreo exclusivamente -¡ojalá lo fuera!- ni puede decirse que en él sea más grave que en otros sitios y regiones; con todo, el acto del domingo, cuya justificación está en las cifras apuntadas, es de importancia suma y de mucha trascendencia, en mi sentir, la presencia en él y la aquiescencia de las mujeres, que, siempre y en todas partes, fueron rémora de la acción de los hombres, y en este caso parecen a dos dedos de convertirse en propulsoras de esa acción.

J.J. Morato


Publicado en: Heraldo de Madrid, 22 de junio de 1909.
Fuente: La Nueva España.

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