El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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martes, julio 27, 2010

Cándido y Morala saltan el muro

Gijón fue en los años treinta del siglo XX, hasta la entrada de los franquistas en octubre de 1937, una ciudad anarquista. En contraste con Cataluña o Aragón, en aquellos tiempos vertiginosos de utopía y revolución, en Asturias el marxismo se impuso al anarquismo entre los obreros, excepto en algunos sectores o empresas, como la pesca o Duro-Felguera, y en algunas localidades, como Candás, La Felguera y Gijón.

En la ciudad más poblada de Asturias la Comuna de 1934 se tiñó de los colores rojos y negros de las banderas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la organización obrera mayoritaria, pero los revolucionarios no resistieron mucho por falta de armas. La derrota no diluyó su espíritu libertario y dos años después, durante la guerra civil, Gijón tuvo un alcalde anarquista, una contradicción a la que no escapó la CNT en Asturias, como en toda la España republicana, donde tuvo varios ministros.

La Alcaldía del cenetista Avelino González Mallada fue breve, poco más de un año, pero acometió la más importante remodelación urbanística de la historia de la ciudad. Su mandato fue el de los derribos, nada menos que 115, destinados a eliminar los obstáculos urbanísticos que agobiaban a la ciudad y a ganar espacios abiertos. Así, con esos métodos expeditivos, sólo posibles en tiempos de guerra, aquel alcalde que combatía entre las barricadas derribó otra en el corazón de su ciudad: la de los edificios que la separaban de la playa.

Hasta los franquistas, espantados con los anarquistas, reconocieron la revolución urbanística de Avelino González Mallada y lamentaban que sus tropas no hubieran conquistado Gijón unos meses más tarde para ver caer el martillo de Capua, un derribo que tendría que esperar medio siglo el regreso de las libertades democráticas.

Si González Mallada no hubiera acabado en el exilio, nuestros ojos no tendrían ahora que soportar las aberraciones del muro de San Lorenzo y la bahía gijonesa se parecería más a la de San Sebastián, esa ciudad afrancesada, también bañada por el Cantábrico, pero protegida de los vientos del mal gusto y de la barbarie del ladrillo.

Han pasado setenta años y Gijón ya no es una ciudad anarquista, porque el sueño de un mundo sin Estado, sin Dios y sin patrón ya sólo es un lejano recuerdo, romántico y legendario, como el Ayuntamiento libertario. Pero la Historia es casi una ciencia exacta, con sus causas y sus consecuencias, y sus huellas se van borrando lentamente, como las de las pisadas en la playa batida por la mar.

Gijón es ahora una ciudad burguesa, de clases medias y sector servicios mayoritario, con la clase obrera batiéndose en retirada, porque tiene cumplidos sus objetivos. Pero aún mantiene focos de resistencia obrera y de lucha proletaria. Ha desaparecido prácticamente la CNT, devorada por la Historia y por las luchas intestinas, pero su alma anima en la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI), sindicato obrerista y autogestionario surgido de una escisión de Comisiones Obreras (CC OO). Cándido González Carnero y Juan Manuel Martínez Morala posiblemente no reparen en ello, pero son los sucesores de aquellos líderes anarquistas gijoneses, como Avelino González Mallada, Avelino González Entrialgo o José María Martínez. Tienen prestigio y autoridad entre sus compañeros, porque nunca se han distanciado de ellos, y se han negado a colgar el mono. Nunca estuvieron liberados, pleitearon contra la prejubilación forzosa; y en esto Cándido demostró una tozudez asombrosa, porque siendo secretario general de CSI nunca dejó de trabajar en Naval Gijón: se levantaba a las cinco de la mañana para ir al astillero y por la tarde prolongaba la jornada en el sindicato hasta el anochecer.

Asturias fue vanguardia en el movimiento obrero y cuna de sindicalistas luchadores y generosos, que afortunadamente no han desaparecido; pero el sindicalismo oficial de los sindicatos mayoritarios se ha burocratizado y ha dejado paso a prácticas que poco tienen de obreristas y mucho de clientelares. El sindicato se ha convertido en una agencia de servicios para el cotizante, que se afilia por intereses individuales, no precisamente solidarios, y siempre tiene razón, aunque pise al compañero y no esté sobrado de ella. O simplemente para no trabajar, ascender laboralmente o conseguir prebendas y beneficios.

Hay tanta corrupción sindical como política, pero ésta de los centros de trabajo de las grandes empresas, donde se ejerce el poder sindical, resulta más deprimente, porque es consecuencia directa de la complicidad o la pasividad de los trabajadores. Aunque, siendo pragmáticos, mejor este sindicalismo tan poco edificante que su ausencia, porque donde no hay sindicatos la indefensión o la abierta explotación de los trabajadores es mucho más intolerable.

Con este panorama, las prácticas y los valores sindicales de Cándido y Morala son una peligrosa excepción en el sistema. Estorban al poder, pero también a la izquierda oficial y al sindicalismo burocrático.

No hay ninguna sorpresa con su encarcelamiento, porque la justicia es caprichosa, subjetiva y previsible. Desde que supimos quiénes les iban a juzgar, todos sabíamos cómo serían las sentencias. El juez Lino Mayo, del Juzgado de lo penal número 1 de Gijón, duro e implacable, los condenó a tres años de cárcel y al pago de 5.624 euros, acusándoles de destrozar el cajetín de un equipo de grabación que vigilaba las movilizaciones de los obreros de Naval Gijón. La juez del Juzgado de lo penal número 2 de la misma ciudad, Rosario González Hevia, la más «progre» de Asturias, ahora amenazada con la expulsión de la carrera judicial, los absolvió de la quema de un coche abandonado. Cándido y Morala niegan ambas acusaciones y aseguran que su único delito es participar y encabezar las movilizaciones de sus compañeros.

Tampoco sorprende que el delegado del Gobierno los envíe a la cárcel por terroristas y pida después un indulto, aunque suene a chiste. Ni la alcaldesa de Gijón indignándose con los que critican la responsabilidad del Ayuntamiento en este caso, pero no con la decisión de enviar a dos obreros a prisión precisamente el día de su toma de posesión.

Se trata de dar una lección. Este Estado soporta cada día peor la disidencia. No sé si Cándido y Morala aciertan cuando denuncian que son condenados «para acallar las voces críticas en los astilleros y así poder cerrarlos y construir viviendas de lujo». Probablemente.

De lo que no hay duda es del intento de encarcelar con ellos a la rebeldía, un peligro que se contagia en libertad y un viento fresco en retirada en las sociedades modernas y satisfechas.

Cándido y Morala, los obreros que inspiraron la película «Los lunes al sol», de Fernando León, pasean su dignidad por las celdas de la cárcel de Villabona y se niegan a solicitar un indulto porque saben que los indultará la Historia, como al alcalde anarquista Avelino González Mallada, el de los derribos del Muro. Tirar edificios es fácil. Lo difícil es derribar el muro infranqueable de la arbitrariedad del Estado.

Xuan Cándano


Publicado en: La Nueva España, 30 de junio de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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