El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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miércoles, julio 29, 2009

Duro Felguera contra el Capital, por la Autonomía Obrera

El proceder de la empresa, de las instituciones y de los sindicatos oficiales se repite en este caso, ce por be, como se había producido en cientos de miles de casos anteriores, y como se repetirá en cientos de miles de casos futuros. Ya son, por tanto, bastante extensas las experiencias de lucha que el movimiento obrero ha acumulado en su larga historia para poder comprender la dimensión total del problema de los 232 despedidos y de la crisis de Duro Felguera.

Compañeros:

La resistencia de los trabajadores de Duro es la defensa de la dignidad proletaria contra los designios arbitrarios del capital, que en su lógica de barbarie no duda en pasar por encima de las cabezas de quien sea con tal de imponer sus decisiones.

La oposición tenaz y admirable a los despidos y al desmantelamiento de DF significa no aceptar convertirse en una simple mercancía, en un simple juguete que se pueda comprar y luego, cuando no hace falta, deshacerse de él sin ninguna complicación.

El discurso de los patronos siempre intenta achacar a los trabajadores todas las causas de los malestares y problemas que se padecen, sin embargo nosotros sabemos que son ellos los que provocan las crisis, los que después de explotarnos y darnos solamente unas sucias migajas de los abundantes beneficios que ellos despilfarran, cuando las cosas no les son tan rentables nos ponen de patitas en la calle, y no es que haya ganas de sufrir trabajando para que los patronos se lleven las mejores partes, simplemente se rechaza algo de por sí ya peor que la explotación: la marginación y el paro.

Compañeros:

El ejemplo de DF, donde los trabajadores han reclamado siempre su autonomía para decidir por ellos mismos sin delegar el poder de decisión en manos extrañas y ajenas a sus intereses, es aplicable para todo el movimiento obrero, capturado por unos sindicatos institucionalizados, pactistas, que transigen una y otra vez con las órdenes del gobierno y patronal. Los sindicatos oficiales y sus cúpulas se han convertido en quistes para la defensa de los intereses de los trabajadores, no sólo porque hayan renunciado a luchar por un cambio social profundo y se identifiquen con la lógica capitalista, sino porque ya no sirven ni para defender el mínimo derecho que toda persona tiene a SOBREVIVIR.

La autoorganización de los propios trabajadores en lucha y la asamblea como único referente es condición indispensable para garantizar la unidad y la fuerza frente a las agresiones de la patronal y los burócratas sindicales.

La lucha de los trabajadores de DF es la lucha de todos aquellos que rechazamos esta sociedad capitalista basada en la mercantilización de todos los aspectos de la vida cotidiana, donde todo se supedita a los intereses del poder económico sin que en nada cuenten los deseos y necesidades de las personas, por ello es necesario el apoyo y la participación activa en todas las movilizaciones y acciones que se realicen sean cuales sean y donde quiera que sean.

Grupo Autónomo “Puig Antich”


[Publicado como panfleto, 1994]
Recopilado en: Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005). Llar Editorial / Klinamen, 2006.
Fuente: Editorial Klinamen.

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Entrevista a Juan Manuel Martínez Morala

Juan Manuel Martínez Morala, veterano dirigente sindical de 51 años, y uno de los principales agitadores durante las reincidentes protestas del sector naval, fue elegido el domingo secretario general de la CSI. Su candidatura logró el respaldo de unos 90 de los aproximadamente 200 delegados del sindicato. Morala plantea la denuncia, movilización y resistencia desde las barricadas frente al desmantelamiento industrial a que se enfrenta Asturias y dice que la CSI lo hará como una «alternativa frente al sindicalismo que vive de las subvenciones, para mantener su independencia y defender los intereses de los trabajadores».

—¿Qué cambia tras el congreso?

—En el congreso valoramos la situación de Asturias y nos autocriticamos, hicimos un balance de cómo el sindicato, al igual que la clase política y el resto de los sindicatos no estamos haciendo nada frente al desmantelamiento industrial de Asturias. Esperamos que en estos cuatro años la CSI vuelva a ser lo que fue, el sindicato de movilización, de lucha y de pelea. En la época de Cándido González Carnero no había esta situación que se está dando ahora, en la que están amenazadas muchas empresas y los pequeños talleres están vacíos de obra.

—¿Qué empresas?

—Arcelor, porque quieren reducir 1.700 empleos; los dos astilleros, que tienen una incidencia muy importante en los pequeños talleres de Gijón y de Asturias, Du Pont, Obrerol, Porcelanas Gijón, que está rescindiendo contratos; Suzuki, Teletech, Hunosa y la minería privada; ya vemos cómo está La Camocha y las minas de Cangas del Narcea y Tineo. Además de multitud de pequeñas empresas, como subcontratas de la construcción que por impagos están cerrando.

—La solución que se da en muchas ocasiones son las prejubilaciones.

—En Asturias hay muchísimos trabajadores que si prevén que el método para conseguir su jubilación es el cierre de su empresa, pues incluso aplauden. Eso es una insolidaridad total con la juventud y con quienes no tienen trabajo. No piensan que si los anteriores que hubieran estado en la empresa se hubieran prejubilado y hubiese cerrado ellos mismos ahora no tendrían esa posibilidad.

—¿Qué medidas va a tomar su sindicato?

—La clase política asturiana no nos la merecemos. La situación que tenemos demuestra una incapacidad de los políticos para llevar las riendas de Asturias. También de los sindicatos. Esto no puede quedar así, porque si no Asturias va a quedar reducida a una autonomía y paraíso natural de prejubilados y osos. Tendríamos que hacer como los de la «marcha verde», que salen a la calle a manifestarse. Igualmente en el conjunto de Asturias habría que empezar a manifestarse para exigir a los Gobiernos autonómico y central que en vez de hablar de planes de reindustrialización se haga un plan de emergencia para conservar la industria que tenemos. Y a partir de ahí hablar de reindustrialización. Cómo pueden hablar del Pacto Institucional por el Empleo y no sé qué, y resulta que Arcelor anuncia 1.700 jubilaciones. Andar engañando a la gente con la reindustrialización cuando lo que se está haciendo son reducciones de plantilla y cerrando empresas no es el camino. Tiene que haber una reacción colectiva que frene esta situación, porque lo único que quieren es que Asturias se jubile; cerrarla por jubilación.

M.C.


Publicado en: La Nueva España, 26 de mayo de 2004.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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viernes, julio 24, 2009

Resistencia política y conflictividá llaboral na Asturies de posguerra

1. REPRESIÓN GUBERNAMENTAL Y VIOLENCIA INSTITUCIONAL

LA TRAYEUTORIA DEL FRANQUISMU CONFIRMÓ DAFECHU UN DE LOS oxetivos básicos de lo solevaos en 1936: la neutralización del movimientu obreru organizáu y la restitución, col sofitu del Estáu, d’unes rellaciones de producción qu’esaniciarán toles torgues pa l’acumulación de capital. El calter represivu del nuevu réxime, qu’entamó a definise inclusu enantes de qu’españara’l conflictu armáu, caltúvose inalteráu hasta la muerte de Franco, anque tres el Plan d’Estabilización introduxéronse dellos retoques d’escasa trescendencia.

El procesu de desarticulación de toles fuerces polítiques, esceutu los posteriormente fusionaos falanxistes y tradicionalistes, anicióse col Bandu de la Xunta de Defensa Nacional del 28 de xunetu de 1936, que declaraba, con dalgún retrasu, l’estáu de guerra. Esti reconocimientu oficial sintonizaba col Bandu emitíu n’Asturies el 21 de xunetu pol coronel Aranda, nel que s’imponíen los preceutos del Códigu de Xusticia Militar, y, poro, la pena de muerte pa los que tuvieren en posesión d’armes, atentaren escontra los institutos armaos y los servicios públicos o promovieren cualesquier iniciativa de fuelga. Decretos complementarios d’agostu del mesmu añu criaron los conseyos de guerra permanentes, de caráuter sumarísimu, y recomendaron a los tribunales rapidez y contundencia (1).

Pa garantizar la exemplaridá y la rapidez, dictáronse nueves disposiciones represives inda enantes de qu’acabara’l conflictu armáu. N’efeutu, la famosa Llei de Responsabilidaes Polítiques, retroactiva hasta 1934, dexaba en manes de les nueves autoridaes a tolos que tuvieren collaborao en dalguna de les organizaciones ensertaes nel Frente Popular, que quedaben espresamente prohibíes. Unes feches enantes, la Llei del 10 de xineru de 1937, criara una comisión central pa facese cargu del patrimonio de les entidaes proscrites. A tenor del resultáu electoral de febreru de 1936, más de media España quedaba a la suerte de lo que dispunxeren los solevaos (2).

La eliminación de la pluralidá política y la persecución represiva de los disidentes nun respondía a la emerxencia transitoria d’un fechu esceicional comu l’enfrentamientu armáu, sinón que formaba parte de les bases de cimentación del sistema políticu que defendían los qu’a la postre resultaron ganadores. Asina, los instrumentos xurídicos de represión quedaron definitivamente apuntalaos con una nueva Llei de Responsabilidaes Polítiques, del 19 de febreru de 1942, la Llei de 1 de marzo de 1940 de Represión de la Masonería y el Comunismu (formándose un xulgáu especial, en cada rexón militar, cola Llei de 15 de payares de 1943), la Llei de Seguridá del Estáu de 29 de marzo de 1941, y les lleis de 2 de marzo de 1943 y 18 d’abril de 1947 no que cinca a los llamaos delitos de bandidaxe y terrorismu. Nel Códigu de Xusticia Militar del 17 de xunetu de 1945, entós, ratificábase nel ámbitu de la xurisdicción militar a tolos conflictos que tuvieren un calter políticu y social.

Anque fueron munchos los asturianos que se vieron afeutaos por estes midíes, nun s’escosa equí la estratexa represiva de les nueves autoridaes. N’efeutu, nun foi menor la incidencia, a lo menos nos primeros años, de la represión irregular protagonizada por aquellos que, ayenos a sutileces de procedimientu, s’involucraron con entusiasmu na eliminación física de los adversarios ideolóxicos. Esta participación tuvo nidiamente estimulada por unes autoridaes que busquen l’afitamientu d’una bayurosa base social que conectara la so propia seguridá personal cola permanencia del réxime políticu que surdiera tres la guerra civil. Pola mor d’esto, proporcionóse-yos total impunidá llegal, al negar la consideración delictiva a toles aniciatives que se perpetraren por afinidá colos principios del Movimientu Nacional (3).

Nun somos a determinar el númberu d’asturianos que se vieron afeutaos pola violencia física de los vencedores, pero ca nueva investigación fai medrar les cifres manexaes na anterior. Polos testimonios y memories de Paulino Rodríguez Iglesias, Mario Morán, Nicanor Rozada, Antonio Rodríguez Zapico, Elio José Canteli, Juan Noya Gil y Antonio López Oliveros, disponemos d’averamientos sinceros y emotivos pero parciales y, lóxicamente, demasiao apasionaos (4). A falta d’un analís definitivu, podemos aventurar que, dende’l final de la guerra n’Asturies hasta 1952, non menos de 10.000 persones foron víctimes direutes de represalies polítiques. Pel Rexistru Civil d’Uviéu, espublizáu y estudiáu, sabemos que s’executaron na capital del Principáu 1.339 persones, y nos llibros de defunciones de los xulgaos municipales d’Ayer, Mieres, Llangréu, Samartín del Rei Aurelio y Llaviana apaecen 859 inscripciones nes que nun hai dulda de les circunstancies de la muerte. Con estes dos fontes segures, desbórdense los topes de víctimes de represión franquista marcaos por Salas Larrazábal pa toa Asturies (5).

Al marxe de la polémica sobre unes cifres que, pola mor de la magnitú de los “paseos” y les execuciones irregulares, nun van terminar nunca d’aquilatase, podemos precisar que la represión concentróse so los trabayadores manuales, especialmente mineros, metalúrxicos ya inclusu llabradores, pero foi menguando rápidamente n’otros sectores llaborales comu profesionales lliberales, emplegaos, militares, etc., hasta resultar práuticamente insignificante ente les files de la burguesía provincial (6).

Sin embargu, mayor unanimidá esiste na determinación de los protagonistes direutos de la represión. Xunta les tropes convencionales del Exércitu y la Guardia Civil que, con matices, aplicaron la llexislación vixente, operaron con mayor impunidá los tabores de regulares, les banderes de falanxe, comu les tristemente célebres 1ª de Valladolid y 1ª de Lugo y, finalmente, un numberosu grupu de falanxistes locales y civiles que, organizaos comu milicies de segunda llínia, cebaron les files de la “contrapartida” o “brigadilla”. Toos estos grupos, polo menos hasta 1952, gozaron del sofitu esplícitu de les autoridaes polítiques y llaborales pa persiguir a los disidentes políticos ya inclusu, a tenor de lo dispuesto nel Decretu de 26 de febreru de 1940, ampliáu y ratificáu pola Llei del 31 d’avientu de 1945, foron económicamente compensaos los sos familiares con pensiones vitalicies cuando finaron “n’aición de guerra xuníos a fuerces del Exércitu ensin tar forzosamente movilizaos nin filiaos comu voluntarios” (7).

Pero l’acosu a los derrotaos alquirió la forma d’un complexu poliedru qu’afeutó a toles facetes de la esistencia, ensin agotase na eliminación física. Nesti sen, la urxente necesidá de restituyir y fortalecer l’aparatu productivu, y, polo tanto les tases de beneficiu, actuó como un elementu disuasoriu de primer orde. Poro, el tiru na nuca foi dexando pasu a formes más sutiles y remuneradores de control coercitivu y disciplinamientu comu la represión llaboral. El principal propósitu declaráu nesti tarrén nun yera otru que la “superación de la llucha de clases” col esaniciamientu del principal preséu de presión obrera: la fuelga. Ésta facíase innecesaria pola asunción del nuevu réxime de toles esmoliciones obreres enantes inclusu de que les formularen, por acio de la promulgación de reglamentos llaborales d’obligáu cumplimientu.

Con too, y por si dalgún coleutivu nun acababa de confiar na aición tutelar del Estáu, amestáronse les declaraciones d’intenciones con preceutos xurídicos poco ambiguos. Primeramente, na Declaración IX del Fueru del Trabayu del 9 de marzu de 1938 tipificóse la fuelga comu delitu de “lesa patria”. Col mesmu tenor, y non menor contundencia, la Llei Especial de Represión de la Masonería y el Comunismu y la Llei de Seguridá del Estáu, nun descartaron nin la másima pena pa los promotores de fuelgues, porque, comu la Llei de Rebelión Militar del 2 de marzu de 1943 codificaba, los animadores d’altercaos llaborales diben ser “consideraos reos del delitu de rebelión militar”. Finalmente, l’artículu 222 del Códigu Penal de 1944 ratificaba la consideración de reos de sedición a los qu’interrumpieran voluntariamente’l trabayu (8).

Al marxe de la normativa xeneral, los sectores que, comu la minería, merecieron la consideración d’estratéxicos, sometiéronse dende marzu de 1938 al Reglamentu de Militarización d’Industries. Con esta midida treslladábase a l’autoridá militar, concretamente a la Xefatura de Fabricación d’Asturies, la determinación de les rellaciones llaborales, marxinando a los propietarios de les empreses a les decisiones meramente téuniques. Poro, la estructura xerárquica militar aplicóse al ámbitu llaboral: xefes de mines y direutores asimiláronse al empléu de capitanes, los inxenieros de pozu o mina al de tenientes, los capataces filiáronse como alféreces, los vixilantes xenerales comu sarxentos, col grau de cabos homologáronse vixilantes d’esplotación y guardias xuraos y, finalmente, los mineros clasificáronse comu clase de tropa. Toos, consideraos comu soldaos en files, teníen d’axustase al Códigu de Xusticia Militar y actuar con arreglu a les pautes propies de la vida castrense. Dábase-yos, n’efeutu, un brazalete colos distintivos específicos del arma al que pertenecíen, quedaben obligaos a formar enantes d’entrar al trabayu y teníen de reconocer al superior con saludu militar. Amás, poníase nel so conocimientu que l’abandonu del trabayu yera equiparable a la deserción, el menor incidente con un superior podía ser tipificáu comu insubordinación o que cualisquier altercáu podía considerase, a tolos efeutos y con toles consecuencies, comu rebelión militar (9).

Estes disposiciones completábense con un control permanente y una vixilancia darréu de los trabayadores, especialmente de los que más tuvieren destacao nes organizaciones sindicales y polítiques prohibíes. A éstos humillábenlos davezu, obligaos a realizar les xeres más abegoses, aquelles que conteníen un peligru mayor y, amás, zarrábase-yos el pasu a cualisquier posibilidá de promoción llaboral (10).

Con too, inda sufrieron un tratu más vexatoriu aquellos presos que se vieron obligaos a acoyese al Plan pa la Redención de la Pena pol Trabayu, puestu en marcha pol Serviciu Nacional de Prisiones a partir de la Orde del Ministeriu de Xusticia del 28 de mayu de 1937. N’Asturies habilitóse una colonia penitenciaria pa la realización d’un túnel en Tudela Veguín, pero foi na minería, mui necesitada de personal especializao, onde s’emplegó masivamente’l trabayu de los presos: en El Fondón, María Luisa, El Sotón, San Mamés, Samuñu y Lieres abriéronse delegaciones carcelaries pa la redención de la pena pol trabayu (11).

Nestos destacamentos penales, los presos vivíen en barracones y taben custodiaos pola Guardia Civil o la Policía Armada tanto nes citaes dependencies comu nel davezu curtiu desplazamientu hasta’l centru trabayu. Nel interior de la mina recibíen un tratu especialmente discriminatoriu , utilizándolos pola fuerza pa tou tipu de continxencies. A cambiu recibíen una escasísima remuneración económica, destinada a amenorgar les llaceries de les sos families, y la condonación d’un día de pena por cada xornada de trabayu. Con esto, combinábense dos pegollos básicos del réxime: l’aplicación d’un severu castigu a la población llaboral y la neutralización de los controles a un amontonamientu aceleráu de capital (12).

Pa finar, hai que reparar n’otres formes de represión comu les vexaciones permanentes que sufrieron los derrotaos y los sos familiares, los abusos sexuales exercíos so les muyeres que podíen tener dalguna rellación con presos, fugaos o esiliaos, la permanente estorsión económica que sufríen los consideraos comu enemigos, les compensaciones materiales que se desixíen pol codiciáu aval de falanxe, les postulaciones obligatories que se promovíen colos más estremaos motivos, los rexistros domiciliarios ensin previu avisu nin autorización, el control de la correspondencia, la vixilancia de los desplazamientos y, a la postre, la xeneral rebaxa de drechos que sufría una población derrotada que tenía de carecer la opresiva tela de araña d’un sistema políticu diseñáu pal disciplinamientu de los trabayadores y el desaniciu de la diverxencia (13).

2. L'ABEGOSA RECONSTRUICIÓN DE LES ORGANIZACIONES CLANDESTINES

Los socialistes, pesie a que foran mayoría ente los trabayadores asturianos, sufrieron con mayor intensidá l’acosu del sistema, quiciás por nun tener esperiencia en situaciones de clandestinidá. Poco partidarios de cultivar l’heroísmu, prefirieron enantes de que los sos militantes más activos rompieran el cercu represivu, trespasando les llendes peninsulares, que formalizaren contautos pa xenerar instrumentos de resistencia. Con too, les tentatives de fuxida organizaes nos primeros años resultaron con rotundos fracasos (14).

Poro, los socialistes que taben guardaos o caleyando pelos cordales y les xerres d’Asturies preparáronse pa sobrevivir, en condiciones muncho difíciles, colos sos propios medios, dempués d’alvertir les llacerioses secueles que se derivaben del contautu con familiares y collaboradores. La mayor parte los actos de fuerza que protagonizaron xustificáronlos políticamente pola ideoloxía de los damnificaos y económicamente pola necesidá urxente d’agabitar les sos propies necesidaes. Nun ye casualidá qu’unes de les primeres aiciones tuviera empobinada a la paga de la mina San Vicente, ún de los principales activos del SOMA hasta 1936 (15).

Pero, en tou casu, esquivaron la comisión de fechos violentos y emplegaron armes con caráuter esclusivamente defensivu. Al marxe de los atentaos perpetraos nos primeros años, empobinaos escontra destacaos integrantes de les contrapartíes y de la brigadilla, sólo tenemos constancia de dos execuciones: la de Prudencio García Alonso, conocíu comu “El Pantusu” y la de Juan Felechosa Vázquez, popularmente denomáu “El Soperu”. Pola mor d’ello, esaniciaron la vía insurreicional, refugaron la participación d’aniciatives guerrilleres d’altor, caltuvieron un sele contautu col efímeru Comité de Milicies Antifascistes y concentráronse, baxo’l nome de Comité de Monte, na reconstruición del Partíu Socialista y del SOMA según les sos pautes tradicionales. Hasta tal puntu asumieron el protagonismu del testimoniu socialista dementres la década de los cuarenta que, tres la evacuación a Francia en 1948, dexaron a la militancia nuna situación de letargu que tardará munchos años en superar (16).

Coherentemente colos fugaos, los socialistes que dende los pueblos y les ciudaes animaron clandestinamente la organización tuvieron una actitú de prudencia asgaya, cola esperanza d’ufiertar un partíu sólidu y cohesionáu cuandu los aliaos treslladaran la victoria militar al caberu reductu del fascismu n’Europa. Con estos curiaos, y depués d’unos primeros contautos entamaos en 1942, pudieron conformar a l’acabación de la II Guerra Mundial un aparatu políticu que, según José Mata, “funciona con una pujanza tal que puede compararse a muchos de sus pasados tiempos” (17). Preocupaos sobremanera pola solidez de la organización, concentraron la so estratexa nel fortalecimientu de l’Alianza Nacional de Fuerces Democrátiques, una amplia coalición d’oposición al franquismu que pretendía estimular la intervención de los aliaos n’España.

Los comunistes, sin embargu, decantáronse por un frenéticu activismu, pa intentar provocar cola movilización popular una intervención esterior na que nunca terminaron de confiar. Pa ello promovieron la Unión Nacional, un instrumentu de resistencia teóricamente plural que tenía de vertebrar a tolos opositores, especialmente a los que s’alcontraben guardaos o fugaos pel monte. Con esti oxetivu aportaron a Asturies José Urquiola y Antonio García Buendía primero y Casto García Roza después; pero la represión cebóse con ellos d’un xeitu tan implacable qu’alredor de 1946, depués d’una cadena d’aiciones audaces, quedó descartada la posibilidá de caltener una organización clandestina llantada en centros de trabayu, pueblos y ciudaes.

Esta esperiencia impulsó la formación de l’Agrupación Guerrillera d’Asturies. Depués de fracasar l’aniciativa d’invasión pel valle d’Arán, la direición del PCE venía optando pola introducción gradual de partíes de combatientes formaos nos “chantiers” (18). Ellos introduxeron les táutiques del “maquis” francés, contrastaes na resistencia al nazismu, que foron mui bien recibíes polos xóvenes que, pol so abiertu activismu, pasaran a reforzar el continxente de fugaos que caleyaba pelos montes asturianos dende 1937. Poro, organizáronse militarmente, ocupando la xefatura primero Agustín del Campo, qu’aporta a Constantino Zapico, popularmente conocíu comu Bóger o Constante de la Pallega y, finalmente, Manuel Díaz González, que se fixo famosu col nomatu de Caxigal, n’alusión al caseríu cerca d’El Condáu, del que procedíen los sos padres.

Les tres brigaes que se formaron impulsaron, con métodos violentos y espeditivos, un verdaderu activismu hasta qu’en xineru de 1948 sufrieron un rudu varapalu cola cayida nuna emboscada metódicamente preparada polos servicios especiales de la Guardia Civil. La coincidencia d’esta redada col abandonu del PCE de la vía insurreicional, implicó la dramática conclusión d’una esperiencia guerrillera qu’ente 1948 y 1952 finó definitivamente ente un acosu policial pal que, ensin sofitos y nun clima de gran enraxonamientu, acabaron resultando un “xuguete rotu”.

Los llibertarios, pel so llau, sufrieron con mayor dureza la eficacia del aparatu represivu, anque tuvieron unos entamos esperanzadores: en 1942 ya se constituyera’l Comité Rexonal d’Asturies de la CNT, con conesiones en Xixón, La Felguera, Mieres, Uviéu y Avilés (19). Na estaya táutica, sintonizaben cola actitú non belixerante de los socialistes, polo que s’afayaron bien na ANFD, una iniciativa que s’axustaba bono a les tradiciones aliancistes de la CNT asturiana. Con too, les sucesives redaes sufríes ente 1947 y 1949 esaniciaron praúticamente la organización n’Asturies, hipotecando inclusu la so capacidá de reproducción posterior, como quedó demostrao (20).

3. LA REMPUESTA OBRERA

Con estes condiciones oxetives y suxetives, filvanaes al truma reciente de la guerra civil, poques espectatives s’abríen a una rempuesta obrera sistemática y organizada. La mera supervivencia convirtióse nel principal oxetivu d’unos trabayadores que roceaben cautelosos de cualisquier actu de resistencia colectiva. El descontentu espeyóse meyor nos comportamientos individuales que nes aniciatives promovíes xuntamente por un grupu de trabayadores, a lo menos dementres la década de los cuarenta. N’ocasiones, y nuna magnitú desvelada anguañu por Carmen Benito del Pozo, optaron polos calces llegales, treslladando a la Maxistratura de Trabayu toles desavenencies que’l Sindicatu Vertical se sentía incapaz de respaldar y los empresarios se negaben a asumir. Les reclamaciones por salarios y despidos, xunta les promovíes por accidentes llaborales y el reconocimientu d’enfermedaes profesionales, foron les más corrientes ente los mineros, los metalúrxicos y los trabayadores de la construcción na primera década del franquismu (21).

Otres formes de protesta, peor estudiaes pesie a la so alta incidencia, espresáronse al marxe de los calces llantaos pol réxime p’absorver la conflictividá individual, única almitida. Per estos años, detéctase nes mines, fábriques y centros de trabayu un aumentu importante de la desidia llaboral, sopelexada nuna mayor galbana nel cumplimientu d’unes xeres que s’executaben con desinterés y apatía. Esta falta motivación manifiéstase en dos indicadores: el mayor aumentu del absentismu llaboral y l’amernogamientu de la productividá. Amás, de la documentación interna de les empreses despriéndese la soterrada tensión na que se desendolquen unes rellaciones llaborales calteníes de mala manera con métodos represivos. Los castigos y despidos por desobediencies y desacatos, chiscaos d’enfrentamientos col superior xerárquicu, conocen nestos años un periodu d’esplendor, tanto n’Asturies como n’otres zones industriales de España (22).

Ye na minería onde, pesie a la militarización del sector, estos comportamientos alquieren una nidia estolaxa de resistencia política, frutu de la intensa ideoloxización d’una población llaboral que mayoritariamente interpretaba al franquismu como un sistema de castigu pa los trabayadores. El desalientu llaboral traducíase nun goteriar permanente d’abandonos que, dende’l Códigu de Xusticia Militar, interpretábense como deserciones. Poro, cada vegada que se detectaba una baxa, la empresa notificábala a la Comisión Militar de Movilización pa que la Guardia Civil llevara pola fuerza al insubordináu al so puestu de trabayu. Sólo los reincidentes sufríen arrestos carcelarios d’ochu, quince o trenta díes, en proporción al númberu d’incomparecencies, reservando pa los más aneciaos el Batallón de Trabayadores. Esta relativa floxura, no que cinca a lo prescrito na xurisdicción militar, desplícase pol interés de patronos y autoridaes de nun alloñar de los testeros a unos trabayadores avezaos, que yera necesario tenelos ehí p’afitar la producción d’un sector estratéxicu y, poro, pa medrar los beneficios (23).

Con criterios asemeyaos tenemos d’interpretar otres actitúes, dalgunes más radicales y peligroses, tendentes a forzar un despidu llaboral pol que n’ocasiones naguaba’l trabayador. Nestos años, n’efeutu, apréciase un aumentu importante nel númberu de mineros arrestaos por ser sorprendíos nel interior de les instalaciones, bien llevando tabacu, cerilles o mecheros, bien fumando, o entregando la lámpara de seguridá en males condiciones. Cónstanos que, non poques veces, l’infractor d’estes normes básiques de seguridá, qu’implicaben un induldable peligru pa los sos propios compañeros, enseñábase ostensiblemente delantre los sos superiores, impidiendo que’l castigu quedara nuna simple amonestación verbal y forzando la so dimensión exemplarizante. Los riesgos qu’esti comportamientu suponía, a los que nun yera ayenu’l trabayador, tienen d’interpretase comu una forma de resistencia, simple, elemental y espontánia si se quier, al marcu de rellaciones llaborales impuestu tres la guerra civil (24).

Agora bien, anque utilizáu con cautela asgaya, el conflictu coleutivu siguió siendo la forma de resistencia más significativa. Dementres la década de los cuarenta menguó de sópitu’l númberu de fuelgues, pero nun se foi a esaniciar dafechu un métodu de presión mui enraigonáu yá ente los obreros, pese a que l’abandonu coleutivu del trabayu taba tipificáu como una actitú sediciosa. Tenemos constancia de desobediencias llaborales promovíes, de xeitu espontániu, inmediata y ensin dengún tipu premeditación, a partir de deficiencies teúniques, averíes o restricciones d’enerxía lléctrica.

Estos desacatos, que de vezu solucionábense con una sanción económica, sólo podíen implicar a los trabayadores direutamente afeutaos, ensin que trescendieran más allá d’un taller, una seición o un relevu. Puen interpretase comu una espresión primaria de la indiferencia y la galbana llaboral. N’otres resmpuestes, pol contrario, alvertimos un rechazu, irregular y descoordináu, pero con cierta ellaboración taútica, a aniciatives gubernamentales perxudiciales pa los trabayadores. N’efeutu, los aumentos forzosos de la xornada llaboral, sobremanera’l promovíu a partir del 6 d’abril de 1940 p’alantre, dieron una rempuesta inmediata de los trabayadores en munchos pozos y mines asturianos. Pesie al acosu represivu, la solidaridá facíase notar nunos trabayadores que, marcaos por una alimentación escasa, miraben roceanos la imposición d’hores suplementaries o cualisquier aumentu de la xornada (25).

Les espeutatives abiertes cola victoria aliada na Segunda Guerra Mundial criaron un clima afayaízu pa una mayor contestación obrera, tanto n’Asturies comu en toa España, siempre que tuviera una motivación estrictamente llaboral. Amás de les quexes coleutives escontra l’aumentu de la xornada, tenemos noticies disperses de protestes escontra la deficiente alimentación a la que nos acabamos de referir. Paez ser que por estos motivos en 1946 produxéronse paros en El Fondón y La Piquera na cuenca del Nalón y dalgunos xareos en Turón y Santuyano. La nidia desnutrición de los trabayadores, reconocida por autoridaes y empresarios, contenía nestos casos a un aparatu represivu que se concentraba sobremanera en detectar el calter políticu de los posibles animadores de los conflictos (26). Al marxe de la minería, polos mesmos motivos y tamién escontra recortes significativos de los sos drechos llaborales, movilizáronse los trabayadores d’otros sectores comu’l ramu’l vidriu o los obreros del puertu de Xixón (27).

Con too, les fuelgues que n’Asturies algamaron mayor dimensión demientres la década de dictadura foron les suscitaes polos accidentes llaborales de llacerioses consecuencies, respondiendo con esto a una tradición que taba sólidamente arraigonada na cultura minera. Yá los primeros enclinos dieron comu resultáu una severísima amonestación del Coronel Xefe d’Orde Públicu que, pola mor d’un bandu, recordó a los mineros que susistía la declaración d’estáu de guerra, que taben militarizaos y, poro, suxetos al Códigu de Xusticia Militar, que nun podíen abandonar el trabayu y que taba dispuestu a “castigar con todo rigor cualquier omisión que se observase en dicho sentido” (28).

Pero declaraciones tan amenaciantes nun foron a amedrentar a unos mineros que nun taben dispuestos a renunciar a un postreru testimoniu de solidaridá colos que morríen nel desempeñu del so trabayu. Asina, el tráxicu derrabe que’l 14 de xunetu de 1949 arrastró a la muerte a 17 trabayadores del pozu María Luisa semó alterie talu que, d’un xeitu descoordináu y ensin conesiones, verificáronse detenciones de l’actividá na mayoría de les instalaciones estractives del valle’l Nalón. Foi tala la magnitú del paru que la Xunta Sindical del Sindicatu Provincial del Combustible pidió la rápida intervención del Delegáu de Trabayu pa evitar una completa paralización de la minería (29).

El conflictu imponíase, a la postre, nos propios centros de trabayu, faciendo oyíos sordos a una llexislación represiva que buscaba’l vellocinu d’oru d’unes rellaciones llaborales ensin confrontación, cola fin de liquidar cualisquier resistencia a l’acumulación capitalista. L’españíu fuelguísticu de los años sesenta pondrá n’evidencia, ensin paliativos, que pa negar la realidá nun ye abondo una guerra.

Ramón García Piñeiro


Publicáu en: VV AA, Al rodiu d’Antón el Chiova. Serviciu de Publicaciones del Principáu d’Asturies, Uviéu, 1994, pp. 19-29. (Traducción de Xulio Vigil Castañón).
Dixitalización: El cielu por asaltu.


NOTES:

(1) Boletín Oficial d’Uviéu, nº165, 21 de xunetu de 1936. En Represión de los tribunales militares franquistas en Oviedo, páx. 39, Xixón, 1988.

(2) Dalgunos datos de la represión n’Asturies en Javier R. Muñoz: “Comienzan las represalias: los Consejos de Guerra” y “El terror blanco: la represión de los sublevados”, en Historia General de Asturias, tomu IX, Xixón, 1978.

(3) Llei d’amnistía del 23 de setiembre de 1939, n’Enrique Linde Paniagua, Amnistía e indulto en España, páx. 89. Madrid, 1976.

(4) Antonio López Oliveros y Carrillo: Memorias de la guerra civil en Asturias, inéditu, Biblioteca Nacional. Paulino Rodríguez Iglesias: La represión de la guerra en Asturias, y Recuerdos amargos de la guerra en Asturias, inéditu. Mario Morán: El rescoldo de una hoguera. Memorias, inéditu. Fundación Pablo Iglesias. Nicanor Rozada: En la lucha clandestina. Mi vida y la mina, Uviéu, 1985; Por qué sangró la montaña. La guerrilla en los montes de Asturias, Uviéu, 1988, y Relatos de una lucha. La guerrilla y la represión en Asturias. Antonio Rodríguez Zapico: Narrativas de un asturiano. Sama Llangréu, 1982. Elio José Canteli Álvarez: Protagonista y testigo. El alto precio de las ideas políticas. Octubre de 1934 y antes. Julio de 1936 y después. Bilbao, 1984. Juan Noya Gil: Fuxidos. Memorias de un republicano gallego perseguido por el franquismo. Caracas, 1976.

(5) Cifrábales en 2.037. Vid. Ramón Salas Larrazábal: Pérdidas de la guerra. Barcelona, 1977. Javier R. Muñoz en “La represión franquista: paseos y ejecuciones. La izquierda en capilla”, páx. 238, tomu XI de la Historia General de Asturias, Xixón, 1978, elevárales penriba de les 4.500.

(6) Carmen García García: “Aproximación al estudio de la represión franquista en Asturias: ‘Paseos’ y ejecuciones en Oviedo (1936-1952)”, en El Basilisco, nº6, segunda época, xunetu-agostu de 1990, páx. 79.

(7) Boletín Oficial del Estáu del 30 d’abril de 1946.

(8) Tol títulu II del Llibru Segundu del Códigu Penal trata de los “delitos escontra la seguridá del Estáu”. Vid. Ministeriu de Xusticia, Delitos, penas y prisiones en España. Madrid, 1963, páx. 19.

(9) Ramón García Piñeiro: Los mineros asturianos bajo el franquismo (1937-1962). Madrid, 1990, páx. 57 y ss.

(10) “En la mina —narraba un testigo— no podéis daros cuenta de cómo nos tratan. La palabra ROJILLO es la que usan la mayoría de los vigilantes y nos hacen trabajar cuantas horas les viene en gana, forzándonos al máximo rendimiento y casi sin comer”. Paulino Rodríguez: Recuerdos amargos… Ob.cit., páxs. 391 y 392.

(11) Adolfo Fernández: “La política”, en Historia de Asturias, tomu X, Edá Contemporánea III, páx. 22. Gasteiz, 1977.

(12) Ramón García Piñeiro: “Un modelo de represión económica durante el franquismo: las colonias penitenciarias de mineros para la redención de la pena por el trabajo”, en Actas del Congreso de jóvenes historiadores y geógrafos, tomu II, páxs. 945 y ss. Madrid, 1990.

(13) Sedría menester citar comu elementos terminales d’esta cadena represiva a la pléyade de delatores qu’en ca pueblu, en ca barriu, en cada cai, en cada portal, o afayaízamente distribuyíos pelos centros de trabayu, suministraben información a cambio de migayes que se desprendíen de los confines del poder.

(14) Ente 1939 y 1940 intentaron salir d’Asturies cuatru vegaes, dos per mar (dende Tazones y Caravia, respeutivamente) y otres dos per tierra, al traviés de la frontera pirenaica nun casu y de la lusa nel otru. La postrer tentativa, encabezada por Marcelino Fernández Villanueva, los hermanos Morán, los hermanos Ríos y un ensame socialistes de la zona d’Olloniegu aventó p’hacia la llende ente Lleón y Galicia a la camaretada de socialistes que veníen adoptando actitúes más belixerantes. De Carlos G. Reigada: Fuxidos de sona. Vigo, 1989, páxs. 123 y ss. Y El regreso de los maquis. Barcelona, 1992. A ellos dedicó-yos la fía de César Ríos una tesina presentada na Université de París-Sorbonne col títulu Las guerrillas en León-Galicia. De 1937 a 1948. Son d’interés los estudios de Harmut Heine: A guerrilla antifranquista en Galicia. Vigo, 1980; y de Secundino Serrano: La guerrilla antifranquista en León, 1936-1951. Salamanca, 1986.

(15) El robu protagonizólu’l grupu de Mata Castro. En numberoses entrevistes realizaes tres la dictadura franquista, el propiu José Mata narró’l episodiu. Vid. El Socialista, 19 de marzu de 1978. Los mineros, muérganu de la FEM d’UXT, nº16, mayu-xunu de 1986, “Pepe Mata, el minero revolucionario”. Asturias Semanal, nº383, 23 d’ochobre de 1976, “Vuelve Mata”. Un estudiu monográficu d’Adolfo Fernández Pérez: El comandante Mata. El socialismo asturiano a través de su biografía. Madrid, 1990.

(16) Ramón García Piñeiro: “Estrategias de oposición al franquismo durante la primera década”, en El movimiento guerrillero de los años cuarenta. Madrid, 1990, páx. 85. La trayeutoria del socialismu asturianu hasta 1962 en Juan Antonio Sacaluga: La resistencia socialista en Asturias (1937-1962). Madrid, 1986.

(17) Carta de José Mata a José Barreiro d’avientu de 1945. Archivu de la Fundación Largo Caballero.

(18) Santiago Carrillo (conversaciones con Régis Debray y Max Gallo): Mañana, España, páx. 121. Madrid, 1976. Y Santiago Carrillo: Memorias, páx. 384. Barcelona, 1993.

(19) Juan Manuel Molina: El movimiento clandestino en España (1939-1949). México, 1976, páx. 331.

(20) Ramón García Piñeiro: “La oposición libertaria al franquismo en la cuenca minera asturiana (1937-1962), en La oposición libertaria al régimen de Franco (1936-1975). Madrid, 1993, páx. 41.

(21) Carmen Benito del Pozo: La clase obrera asturiana durante el franquismo. Madrid, 1993, páxs. 355 y ss.

(22) Pal contestu nacional véase David Ruiz: «De la supervivencia a la negociación. Actitudes obreras en las primeras décadas de la Dictadura (1939-1958)», en Historia de Comisiones Obreras (1958-1988). Madrid, 1993, páxs. 48 y ss.

(23) N’otru trabayu realizamos un estudiu de la incidencia del abandonu individual. Con una serie completa de documentación fuimos a constatar que nel Grupu San Martín de la Sociedá Metalúrxica Duro Felguera, con una media de 2.000 trabayadores, produxéronse ente 1939 y 1951 cerca de 1.500 «deserciones», con dos cumales nidies en 1942 y el cambio de década. Ramón García Piñeiro: «Los mineros asturianos…», Ob.cit., páx. 62.

(24) En toles empreses mineres detectamos un aumentu asemeyáu d’estes actitúes: ente 1945 y 1946 sorprendieron intentando introducir tabacu, cerilles o mecheros a 26 mineros de la Sociedá Metalúrxica Duro Felguera, a 17 denunciáronlos por fumar y 25 presentaron la lámpara desprecintada; en Carbones Asturianos, nes mesmes feches, tuvieron el mesmu comportamientu siete, seis y dos mineros respeutivamente; en Mines de Llangréu y Sieru, sosprendieron a seis mineros cuando intentaben introducir tabacu y cerilles adientru y, finalmente, un mineru en Carbones La Nueva y otru en Nespral y Cía., lleváronlos presos por producir daños a la lámpara de seguridá.

(25) Un mineru de la época describe l’alimentación habitual nestos términos: «Eran muchos los que sólo podían llevar para la comida del día un puñado de castañas o un “tortu” de no se sabe qué clase de harina, porque el hambre llegó a ser tan esptantosa que se llegó a comer remolacha, nabos forrajeros y se hacía harina de todos los granos que pudieran ser molturados». Paulino Rodríguez Iglesias: Recuerdos amargos de la guerra en Asturias, páx. 259 (inédita).

(26) Jesús Izcaray: Héroes de España. Casto García Roza. París, 1948, páxs. 132 y ss.

(27) Gabriel Santullano: «La oposición al régimen de Franco (I) (1937-1947)», en La Historia General de Asturias, tomo XII, páx. 142, Xixón, 1978.

(28) Bandu del Coronel Xefe d’Orde Públicu d’Asturies. Uviéu, 16 d’agostu de 1941. El recordatoriu concluyía con esta ironía: «Se accederá, como se viene haciendo, a cuantas peticiones graciables o de justicia haga el personal, siempre que sean por conducto regular y ateniéndose a las normas legales».

(29) L’acta del 26 de xunetu de 1949 concluyía: «Amador Fernández Palacios expone que con tal motivo se guardó luto por los productores en los grupos y minas de esta localidad de una manera instintiva y sin uniformidad y concierto, por lo que se debe recabar de la Delegación Provincial de Trabaho que se dicten normas a cumplir para cuando ocurran desgracias semejantes, en evitación de trastornos y malas consecuencias a las empresas, producción y productores, para que sepan a qué atenerse éstos y aquéllos». Delegación Local de Sindicatos de La Felguera. AISS. Archivu Hestóricu Provincial d’Asturies. Caxa, 5551.

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Areces, a 25 años del PCE

El presidente del Principado fue expulsado del Partido Comunista en 1978 por sus posturas «disidentes»

El 24 de marzo de 1978, Vicente Álvarez Areces se levantaba de su silla y abandonaba, en desacuerdo con la dirección del partido, la III Conferencia regional del Partido Comunista de España iniciada ese mismo día en la ciudad residencial de Perlora. Tras él, otros 113 delegados dejaron la reunión. Ocho meses después —ayer hizo justo 25 años—, la comisión regional de garantías y control del PCE de Asturias, tras estudiar las propuestas realizadas por la agrupación comunista del gijonés barrio de El Llano, decidía expulsar del partido al que había sido su secretario general. En el mismo lote, se decidió suspender de militancia durante seis meses e inhabilitarlos durante un año a seis militantes, entre los que se encontraba el fallecido Daniel Palacio, esposo de la actual alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso.

¿Por qué se tomó la decisión de expulsar a Areces?

• El adiós al leninismo

La intención de la dirección del partido de renunciar al leninismo como marca del PCE fue una de las claves, unida a las fuertes discrepancias personales, entre ellas la de Vicente Álvarez Areces, responsable regional del PCE en 1977, y Gerardo Iglesias, responsable de Comisiones Obreras. «El abandono del leninismo», declaró Areces entonces a este periódico, «ha sido un grave error de Carrillo porque no tiene ninguna significación electoral y sí en cuanto a las señas de identidad del partido. Por ahí se inició un proceso de desconfianza política hacia la dirección que lo planteó».

Las diferencias personales, entendidas por muchos como una lucha por el poder interno, habían quedado claras en dos jornadas de paro convocadas por el sindicato los días 3 y 4 de febrero de 1975 y que no gustaron a la dirección del partido. Esta situación obligó a intervenir al secretario general, Santiago Carrillo, que convocó a Areces e Iglesias a una reunión en Madrid de la que no se obtuvo ningún fruto.

• Carrillo, en el punto de mira

La imposibilidad de conciliar las posturas entre las diferentes concepciones del comunismo asturiano —«entre obreros e intelectuales»—, provoca el relevo de Areces en la II Conferencia regional de abril de 1977.

Horacio Fernández Inguanzo, «El Paisano», le sustituye en un vano intento de que su prestigio permita superar las diferencias.

Los críticos con la dirección añaden a sus discrepancias la duda de que Dolores Ibárruri tenga la suficiente capacidad por edad (82 años) y salud para ejercer como diputada por Asturias y plantean su sustitución por Inguanzo. Álvarez Areces encabezó la comisión que entregó la carta en Madrid. Santiago Carrillo la leyó y semanas después acusó de desleales a los que habían intentado «tirar a Dolores por la escalera».

• Conferencia de Perlora

Las declaraciones de Vicente Álvarez Areces en el comité central previo a la reunión de Perlora no podían vaticinar más que lo sucedido.

La mesa de la conferencia propuso que un miembro del comité central defendiera durante quince minutos las tesis de la dirección. Ante la propuesta, el abogado gijonés José Ramón Herrero Merediz pide la palabra sin éxito. Vicente Álvarez Areces y 113 delegados abandonan la conferencia y consuman la ruptura.

Los disidentes son fundamentalmente profesionales e intelectuales. Entre ellos se encontraban profesores como José Antonio López Brugos, Gabriel Santullano, Ángel Alonso o Álvaro Ruíz de la Peña; médicos como Ignacio Riesgo y Guillermo Rendueles; empleados de banca como José Troteaga y Ramón Iglesias; economistas como José Luis Marrón, y el farmacéutico Daniel Palacio.

• Consecuencias

Tras su abandono de la conferencia de Perlora, Vicente Álvarez Areces es expulsado del PCE de Asturias.

Las explicaciones ofrecidas en su momento por la dirección del partido apuntan a que Areces forma parte de un grupo de «disidentes», en el que se incluyen «eurocomunistas», socialdemócratas, leninistas y prosoviéticos. Un grupo que desde la dirección es calificado como «una coalición de descontentos que han pecado de triunfalismo».

Areces, en un artículo publicado en «El Basilisco» explica su postura crítica: «No se trata de volver al partido leninista, pero tampoco se trata de tener un partido de afiliados cuya única perspectiva sea pagar la cuota».

Nacho Poncela


Publicado en: La Nueva España, 25 de noviembre de 2003.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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Introducción a "Del tiempo en que los violentos tenían razón"

Introducción a la primera edición de Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005)

El movimiento obrero asturiano ha constituido a lo largo de los tres primeros tercios del siglo pasado, junto con el catalán, la auténtica vanguardia del proletariado en el Estado español. La pervivencia de la huelga general revolucionaria de 1917 cuando fue aplastada en el resto del país, la insurrección y la Comuna de octubre de 1934, donde el proletariado se constituyó en clase pasando por encima de partidos, sindicatos e ideologías, la resistencia al golpe militar en 1936 y en las guerrillas en la inmediata posguerra y las huelgas mineras de 1962 con el nacimiento de las comisiones obreras como expresión de la autonomía de clase y el asalto a la comisaría de Mieres, son jalones de una lucha que convirtió al proletariado asturiano en una referencia para los revolucionarios de todo el mundo.

Tras la muerte del dictador, varios factores locales e internacionales (transacción democrática, reestructuración capitalista mundial, crisis del petróleo, incorporación al Mercado Común…) hicieron que se haya ido acentuando la crisis industrial que ha llevado al desmantelamiento de los sectores productivos tradicionales de Asturias. En paralelo, desde la legalización de los sindicatos y partidos políticos, asistimos a la decadencia y caída del movimiento obrero asturiano tradicional. Unos partidos y sobre todo sindicatos convertidos en auténticos poderes en la región, gestores de la crisis, con enormes presupuestos basados en desmesuradas subvenciones y una nueva clase social, la sindicalista, con sus privilegios, que han conseguido, en lo general, mantener dentro de los cauces democráticos y pactados las protestas que inevitablemente ha generado la crisis industrial, expresadas a veces de forma respetuosa –cuando los trabajadores no han podido o sabido librarse de los parásitos sindicales– o violenta –pasando por encima de los sindicatos–, y que han consistido en una utópica exigencia de reindustrialización. Los resultados están a la vista: no solo no han logrado una mísera conquista social, sino que se han vuelto cómplices de la devastación de las conseguidas durante más de un siglo de lucha de clases. Las compensaciones económicas obtenidas han favorecido única y exclusivamente a los sindicatos y a sus afiliados, sin conseguir parar la emigración de la juventud ni la desertización de las cuencas mineras. Increíblemente, una vez más, la socialdemocracia avanzó porque no se le rompieron las piernas, hasta el punto de que los antiguos enfrentamientos violentos entre fuerzas de orden y trabajadores han degenerado en simulacros destinados a los mass media previo pacto con la policía.

Es en este clima desesperanzador donde poco a poco se va constituyendo en Asturias la única voz discrepante. Frente a las utópicas posturas de los sindicatos y partidos, basadas en peticiones de reindustrialización no se sabe muy bien a quién e invariablemente defraudadas por la marcha real de la economía, sólo nuestro partido, el partido de la subversión proletaria, ha mantenido viva la llama revolucionaria del rechazo radical.

En ningún otro lado en Asturias, a lo largo de estos años que marcan el fin de una época, se han propugnado explícitamente los objetivos históricos del movimiento obrero, por los que mataron y murieron nuestros abuelos a lo largo de buena parte del siglo pasado. No hemos inventado nada nuevo, pero podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en ningún otro lado se ha conservado la memoria histórica del proletariado: el rechazo del trabajo asalariado y la mercancía, el internacionalismo proletario, la autonomía de la clase obrera por encima de pactos y claudicaciones, la destrucción del Estado y la liquidación social.

Nuestro partido es el partido de la primera Internacional, de la Comuna de París, de los revolucionarios rusos aplastados por los bolcheviques, de los espartaquistas, de la alianza obrera que culminó en la insurrección de octubre del 34, de los revolucionarios de julio del 36 y mayo del 37, de la Internacional Situacionista, del MIL y los Comandos Autónomos, de las Células Revolucionarias y la Brigada de la Cólera, de los obreros que se manifestaban en Berlín y Polonia contra los estalinistas, de los rebeldes húngaros del 56, del mayo francés del 68 y del 77 italiano; “el movimiento real que anula y suprime el estado de cosas existente”: el partido de las asambleas autónomas de trabajadores investidas de todo el poder, el viejo topo que sigue minando el edificio de la sociedad turbocapitalista, y cuya última manifestación visible se ha podido ver en los incontrolados de las periferias de las ciudades francesas, que han llevado a cabo una crítica en actos del urbanismo, de la economía, de la política y de la idea capitalista de felicidad, y a los que tan sólo les falta adquirir conciencia de lo que han hecho, de lo que son, y, por lo tanto, de lo que serán capaces de hacer.

Los textos que presentamos en este libro no han sido escritos por uno, dos o un grupo de teóricos. En su redacción ha participado la práctica totalidad de las personas que en algún momento formaron parte del movimiento autónomo internacionalista y revolucionario en Asturias a lo largo de estos 15 años. Todos hemos conocido las comisarías y algunos las cárceles de la democracia. Esta es otra característica que nos diferencia de la totalidad del espectro izquierdista asturiano: la abolición en nuestro seno de la división social del trabajo, de la división entre teóricos y activistas, entre dirigentes y militantes, evitando así reproducir en nuestro interior las condiciones jerárquicas del viejo mundo capitalista, y, como buenos obreros salvajes, procurando ser dialécticos.

“Para el triunfo final de los principios establecidos en el Manifiesto Comunista, Marx apostaba única y exclusivamente por el desarrollo intelectual de la clase obrera como resultado necesario de la discusión y de la acción política” (F. Engels).

Una izquierda asturiana que no puede evitar subrayar lo abominable de sus actos con lo ridículo de su jactancia. Los demócratas izquierdistas acostumbran a salir de las derrotas más ignominiosas tan inmaculados como inocentes entraron en ellas, con la convicción de nuevo adquirida de que tienen necesariamente que vencer, no de que ellos mismos y sus organizaciones tienen que abandonar las viejas posiciones, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con ellos. Víctimas de su necia concepción del mundo, estos héroes de las merendolas de los 1 de mayo, estos payasos serios ya no toman a la historia universal por una comedia, sino su comedia por la historia universal.

Durante estos años hemos podido asistir a la irrupción de la ideología nacionalista –totalmente ajena a la historia y tradición de la clase obrera asturiana– empapada además de un asqueroso interclasismo de carácter oportunista y miserable, como corresponde a sus orígenes pequeño burgueses; a la claudicación definitiva de una CNT encerrada en sí misma, cada vez más inoperante, cada vez más burocrática, y cada vez más alejada del mundo real, adquiriendo unos rasgos que la aproximan más a una secta religiosa que a una organización revolucionaria; a la conversión definitiva de la CSI en el apéndice sindical de imagen extremista que recoge las migajas de desesperación que CCOO y UGT se pueden permitir despreciar, y cuya ceguera les ha conducido a secundar la táctica de las centrales “mayoritarias” tendente a evitar la coincidencia de conflictos y su conexión solidaria; a la transformación de estalinistas, maoístas, trotskistas, etc,..en demagogos izquierdistas para los que todo es respetable y digno de humillarse por ello, empeñados en mil campañas según la estación del año(0’7%, antiglobalización, matrimonios gays, caridad con los inmigrantes, apoyo a Izquierda Unida y a cualquier disparate sindical,…); a las componendas, inconsciencia e irresponsabilidad de organizaciones como FUSOA, especialistas de la antirrepresión cuya inconsistencia teórica y desorientación práctica les lleva a vegetar entre detención y provocación fascista, incapaces de ir más allá de los tópicos izquierdistas sobre el antifascismo o la represión; todos empeñados en prolongar por un milenio más la queja del proletariado con el único fin de conservarle un defensor. La historia ha pronunciado su sentencia sobre todos, condenándolos al basurero del que nunca debieron salir ninguno de ellos.

A estas alturas sus reivindicaciones sólo expresan su grado de descomposición: derechos nacionales (léase intereses de sectores de la pequeña burguesía), derechos laborales (léase derecho a la tortura), derecho a la vivienda (léase derecho a vivir entre cuatro paredes de mierda en algún guetto) , etc; es decir, quieren, y están dispuestos a humillarse por ello, que la democracia funcione bien, que el capitalismo sea perfecto. Son incapaces de ver, todavía hoy, que democracia y trabajo asalariado son incompatibles; que las múltiples reconversiones, crisis y conflictos no son más que manifestaciones puntuales de las contradicciones cada vez más desarrolladas e irresolubles en el marco del capitalismo; y que éste “no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido en que es un producto histórico” (Marx-Engels, La Ideología Alemana) y por lo tanto transitorio, de la sociedad dividida en clases.

Para nosotros, que tenemos el vicio de llamar a las cosas por su nombre, y que podemos percibir día a día cómo la economía se desarrolla mientras nuestras vidas se deterioran, siguen manteniendo toda su vigencia las palabras de Marx en su crítica al programa reformista del partido socialdemócrata alemán de Gotha: “Después de la muerte de Lassalle, se había abierto paso en nuestro Partido la concepción científica de que el salario no es lo que parece ser, es decir, el valor –o el precio– del trabajo, sino sólo una forma disfrazada del valor –o del precio de la fuerza de trabajo. Con esto, se había echado por la borda, de una vez para siempre, tanto la vieja concepción burguesa del salario, como toda crítica dirigida hasta hoy contra esta concepción, y se había puesto en claro que el obrero asalariado sólo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida, es decir, a vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo para el capitalista (y, por tanto, también para los que, con él, se embolsan la plusvalía); que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolongación de este trabajo gratuito, alargando la jornada de trabajo o desarrollando la productividad, o sea, acentuando la tensión de la fuerza de trabajo, etc.; que, por tanto, el sistema del trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan las fuerzas sociales productivas del trabajo, aunque el obrero esté mejor o peor remunerado.”

Museos, hoteles, grandes superficies, parqués temáticos, turismo, trabajos inútiles, destrucción de la naturaleza y prostitución de las personas son las respuestas que nos dan los izquierdistas que nos gobiernan y aquellos que les apoyan. Para nosotros, por el contrario, la única solución pasa por el enfrentamiento y la acción directa, prefiriendo tomar y atacar a pedir y reivindicar. Nosotros no aceptamos las leyes de la economía, ni aceptamos la esclavitud del trabajo, y en un terreno aún más amplio, nos declaramos en insurrección contra la Historia.

Insumisión, solidaridad con luchas obreras, ocupaciones, lucha callejera,…los conflictos en los que nos vimos envueltos no fueron más que pequeños hechos episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la sociedad asturiana. Bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el abismo que se extiende por debajo. Demostramos que bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo necesitan ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos continentes enteros de duros peñascos. Proclamamos, de forma ruidosa a la par que confusa, la emancipación del proletariado, la vieja tarea histórica mil veces traicionada, pero nunca abandonada.

Así fue trazado el programa más idóneo para poner en entredicho el conjunto de la vida social: las clases y las especializaciones, el trabajo y el entretenimiento, la mercancía y el urbanismo, la ideología y el Estado; hemos demostrado que hay que echarlo abajo todo. Y semejante programa no contiene más promesas que la de una autonomía sin freno y sin reglas.

Hemos sembrado el viento. Recogeremos la tempestad.

Unión, Hermanos Proletarios


Publicado en: Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005). Llar Editorial / Klinamen, 2006.
Fuente: Editorial Klinamen.

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sábado, julio 11, 2009

Despedida anarquista a Ramón Álvarez Palomo

Figura clave de la Revolución de Octubre de 1934 y miembro del Consejo Soberano de Asturias y León, falleció en Gijón, a los 90 años, tras una vida entregada a la lucha obrera

El histórico anarquista gijonés Ramón Álvarez Palomo falleció el pasado viernes en la ciudad, a los noventa años de edad. La cárcel, la Revolución de Asturias de 1934, la guerra civil, el exilio y la resistencia contra Franco forman parte del bagaje personal de este líder sindical que regresó en 1976 a Asturias para volver a ponerse al frente de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Después fue uno de los fundadores de la Confederación General del Trabajo (CGT), tras la escisión del sindicato anarquista.

Su desaparición ha causado consternación entre los más veteranos de la izquierda asturiana, quienes recordaban ayer la entrega de su vida a unos ideales. Tras formarse en la escuela neutra de Eleuterio Quintanilla, Ramón Álvarez Palomo comenzó a trabajar a los 12 años como pinche en la farmacia Castillo y luego se empleó en una panadería de La Guía. A los 15 años ingresó en CNT y cinco años después fue elegido secretario general de la CNT de Asturias, León y Palencia. «Ramón tenía muchos valores humanos. Era un gran luchador por liberar a la clase trabajadora de su explotación y un hombre de acción. Por eso alcanzó grandes mandatos en la CNT desde muy joven», señaló ayer Eduardo Prieto Marcos, ex secretario regional de CNT y CGT.

«Desde el primer conflicto, siempre estuvo Ramón a la cabeza y fue un idealista partícipe de los grandes acontecimientos políticos y sociales del siglo XX», agregó su compañero de militancia. Ramón Álvarez Palomo encabezó los movimientos revolucionarios de la CNT de 1933 —lo que le llevó a prisión— y de Octubre de 1934 en Asturias, donde fue una de las figuras destacadas junto al comunista Mario Huerta.

Pasó por las cárceles de El Coto (Gijón) y de Torrero (Zaragoza), donde entabló una estrecha amistad con Buenaventura Durruti, líder carismático del movimiento anarquista durante la República y la guerra civil. En abril de 1934 eludió un consejo de guerra gracias a una amnistía y en octubre volvió a organizar las barricadas en su ciudad como secretario del Comité Revolucionario de Gijón.

Al fracasar la sublevación popular huyó. Primero por los montes hasta Rengos (Cangas del Narcea) y luego a Francia, donde en 1935 conoció por primera vez el exilio. Allí permaneció hasta la amnistía del Frente Popular.

Luego vino la guerra civil y Ramón Álvarez Palomo volvió a implicarse en la defensa de sus ideales ácratas. Se ocupó de la movilización para la defensa de Gijón y también formó parte del Consejo Municipal Republicano con otro anarcosindicalista, Avelino González Mallada, en la Alcaldía. Además, fue consejero de Pesca del Consejo Interprovincial de Asturias y León, que en agosto de 1936 se declaró soberano al quedar aislados de comunicación con el Gobierno de la República, en Valencia. Ocupó este último cargo en representación de la Federación de Grupos Anarquistas (FAI). Tras la desaparición del frente del Norte, en 1937, llega a Cataluña donde se convierte en secretario del ministro de Instrucción Pública, Segundo Blanco.

Con la conquista de Cataluña por las tropas de Franco, se exilia en Francia, donde residió en Toulouse y luego en París. Desde Francia viajó por varios países europeos para dar charlas en favor de la causa de la República.

En Francia le sorprendió la II Guerra Mundial, que pasó oculto en la zona ocupada por los alemanes, donde estableció lazos con la Resistencia francesa, según recordaba ayer su viuda y compañera de militancia, Aurora Molina Iturbe.

No fue hasta después de la liberación de Francia, en 1945, cuando conoció a la que sería su segunda esposa, hija de otro histórico anarcosindicalista de la FAI. Aurora Molina recuerda la clandestinidad que vivieron en Francia. Los anarquistas «llamaban a nuestra casa, en la calle Louvel Tessier, de París, el segundo Consulado francés; casi toda la clandestinidad (anarcosindicalista) de Asturias pasó por allí y nos encargábamos de buscarles trabajo y documentación», explica Aurora Molina. La relación con otras organizaciones antifranquistas siempre fue fluida, especialmente con los movimientos socialistas, la UGT y los nacionalistas vascos, recuerda su viuda. Los comunistas y los anarquistas siempre guardaron una mayor distancia. Aún así, veteranos comunistas como Manuel García González, «Otones», elogiaban ayer su «coherencia política» y su trayectoria: «Si los comunistas fuimos perseguidos en el franquismo, los anarquistas con más saña», indicó. También elogió su figura el líder de IU en Gijón, Jesús Montes Estrada, para quien «fue un hombre fiel a sus principios y coherente con sus ideas».

Antes de la democracia Ramón Álvarez Palomo pasó en varias ocasiones la frontera para participar en Madrid en reuniones clave del Comité Nacional de la CNT. Entonces, ocupaba el cargo de secretario del subcomité nacional del sindicato en Francia.

A finales de los años sesenta contribuyó junto con líderes de UGT como Muiño y García Duarte a la creación del Fondo Unificado de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA), mediante el que se recogían fondos en los centros de trabajo para ayudar a los obreros despedidos o encarcelados. «Fue uno de los impulsores desde el exilio de esta alianza sindical entre la CNT y la UGT», recordaba ayer Marcelo García, presidente del PSOE gijonés e histórico militante ugetista que se encargó junto con los anarquistas José Luis García Rúa y Eduardo Prieto de materializar en Asturias la creación de ese fondo. Marcelo García recuerda a Ramón Álvarez como «un hombre íntegro con ideas revolucionarias bien forjadas».

Álvarez Palomo volvió a Asturias por primera vez en 1972. Pasó la frontera por primera vez sin emplear un nombre falso. En 1976 retornó definitivamente con la familia y durante un par de años regentó una librería. En 1978 volvió a ser elegido secretario regional de CNT.

En el séptimo congreso del sindicato, en 1979, fue uno de los que con más firmeza se enfrentaron a la ortodoxia anarquista que defendía, entre otros, José Luis García Rúa. Las discrepancias llevaron a la ruptura.

Álvarez Palomo defendía la participación de los anarcosindicalistas en la negociación colectiva y en las elecciones sindicales para los comités de empresa. «Desde que la sección sindical de Ensidesa dijo que sí a la participación, él asumió esa postura», según palabras de Eduardo Prieto Marcos. Palomo y los que pensaban que había que adaptarse a las nuevas circunstancias y participar en la negociación colectiva fundaron la CGT. El sindicato adoptó ese nombre tras pugnar infructuosamente en los tribunales por las siglas históricas con la otra facción. «Para él fue un terrible desgarro la división. Era un utópico, que antepuso a todo sus ideales», apuntaba el ex secretario de CSI Luis Redondo. También fue para él una decepción la pérdida de la representatividad sindical de la CNT tras la dictadura, con el surgimiento de CC OO, vinculado al movimiento comunista.

La alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, quiso señalar ayer que «fue una persona muy íntegra, con una larga trayectoria de lucha en defensa de la clase trabajadora». El ex alcalde socialista de Oviedo Antonio Masip, que lo conoció en París en 1973, lo recuerda como «un testigo excepcional de nuestra historia, de la que ha dejado testimonio» en varios libros. Sus restos serán incinerados hoy, a las 18.30 horas, en el tanatorio de Cabueñes. No hay convocada ninguna ceremonia.

M. Castro


Publicado en: La Nueva España, 16 de noviembre de 2003.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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Los maquis de la imposible esperanza

Los Maquis de la Imposible Esperanza
Los guerrilleros de los Picos de Europa



Director: Dominique GAUTIER
País y año: Francia, 2003
Investigación histórica y entrevistas: Jean ORTIZ
Canto Flamenco: Juan FERNÁNDEZ
Música original: Manuel RODRÍGUEZ
Coproducción: Las películas Jack Fébus - CREAV Atlantique
Duración: 60 minutos
Idioma: VO en castellano, VF con subtítulos

Sinopsis:
Los vencedores se ensañan con «la España roja». Unos cuantos republicanos, los huidos, consiguen esconderse y luego, poco a poco, organizarse.

Entonces, los maquis, los del monte, van a erigir, paso a paso, una resistencia estóica. En los peores momentos de la represión franquista, en Cantabria, el maquis Ceferino Machado resiste, desde Santander hasta los suntuosos picos de Europa.

En 1945, los maquis de Cantabria se constituyen en Agrupación Guerrillera de Santander. En Febrero de 1946, unos guerrilleros españoles que han contribuido a liberar Francia, intentan llegar a Asturias.

La Brigada Pasionaria queda diezmada, pero los maquis van a escribir en España una epopeya aún desconocida. La dictadura considera a aquellos últimos soldados de la República como meros «bandidos». Así aparecerán, en los textos oficiales, hasta mayo de 2001.

Las dos figuras legendarias de aquel maquis cantábrico, Juanín y Bedoya, caerán en 1957.

Con los testimonios de, entre otros, Felipe Matarranz y Jesús de Cos.

Descargar (eMule): ed2k://filemaquis de la imposible esperanza.avi72738927890B0BF6EC4D13BF04EBBED48F3F1028B/h=PGEDKKX6OG57U3O7225VH3WELXBIOZ6V/

Fuente: RebeldeMule.

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domingo, julio 05, 2009

La olvidada historia de "El Jefe"

El histórico comunista Ceferino Á. Rey falleció en Toulouse a los 100 años, tras una azarosa vida en la que combatió en Asturias, Cataluña y Moscú

Hasta hace unos días, cuando se publicó la noticia de su muerte, pocos conocían el nombre de Ceferino Álvarez Rey y su intensa vida. Todo comenzó a principios del siglo XX y acabó el pasado 25 de enero, con su fallecimiento en Toulouse, a los 100 años de edad. Ese día murió un padre, un abuelo, leonés de nacimiento y mierense de adopción; un comunista condecorado por la URSS, el militar republicano vivo de mayor grado. «El Jefe», como le decían en casa. Los responsables de la Fundación Juan Muñiz Zapico, de CC OO, y Luis Miguel Cuervo, presidente del colectivo «Todos los Nombres» han recuperado su historia.

Álvarez Rey nació en la localidad leonesa de San Andrés de Rabanedo en 1909 y, cuando aún era un niño, se trasladó con su familia a Turón. Hijo de minero, apenas levantaba dos palmos cuando inició su actividad militante ayudando a los trabajadores que se tenían que esconder por la represión posterior a la huelga de 1917. «El Jefe» comenzó a trabajar en la mina a los 15 años y se afilió al Partido Comunista en 1924. Fue uno de los fundadores del PCE en Asturias. Desempeñó los cargos de miembro del comité ejecutivo regional y secretario general del radio de Turón, y participó en la creación del Sindicato Único de Mineros (SUM), del que llegó a ser secretario. El SUM, que tuvo más 6.000 afiliados, nació tras la expulsión de los comunistas del SOMA y estuvo adscrito a la CNT hasta 1931. Cuatro años más tarde volvió a unificarse con UGT. El SUM fue ilegalizado, lo que no impidió que organizara las principales movilizaciones mineras de aquellos años.

La convulsa juventud de Álvarez Rey tuvo otro punto de inflexión en 1934. Durante la Revolución de octubre tomó parte activa combatiendo contra los cuarteles de la Guardia Civil de Turón y más tarde frente al Ejército en Campomanes. Al ver que había fracasado el movimiento obrero, emprendió la huida a pie hacia León con su hermano Virgilio y los hermanos Herminio y Pin García. Más tarde el grupo se separó. Luis Miguel Cuervo explica, en un texto de homenaje a Álvarez Rey, que la idea con la que funcionaban era que «un hermano de cada familia fuera por cada lado. Si caen unos, que no caigan los otros». Cuatro de los hermanos Álvarez Rey murieron como consecuencia de la represión: dos están enterrados en la fosa común de Oviedo, uno en el Pozo Fortuna y otro falleció en un campo de concentración en Francia.

Su primer viaje fuera de Asturias fue también el del primer exilio de Rey. Cuervo asegura que de León fueron a Madrid y San Sebastián, para después pasar a Francia. «Tras permanecer unos meses en París, viajó a Moscú, donde realizó diferentes cursos hasta regresar a España en marzo de 1936 acogiéndose a la amnistía decretada tras la victoria electoral del Frente Popular», señala.

La Guerra Civil es otra de las claves que explican la vida de Álvarez Rey, la que lo encumbró a los altos mandos del Ejército republicano. Tras el alzamiento militar, el mierense formó parte del Comité de Guerra de Turón. En agosto de 1936 se desplazó al frente occidental de Asturias, donde fue nombrado delegado político en la Comandancia Militar de Occidente y participó en la defensa de Cornellana. Más tarde ocupó el mismo cargo en la Comandancia de Trubia. Tras la militarizació n, llegaría a ser comisario político en la 8.ª Brigada de Asturias y más tarde en la 5.ª, 1.ª y 60 divisiones, esta última con puesto de mando en Lugones. Allí, el día 21 de octubre de 1937, recibió un enlace enviado por el mayor anarquista Víctor González, que le avisaba de que se había acordado la evacuación y que todo el mundo se marchaba esa noche. Le dijo también que su mujer, su hija y su cuñado ya habían embarcado en Gijón, y que lo mejor era que «intentara salir desde Avilés, porque en Gijón ya no quedaban barcos». González y Álvarez Rey recorrieron el camino hasta la villa avilesina apuntándose con una pistola. No se fiaban uno del otro. Pero la cosa salió bien y pudieron embarcar con otras 50 personas rumbo a Francia, desde donde pasaron a Cataluña. No cesó en su lucha para defender la «República legítima» y llegó a ocupar el cargo de comisario político de división en Teruel y en el Ejército del Ebro. Con la guerra terminada y perdida, y con la familia en el exilio, el objetivo de Álvarez Rey fue marchar de España. Consiguió llegar al norte de África, para pasar después a la URSS. Allí le sorprendió el inicio de la II Guerra Mundial. Versado, a su pesar, en las artes de la guerra, Álvarez Rey tomó parte en la batalla de Moscú, dentro de la 4.ª compañía especial de la Brigada Motorizada Independiente de Tiradores de la NKVD, integrada por 125 republicanos españoles. Él era el jefe, y su misión -nada más y nada menos-, defender el Kremlin. Más tarde, combatió en el Cáucaso.

Cuervo explica: «Entre las distinciones que tenía destacaban la condecoración de la Estrella Roja de la URSS, orden de la Victoria en la Gran Guerra Patria de la URSS, medalla de la Defensa de Moscú y el Cáucaso, y las conmemorativas de los 20.º, 30.º y 40.º aniversarios de la Victoria. También fue distinguido con la medalla de la Liberación de Yugoslavia».

Acabada la Guerra Mundial, se trasladó a Francia. Eran los años cuarenta y con ocasión del intento de invasión por el valle de Arán estaba previsto que formara parte de la segunda oleada para acabar con el régimen de Franco. Así, fijó su residencia en la localidad francesa de Toulouse. Nunca se olvidó de sus orígenes comunistas y desarrolló su papel como formador de cuadros del PCE. También participó en el congreso de 1959 del PCE en Praga. El resto de su vida trabajó, hasta su jubilación, como albañil.

Con la dilatada redacción de la vida de Álvarez Rey parece que no queda lugar para nada más, pero sí. Al parecer, y eso ya no aparece en su historia oficial, llegó a espiar al Ejército nazi vestido de militar alemán, y aunque él nunca lo contó «porque era secreto de partido», su familia y amigos creen que alguna vez volvió a España para participar en acciones clandestinas del PCE. «Desaparecía durante tres meses y cuando volvía a casa nadie preguntaba nada, seguían con su vida normal», apunta Cuervo. Porque Álvarez Rey siempre dijo que ciertas cosas se irían con él a la tumba y, como todas las promesas que hizo en vida, cumplió hasta el final.

Una íntima ceremonia familiar despidió, el pasado 26 de enero, a Álvarez Rey en Toulouse, donde reposan sus restos, y adonde tal vez lleguen las noticias de que su muerte sirvió para recordar que «El Jefe» pervive en la memoria de una nación que, ahora con leyes y homenajes, intenta recuperar los nombres que se creían olvidados.

Aitana Castaño


[Foto: (izda. a dcha. Ceferino Álvarez Rey, Emilio Morán (comandante militar de Pola de Gordón y Herminio García "Casín"]
Publicado en: La Nueva España, 1 de febrero de 2009.
Fuente: La Nueva España.

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jueves, julio 02, 2009

Octubre Asturiano UHP

"Nadie os ordenó ir a la revolución: la consigna era ir a la huelga". Saborit, a los obreros de la cárcel de Oviedo

"Los socialistas asturianos no son como los demás socialistas". Durruti, en la cárcel Modelo de Valencia.

La insurrección obrera de Asturias de 1934 fue el prólogo de la guerra civil de 1936. Anteriormente se habían producido otras, pero la de Asturias es la primera que presupone la unidad de los proletarios y resuelve la cuestión en el combate. El problema de la unidad era fundamental para la clase obrera española y su solución parecía imposible, debido a la diferente actitud que sus organizaciones -la CNT y la UGT- mantenían con respecto a la República. Si los anarcosindicalistas se desengañaron pronto del régimen burocrático burgués, los socialistas en cambio pretendieron aprovecharse del mismo para eliminarles sindicalmente. En efecto, los socialistas promovieron una batería de leyes que consagraban la mediación estatal en los conflictos laborales, trababan el recurso a la huelga general y dejaban al margen de la ley a los cenetistas. En el parlamento votaron por las deportaciones a los huelguistas y sus gobernadores civiles metieron presos a multitud de obreros libertarios, clausurando las sedes de sus sindicatos "Únicos". La irritación de estos con la República fue tal que en tres ocasiones promovieron movimientos insurreccionales en su contra, cuyos malos resultados acarrearon la escisión del sector moderado o "treintista". La profunda división en la clase obrera entre reformistas y revolucionarios parecía que nunca iba a resolverse cuando el 19 de noviembre de 1933 los socialistas perdieron las elecciones y fueron barridos de los ministerios, hecho que determinó un cambio de postura. El triunfo de los republicanos demagogos con el apoyo de la derecha fascista indicaba claramente que la dirección de la burguesía pasaba a los sectores caciquiles y clericales. Para la CNT había quedado claro la imposibilidad de hacer la Revolución en solitario y para la UGT, que no cabía esperar una reforma significativa en el marco del parlamentarismo burgués. La izquierda socialista que se apoyaba en la sindical y en las Juventudes Socialistas proclamó que el PSOE debía prepararse para tomar el poder y forzó la ruptura de la coalición con los republicanos. Entonces comenzó a hablarse de la Alianza Obrera, pero solamente las minorías comunistas disidentes y los sindicatos escindidos de la CNT se entusiasmaron con la idea. Es comprensible, el papel de bisagra era lo único que les podía dar juego. La CNT emplazó a la UGT a manifestar públicamente sus intenciones revolucionarias pero aquella no contestó. El resultado fue que pese a la constitución de diversos Comités de Alianza Obrera, la unidad real no se produjo. La UGT jamás los promovió y dentro siempre se mantuvo pasiva. La CNT se abstuvo de entrar, con la excepción de la Regional asturiana, que ya había planteado la cuestión de la Alianza en un pleno confederal. Pero la posición pro Alianza de la Regional de Asturias no era unánime y ni siquiera mayoritaria, como se encargó el delegado de La Felguera de demostrar en el Pleno de Regionales del 23 de junio, sino que más bien reflejaba la posición del Comité Regional y de la Federación Local de Gijón. En el Pleno Regional de septiembre los cenetistas consecuentes impugnaron la Alianza por incorporar partidos políticos, idea contraria a la táctica anarcosindicalista, y por creerla una maniobra que no conducía a la Revolución Social sino al golpe de Estado. La influencia del secretario regional, José María Martínez, inclinó la balanza hacia el pactismo. Así, mientras los anarcosindicalistas del resto del Estado se pronunciaban por una alianza revolucionaria "en la calle", los asturianos firmaban con sus paisanos socialistas un pacto de alianza al que también se incorporaron las facciones comunistas. La Alianza Obrera había dejado pasar su momento cuando en junio de 1934 tuvo lugar la huelga general de campesinos. Los socialistas dejaron que el proletariado agrícola se estrellara contra el Estado sin promover ningún acto insurreccional en la ciudades, quedando incapacitado para intervenir en luchas posteriores. La indecisión del Gobierno mostrada en la represión de la huelga campesina indujo a la derecha agraria y católica a retirarle el apoyo. Entonces se desencadenó la serie de sucesos que condujeron a la Revolución de Octubre.

Si las derechas cavernícolas ocupaban carteras en el nuevo Gobierno republicano significaba que el capitalismo español se inclinaba definitivamente por la vía autoritaria. El triunfo de la reacción sería completo. La alternativa que venían planteando los anarquistas desde 1931, "Fascismo o Revolución Social", se revelaba más verdad que nunca. El proletariado no podía ponerse en pie más que sobre una base y con una única bandera: la destrucción del sistema capitalista y la supresión del Estado como organismo burgués de regulación de la convivencia social. Efectivamente el día 4 de octubre de 1934, el encargado de forma gobierno, Lerroux, anunció la presencia de tres ministros de la CEDA ocupando las carteras de Trabajo, Justicia y Agricultura. Los socialistas -no la Alianza Obrera- impartieron la orden de huelga general con el propósito de impedir la consolidación del nuevo gobierno y provocar elecciones. No sólo no esperaron a que la CNT tratase la cuestión de la Alianza como tenía previsto, sino que la dejaron al margen; es más, en Cataluña, donde el objetivo se limitaba a la implantación de una república burguesa independiente, la CNT fue perseguida por la Generalitat para impedir que se sumase al movimiento. Sin la CNT éste se desfondó en muy poco tiempo. Allá donde más fuertes eran los socialistas caballeristas, en Madrid, el movimiento fracasó a las primeras de cambio. Sin embargo, en Asturias, pese a las consignas contrarias, la huelga general derivó casi inimediatamente en insurrección revolucionaria.

El día 5, en numerosos pueblos de la cuenca minera los obreros se procuraron armas, asaltaron los cuarteles de la guardia civil y se enfrentaron a la guardia de asalto de Oviedo. En Mieres, en Trubia, Sama, Ciaño, Siero, Quirós, Cabañaquinta, Turón, Riosa, Proaza, Morcín, Figaredo, Laviana, Pola de Lena, etc., después de librar fieros combates y poner a buen recaudo a los prisioneros, se constituyeron Comités Revolucionarios con el objeto de normalizar la vida ciudadana y enviar grupos armados a combatir a Oviedo. Los de Mieres libraron un combate victorioso contra las tropas del Gobierno cerca de Olloniego. A los anarquistas de La Felguera, opuestos a la Alianza, nadie les pasó la orden, pero una confidencia personal les puso sobre aviso y salieron a la calle como todos, asaltando el cuartel de la guardia civil y partiendo a pelear en Campomanes y El Berrón. Su santo y seña era "FAI". En Gijón, centro del anarcosindicalismo asturiano, los obreros no se decidían al levantamiento por carencia absoluta de armas. Lo mismo pasaba en Avilés. El secretario regional de la CNT, José María Martínez, fue varias veces a Oviedo desesperadamente en busca de armas que no pudo conseguir. Oviedo, donde estaba el Comité Provincial, la máxima autoridad revolucionaria, absorbía todas las fuerzas y recursos, no permitiendo desviar nada hacia otra parte, cosa que debía resultar fatal pues impidió la conquista de puntos estratégicos como Llanera y el puerto de Musel, y acarreó la pérdida temprana de importante plazas como Gijón y Avilés.

El día 6 los mineros se apoderaron de la fábrica de dinamita de La Manjoya y entraron en Oviedo. También cayó la fábrica de armas de Trubia, proporcionando a los insurrectos cañones, aunque con proyectiles sin espoleta. Una columna del Gobierno mandada por el general Bosch llegó desde León por el puerto de Pajares, olvidado por los insurrectos, pero fue detenida en Campomanes. En Mieres los mineros fabricaron bombas y camiones blindados; también los metalúrgicos de La Felguera, los únicos en enviar refuerzos a Gijón. Desde Grado, Riosa, Villanueva, Traverga, etc., municipios parcialmente agrícolas, llegaban alimentos para Oviedo y otras poblaciones. Las mujeres se incorporaron a la lucha. En Sama los mineros lograron vencer la resistencia de un destacamento de guardias de asalto y su Comité envió gente a Mieres, convertida en el centro de la insurrección. Allí afluían los grupos y salían hacia los diversos frentes, fundamentalmente dos: Campomanes y Oviedo.

El día 7 ya hay varios hospitalillos instalados en la zona minera y en Oviedo para atender a los heridos. Las mujeres organizan cocinas de campaña para dar de comer a los combatientes. Los Comités tratan de impedir los actos de pillaje a la vez que organizan el orden revolucionario. La propiedad y el dinero quedan abolidos; todos los bienes; todos los bienes son declarados comunes. De los Comités emanan Comités de Guerra para reclutar luchadores y distribuir armamento, Comités de Sanidad, Comités de Transporte... Se practican algunas detenciones, se controla el comercio con vales y libretas y se efectúan requisas de vehículos, ropa y escopetas. En algunos lugares los Comités de Abastecimiento organizarán comedores populares y los Comités de Trabajo mantendrán las fábricas y minas en funcionamiento al servicio de la Revolución. En Oviedo el centro de la ciudad resiste a pesar de la dinamita y en Gijón los obreros tratan en vano de armarse y de apoderarse de la ciudad. La derecha reaccionaria, que se venía preparando de antiguo, había recurrido a los generales africanistas, el grupo de presión militar más corrupto y más retrogrado, pero también el de menos escrúpulos a la hora de reprimir. El general Franco, instalado en el Ministerio de Guerra, ordena el despliegue de tropas en Asturias, embarcando en Marruecos a los batallones de choque a las órdenes de su amigo Yagüe, que se hallaba apartado del mando.

El día 10, Avilés y Gijón caen en poder del Gobierno. En gijón las tropas africanas pasan a los obreros a cuchillo. Ese el primer indicio de que la represión va a ser implacable. Los supervivientes se hacen fuertes en los pueblos de la carretera a Oviedo y dificultan el avance de las tropas. A la cabeza de esa resistencia desesperada está José María Martínez. La escasez de municiones impide que las ametralladoras entren en acción. Se hace frente al enemigo sólo con dinamita. Acaba de llegar por Pajares un regimiento de artillería y sus obuses paralizan las líneas obreras. En Oviedo se combate alrededor de la cárcel, la Catedral y el cuartel de Pelayo.

El día 11 la situación se agrava. A los obreros del frente de Campomanes se les acaban las balas. A duras penas consiguen algunas cajas de Trubia y Oviedo. Una nube de aeroplanos sobrevuela Asturias arrojando bombas, periódicos reaccionarios y metralla. El Comité Provincial de Oviedo llega a la conclusión de que todo está perdido y ordena abandonar la lucha, informando del acuerdo a algunos comités. La desaparición de los Comités no arrastra a la de los combatientes que deciden continuar la lucha solos. Alguno de los desaparecidos reaparece y se forman nuevos Comités. Las posiciones abandonadas se recuperan de nuevo. Muchos ni siquiera se han enterado. Otros prefieren morir con las armas en la mano a huir.

El día 12 aparece el cadáver de José María Martínez con un balazo en el pecho. Bonifacio Martín, viejo dirigente socialista que resistía en Lugones a los gubernamentales, ha sido pasado a la bayoneta. Mueren dos de los principales responsables del Comité Provincial y de la Alianza Obrera asturiana. López Ochoa avanza parapetándose con cadenas de prisioneros obligados a caminar delante de la tropa. Por la tarde, entra en Oviedo. La mayoría de los prisioneros son asesinados en el acto o mandados al cuartel de Pelayo para ser fusilados. En la represión se distinguen los legionarios y los moros, que además de matar y mutilar a los prisioneros, incendia, saquean y violan. No son tropas aguerridas, pero los obreros no les pueden hacer frente desarmados. Los fusiles no sirven sin balas. Los obreros recogen las cápsulas cada vez que disparan para recuperar pero la medida no sirve de mucho. El frente se desplaza al El Berrón donde luchan los de La Felguera; los combatientes de Oviedo instalan su cuartel general en Las Cruces. Un nuevo Comité Provincial o Regional se constituye en Sama y cambia la consigna UHP por la de "PRP" (¿Partido Revolucionario del Proletariado?). Los anarquistas se comprometen a acatar sus decisiones pero rehúsan participar en él. No están de acuerdo con sus manera autoritarias y sus manifiestos sectarios con vivas a la dictadura del proletariado y al ejército rojo, porque son enemigos de cualquier dictadura y de cualquier ejército. Los comunistas aumentan su presencia en los nuevos comités con el fin de desacreditar a los socialistas y aparecer ellos como los verdaderos dirigentes de la insurrección. Una vez hecha la maniobra, no manifiestan gran interés en seguir luchando. Principalmente por eso los nuevos Comités de Sama y Mieres abandonan sus puestos, pero el de Pola de Lena, donde no hay comunistas, no deserta y mantiene el frente en Vega del Ciego. En los lugares donde no hay estados mayores ni ínfulas de ejército proletario, se lucha con más coraje y mayor eficacia.

El día 14 se continúa combatiendo en los alrededores de Oviedo bajo un intenso bombardeo. Cuando los aviones se retiran en busca de más bombas los avances del Tercio son detenidos y los legionarios son obligados a retroceder con relativa facilidad. A pesar de las atrocidades de las tropas los Comités no permiten represalias contra los prisioneros. Los obreros constatan con tristeza que están aislados y sin munición, a merced de fuerzas bien armadas cada vez más numerosas. comprenden que proseguir la lucha es un suicidio. Para el día 15 los frentes están paralizados por falta de cartuchos. Sólo queda dinamita. El día 16 los soldados toman Trubia y la fábrica de La Manjoya, y bombardean Pola de Lena con la artillería. El día 17 el Comité Regional de Sama se reúne con delegados de todos los Comités que quedan y acuerdan detener la lucha y utilizar la mediación de un teniente de la Guardia Civil prisionero. El fortín del monte Naranco, último reducto revolucionario en Oviedo, ha sido conquistado. Su única defensora viva, la joven de 16 años Aída Lafuente, prefiere sucumbir a rendirse. Al día siguiente los revolucionarios acuerdan dejar de hostigar a las tropas, liberar a sus prisioneros y entregar las armas a cambio de que sus vidas se respeten y de que las fuerzas del Tercio y Regulares no entre en la cuenca minera. El día 19 transcurre entre discusiones. Muchos obreros se niegan a rendirse y escapan al monte. Los que se consideran más comprometidos tratan de salvarse escondiéndose o huyendo. La Revolución ha costado mil vidas a los obreros por 300 de sus enemigos.

López Ochoa cumplirá su parte a medias. El periodista liberal Luis de Sirval fue asesinado por un capitán del Tercio descontento con sus reportajes. La información veraz tendrá su mártir. En el frente de Campomaness ocho heridos serán enterrados vivos. Y veintisiete trabajadores presos fueron sacados de sus celdas y torturados hasta la muerte. Sus cadáveres destrozados fueron encontrados en las escombreras de Carbayín. El día 24 llega el comandante de la Guardia Civil Doval, enviado por el Gobierno para dirigir la represión policial. La tortura en las comisarías y en las cárceles se pondrá a la orden del día. Cerca de cuarenta mil obreros irán a presidio en Asturias y en el resto del país. Los locales de las organizaciones obreras fueron clausurados y su prensa prohibida. Hubo varias condenas de muerte y algunas ejecuciones. Los obreros se habían enfrentado con éxito durante dos semanas a un enemigo infinitamente superior en número y en armas, demostrando el valor real del ejército español en manos de generales fascistas. Participaron 50.000 trabajadores en la insurrección, pero aunque dispusieron de 24.000 fusiles, sólo hubo municion para unos cuantos centenares. Enfrente tuvieron al ejército de África y a unos cuantos regimientos, sumando en total 26.000 soldados.

Las consecuencias de la Revolución de Asturias se hicieron notar en los acontecimientos posteriores. La derecha radical-cedista comprendía que para gobernar tendría que apoyarse en el Ejército. A fin de preparar un ejército gendarme a prueba de insurrecciones obreras, los militares más reaccionarios como Fanjul, Goded, Varela, Mola, el antiguo Director General de Seguridad bajo la Monarquía, fueron rehabilitados y ascendidos por Gil Robles, extremista de derechas que en mayo de 1935 llegó al Ministerio de la Guerra. Franco fue nombrado jefe del Alto Estado Mayor. Por su parte las dos facciones socialistas acentuaron su división y se enzarzaron en una lucha de poder. Los dirigentes de la UGT adoptaron un lenguaje maximalista pero puramente retórico. Solo la FTT, el sindicato socialista de los jornaleros, se radicalizó de verdad. La izquierda socialista rechazó la responsabilidad en los hechos de Octubre, brindando la oportunidad al PCE de reivindicar la insurrección como cosa suya y acaparar protagonismo postizo. El centro socialista de Prieto renunció definitivamente a los métodos revolucionarios y trató de repetir la coalición anterior con los republicanos, pero la izquierda socialista de Largo Caballero transformó esa iniciativa en un frente político y social que englobaba a los comunistas, a los pestañistas y al POUM. La invocación de Asturias sirvió esta vez para exhortar al proletariado a votar por el Frente Popular. La CNT no hizo campaña de abstención, como en las otras veces y recibió con los brazos abiertos a los escindidos. La UGT absorbió a los sindicatos que no quisieron volver al seno de la Confederación y a pequeñas centrales comunistas como la CGTU y la FOUS. La CNT proclamó en su congreso de Zaragoza la necesidad perentoria de una alianza con la UGT. Desgraciadamente dicha alianza, inicialmente materializada tras el 19 de Julio en colectivizaciones conjuntas o en comités de control obrero, se intentaría llevar a cabo por pactos entre burocracias amparados por el Estado, con lo que la unidad de la clase obrera se convertiría en un tópico ideológico sin contenido revolucionario y la Revolución Social se perdería de nuevo.

Miquel Amorós



Publicado en
: Miquel Amorós, Desde abajo y desde afuera. Editorial Brulot, 2007.

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Vídeos del 70 Aniversario de la Batalla del Mazuco

Vídeos de la exposición que se celebró en Llanes en octubre de 2007 para homenajear a los luchadores del Mazuco, organizada por el Foro por la Memoria de Asturias y la Federación Estatal de Foros por la Memoria





Fuente: Coses de Llanes.

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