El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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miércoles, marzo 28, 2007

Los mártires de Carbayín

Abortada la Revolución d'Ochobre por las fuerzas reaccionarias, se abre entonces una etapa de terror y represión, con el firme propósito de asfixiar el más mínimo aliento que le quedase al movimiento obrero asturiano. En este contexto, tuvo lugar el episodio de "Los mártires de Carbayín", uno de los más bárbaros de la historia de Asturias.

Entre los días 20 y 21 de octubre de 1934, la Guardia Civil y miembros del 32 Regimiento proceden a detener a varios hombres, todos ellos de la cuenca del Nalón, pero de militancias políticas y sindicales diferentes (comunistas, socialistas, cenetistas...), no había conexión entre ellos, algunos ni siquiera participaban en el movimiento obrero, como un partidario de la CEDA y otro que era melquiadista...

Son encerrados en la prisión convento de Ciaño, en el convento de Sama y en el sótano de la Casa del Pueblo de Sama. La noche del 24 de octubre, hacia las dos y media de la madrugada, fueron conducidos esposados a una camioneta (el tamaño de ésta determinó el número de asesinados: 24). A quien se atrevió a preguntar, se le informó que eran trasladados a la cárcel de Oviedo. Pero se les condujo a La Coruxona, en las cercanías del Pozo Mosquitera. La trama respondía a una venganza de la Guardia Civil, en revancha por los guardias caídos en el cuartel de Sama de Langreo. Lo premeditado de su acción lo demuestra el que las fosas para enterrar los cuerpos de los detenidos estuvieran excavadas con antelación en la zona de La Coruxona.

Cuando la camioneta llega a La Coruxona, los detenidos son apeados y atados con cuerdas. En medio de la oscuridad, son súbitamente masacrados con machetes y bayonetas. Para evitar los gritos, que ya se elevaban demasiado, los guardias los rematan a disparos. Tras acuchillar los cadáveres, los entierran en las fosas abiertas previamente antes. La noticia tarda un par de días en llegar a las familias. Cuando esto sucede, la Guardia Civil dispone que varios vecinos de Carbayín desentierren los cuerpos. Estaban salvajemente mutilados, algunos irreconocibles, a uno le faltaba parte del rostro, otro tenía el cráneo destrozado a golpes, la tierra en la boca de algunos indicaba que habían sido enterrados vivos.

Entretanto, cientos de mujeres enlutadas procedentes de toda la Cuenca, habían llegado hasta allí y observaban la escena desde los montes, gritando y llorando su dolor y la injusticia; ante la amenazante presencia de la Benemerita. La Guardia Civil se negó a entregar los cuerpos a sus parientes y se les enterró en la Fosa Común de Carbayín.Desde entonces y actualmente en el monumento erigido a su nombre tanto los vecinos como organizaciones políticas de izquierda han rendido tributo a los mártires de Carbayín como víctimas de la barbarie fascista. Desde la Fundación Juan Muñiz Zapico rendimos homenaje cada 24 de octubre a los Mártires de Carbayín y a la Revolución de Ochobre de 1934.

Fundación Juan Muñiz Zapico


Fuente: Todoslosnombres.

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domingo, marzo 25, 2007

Octubre de 1934: Recuerdos de un insurrecto


A lo largo de este artículo, Alberto Fernández narra diversos hechos vividos por él en la Revolución de Asturias de octubre de 1934. Al igual que estos dirigentes revolucionarios detenidos tras aquellos días, nuestro colaborador pagó con la cárcel su actuación política. Cuarenta años nos separan ya del levantamiento octubrino de 1934, que se haya estado de acuerdo con sus iniciadores o en contra de la insurrección, aún hoy se comentan apasionadamente —a veces injustamente— los acontecimientos trágicos vividos, presentes en el recuerdo de quienes, por razones de edad, se han alejado de toda actividad política o sindical.


Yo he sido un insurrecto. Así lo estimó el Consejo de Guerra en su tiempo y, de acuerdo con las leyes en vigor, como tal pagué lo que se llama mi «deuda a la sociedad». Combatí en compañía de miles de camaradas de la cuenca minera, resulté herido como algunos centenares, estuve en la cárcel como otros miles más. No hay, pues, nada de excepcional en la vida de un simple sublevado, cuyas acciones fueron debidamente sancionadas en su tiempo. A este aspecto puramente, exclusivamente personal, se le puede poner cruz y raya. Es pasado.

No obstante, como la mayoría de los asturianos y como otros muchos compatriotas de otras regiones, he sido, además, actor o testigo. Y como tal, pese al tiempo transcurrido, quiero aclarar algún que otro detalle, alguna que otra anécdota, todo ello en apariencia insignificante, pero que es, también, Historia. Y cuando algunos escribieron la de Octubre lo hicieron con pasión de combatientes de uno u otro bando en presencia, dejando de lado la veracidad histórica, cuanto no correspondía a su propia interpretación de los hechos, exagerando hechos, agrandando o disminuyendo figuras convertidas en leyendas, gestos convertidos en gestas. Tomemos, pues, como ejemplo, algunos hechos precisos de los que personalmente puedo dar fe.


LA RENDICION DEL TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL TORRENS.

En plena crisis no de Gobierno —había tantas...— sino de régimen, el Presidente de la República, a la sazón Don Niceto Alcalá Zamora, paseábase por tierras de Castilla. En Valladolid, inauguraba el Consejo Nacional de Riegos; en León, presenciaba unas maniobras militares dirigidas por el general López Ochoa. Así, hasta finales de septiembre, en que acudió, el día 29, al homenaje rendido en Salamanca a don Miguel de Unamuno. En ninguno de sus discursos don Niceto hizo referencia a la gravedad de la situación, cuando, desde los socialistas hasta José Antonio, anunciaban el aluvión. Unicamente una vez, hizo esta sorprendente afirmación:

—«Un horizonte diáfano y sin nubes en lo que queda de 1934».

Días después —una semana apenas— se producía el estallido, la terrible contienda que tuvo repercusiones extraordinarias en Asturias, aun cuando haya habido conatos, tentativas fallidas en otros lugares de fa geografía nacional.

El día cinco del mes histórico, a las dos de la madrugada, en la pequeña localidad de Figaredo y de boca del hijo mayor de Manuel Llaneza, recibí la orden de salir a la calle, orden que transmití al resto de comprometidos para la acción y que, la víspera, habían pasado la noche en vela esperando la consigna que no llegó. A las seis, cada cual estaba en su puesto, requisadas ya las armas en posesión, hasta entonces, de elementos derechistas de la localidad, más las de los guardas jurados de las empresas mineras desarmados sin resistencia de su parte. Y, como había previsto nuestro grupo —nuestros grupos, pues cada nueve hombres componían uno el mando de un responsable— se fue en dirección del pueblo de Ujo, del otro lado del río Caudal, considerando que los compañeros de Valdecuna y de Mieres se encargarían del Cuartel de la Guardia Civil de Santullano. Despacio, ya que los guardias de Ujo se habían parapetado del otro lado del río y tiraban sobre nuestra columna, logramos pasar el puente, haciendo retroceder a la patrulla en dirección del cuartel. Cuando llegamos a las cercanías de éste, nos encontramos con los compañeros de la localidad, a los que nos unimos y, hacia las siete, el cerco era total. Desde un principio empezó el tiroteo entre sitiados y sitiadores, los primeros habiendo creído, al principio, que se trataba de una huelga de tantas como había conocido en el pasado la cuenca minera, según confesión de uno de los guardias al autor de este trabajo. Yo, en compañía de un gigantón de Cuna, me metí debajo de un vagón de mercancías estacionado cerca del cuartel, frente a lá Estación del Norte,. para intentar lanzar, desde allí, paquetes de dinamita. Juan, mi compañero, salió de debajo del vagón y, cuando, en pie, iba a lanzar un paquete de explosivos, recibió una bala en el vientre, se plegó en dos, cayó al suelo y la dinamita estalló cerca de él. Fue el primer y único muerto en esta operación.

Más tarde, vista la resistencia de los guardias, mandados por el teniente Torrens, arreció el ataque, ya desde la parte trasera —la Estación del Norte—, ya por la parte delantera donde el cuartel estaba separado de los revolucionarios por una plazoleta. De repente, un joven socialista de Ujo, Amador, se lanzó en dirección de la puerta del cuartel y yo le seguí, por reflejo, sin tener en cuenta que era una operación suicida, lo que probaba nuestra inexperiencia en el arte de la guerra. Así estuvimos ambos, ante la puerta cerrada, durante algún tiempo y sin correr, en principio sin ningún peligro gracias al ángulo muerto, a menos, lo que no creíamos, que un defensor dejara caer una granada a lo largo de la ventana. Inesperadamente, a las nueve en punto de la mañana, se abre la puerta del cuartel —una de las dos puertas—. Sale el primero, pistola en mano, tomada por el cañón, el teniente jefe del puesto. Amador se precipita y toma el arma. Seguidamente, van saliendo los guardias, desarmados, que son detenidos por los revolucionarios. Amador y yo, entramos los primeros en el cuartel rendido. En aquel momento, ya rendida la guarnición, aparece un grupo de revolucionarios en medio de los cuales está Don José Sela y Sela, banquero, ex-alcalde de Mieres, al que los de Santullano, donde él vivía y en cuyo domicilio fuera detenido, traían para presionar a la guarnición mandada por Torrens. Demasiado tarde. Amador y yo, encontramos dentro del cuartel bombas de mano, varias cajas de municiones, tres de ellas abiertas pero casi llenas, varios fusiles en el suelo. Poco después todo este material fue requisado y enviado a los frentes. El lector se preguntará, extrañado, el porqué de estos detalles en apariencia sin importancia. La razón es que hemos leído en un libro, por los demás muy documentado, aparecido no hace mucho, afirmaciones como éstas:

1) Que el teniente Torrens se defendió heroicamente durante veinticuatro horas;

2) Que se vió obligado a rendirse por falta de municiones. Ignoro de donde viene la información, pero ésta es falsa en su totalidad. Acaso se encuentre aquí la razón del comportamiento ulterior de Torrens que se puso, voluntariamente, al servicio de los insurrectos. Creo, por referencias directas, es decir, por conversaciones con el citado oficial, que nunca tuvo la intención de hacer de su cuartel un Numancia, al contrario. Y no por que hubiera sido un cobarde.

LA RESISTENCIA DEL CENTRO CATÓLICO DE MOREDA.

La sumisión acabada, sin que hubiera en mi presencia malos tratos para con los guardias detenidos, nos reunimos algunos jefes de grupo y decidimos ir a apoyar a los moredanos quienes, al parecer, tenían dificultades con un grupo numeroso de falangistas y algunos otros adherentes al Sindicato «amarillo» de Madera Peña. Otros, se fueron hacia Mieres para ponerse a disposición del Comité revolucionario.

Efectivamente, un grupo de una veintena de falangistas, en su mayoría al menos, se habían atrincherado, bien armados (¿cómo, quién les había procurado las armas con anterioridad a la sublevación y para qué?), en el Centro Católico, de fácil defensa: por un lado, el río; por los otros tres, la plazoleta batida por los cercados. Sin embargo, la mayor parte de los historiadores dejan en blanco esta página de la Historia y olvidan la heróica resistencia de aquel puñado de hombres frente a centenares de mineros. También en este caso cabe preguntarse la rázón del silencio, que no se puede achacar al desconocimiento.

Los sitiados se batieron con valentía y tesón. Al atardecer del día cinco, varios insurrectos llegaron hasta la plaza acompañados de un sacerdote de edad, al que enviaron al Centro para parlamentar la rendición, prometiendo buen trato a los que se rindieran. El sacerdote, muerto de miedo (nada hay de despectivo ni de insultante en esta afirmación) avanzó en dirección de la puerta, que se abrió ante él. Entró, los sitiados no le dejaron salir y el combate continuó durante toda la noche, sin resultado.

Al amanecer del día seis se dió el asalto. Eran, aproximadamente, las seis de la mañana. Los sitiados salieron por puertas y ventanas, se lanzaron hacia el río para atravesarlo corriendo -allí es poco profundo el Aller-. Yo estaba entonces en el andén de la Estación de ferrocarril desde donde contemplé la caza al hombre. Vi caer, en medio del río, al pobre sacerdote. ¿Quién lo mató? Todos y nadie. Es decir: nunca se sabrá de qué arma o armas salió o salieron los proyectiles que le segaron la vida. No obstante, andando el tiempo, me encontré en la Cárcel Modelo de Oviedo, con tres hermanos -una hermana estaba en la sección de mujeres- todos ellos acusados de asesinato del sacerdote y por este delito condenados.

Cabe hoy rendir homenaje a los que se defendieron heróicamente tanto más cuanto que fueron adversarios desgraciados; murieron por lo que creyeron era una causa justa. Y, al mismo tiempo, poner de relieve como la Historia, caprichosamente, pasa de largo y echa sobre estos cadáveres el manto del olvido.

EL FRENTE DE VEGA DEL REY

Terminada ya la «limpieza» de esta parte de la zona minera, instaladas ya en los puestos de dirección las nuevas autoridades salidas del seno de las Alianzas Obreras (obreras y «campesinas» durante el corto período de predominio comunista en la organización provincial) que dirigían la insurrección, los correos y enlaces nos iban informando, cómo y cuándo podían, sobre la situación movediza de los frentes de combate. Los principales se situaban, al parecer, en Oviedo y sus cercanías, por un lado, y, por el otro, en la zona de Campomanes. Como este sector estaba más cerca de Moreda, decidimos, de acuerdo con el flamante Comité revolucionario de la localidad, ir hacia allá, carretera de León arriba. Estábamos disponibles y, sin estar seguros de que nuestro esfuerzo fuera necesario, nos presentamos en este frente sin línea contigua, fluido, sinuoso, incierto y peligroso. La idea resultó excelente y nuestra presencia fue aceptada con satisfacción por los que allí dirigían el combate. Hay que decir que «el mando» tenía la misma fluidez que las líneas entre adversarios. Era difícil saber quién era quién, lo que cada cual representaba y el sector del que era responsable. No podía, en realidad, ser de otra manera al segundo día de la revolución.

A nuestra llegada entramos en la batalla que se había iniciado hacia el mediodía del día seis, sin encontrar el mando unificado del sector; intervinimos en algunas escaramuzas en las que participaron, del otro lado, fuerzas de la Guardia Civil. El «frente» se convertía en una serie de encuentros sucesivos o paralelos. En algunos casos, los choques fueron violentos y, para nosotros no acostumbrados a la guerra, resultaron durísimos. Nos batíamos contra tropas bien pertrechadas, disciplinadas, bien mandadas (aun cuando la operación Boch haya dado los pésimos resultados que se conocen). El único punto débil de los gubernamentales era, probablemente, el que hubieran creído, al principio, que la sublevación no era sino una insignificante y desorganizada revuelta y no la decisión bien pensada, madurada, de conquistar el poder político en España. (Ahí están, para probar esta aserción, documentos y declaraciones oficiales del Partido dirigente de la insurrección, el P. S. O. E.). No sería justo el que los observadores de ayer y de hoy se mofen de nuestra insuficiencia. Sobre el papel, antes de lanzarnos a la calle, todo estaba previsto y estudiado... salvo lo imprevisible. Mas esta falla en el mando revolucionario fue subsanada por la combatividad, el espíritu de iniciativa, individual o colectiva según los casos, de los sublevados. Pero dejemos de lado consideraciones que pudieran parecer subjetivas para volver al relato propiamente dicho.

Llegada la noche del seis de octubre, se inicia un repliegue por nuestra parte. En cuanto a los gubernamentales, con temeridad rayana en la inconsciencia, avanzaron en dirección del lugar donde habrían de sufrir el humillante asedio de las bandas de mineros inexpertos en el arte de la guerra. Aún ahora, a los cuarenta años, examinando la situación de entonces, nos resulta difícil el comprender por qué las tropas, bajo el mando directo de un oficial superior, penetraron en aquel pozo que les hubiera podido servir de tumba colectiva en lugar de intentar ocupar las alturas de Santa Cristina y Ronzón. Nuestra táctica fue, precisamente, la de dejar venir al adversario, esperar a que estuviera en las peores condiciones para atacarle. Así nació lo que la Historia registrará como «el .frente de Vega del Rey», pueblecito minúsculo compuesto de un puñado de casitas a lo largo de la estrecha carretera, en el fondo de una valle cerrado, dominado por las posiciones antes citadas: en una de ellas una capilla que es una joya de arte, en la otra un viejo caserón señorial que sirvió de cocina y dormitorio a algunos combatientes de nuestros grupos.

Los sitiados, dándose cuenta, demasiado tarde, de la situación, atacaron, intentando abrir una brecha, proseguir su camino, romper el cerco; pero sus esfuerzos resultaron vanos. Soportaron también numerosas tentativas y algunos asaltos masivos de los milicianos. Obtuvimos entonces éxitos parciales, mal explotados, lo que pareció, no obstante, hacer mella en los soldados sitiados. Algunos, desde las avanzadillas que ocupaban y defendían, nos hacían séñas. como para indicarnos su deseo de rendirse; nunca supe, corno se afirmó entonces, si alguno se pasó a nuestras filas, pero, en conjunto, los hombres de Boch resistieron.

EL «BURRO DINAMITERO»

De todos los asturianos —y de muchos españoles— es conocido el episodio, anécdota cruel, acaso estúpida, que hiciera célebre el gran poeta Rafael Alberti. Un autor contemporáneo cuenta así la escena:

«A alguien, más cruel que luchador, se le ocurrió cargar unos asnos con unos bidones de gasolina y dinamita, prenderles una mecha, darles unos cuantos garrotazos, y enfilarlos rumbo a Campomanes. Los pobres acémilas emprendieron una veloz carrera pero ¡oh misterios del instinto!, al llegar a la bifurcación del camino se fueron todos a trotar hacia Pola de Lena que era donde tenían su pesebre. Al entrar en el pueblo, muy cerca de la iglesia, se produjeron las explosiones. Los daños fueron considerables, el vecindario y la milicianada corrieron de un lado para otro aterrorizados y... de los pobres asnos nunca más se supo» (F. Aguado Sánchez. «La revolución de octubre de 1934» Ed. San Martín. Madrid 1972).

Así se escribe la Historia. Lo malo es que nada hay de cierto en este relato. Lo puedo afirmar por la simple razón... de que fui yo uno de esos «crueles más que luchadores» que han participado en el hecho. He aquí, acaso por primera vez, la verdad escueta: No había varios burros sino un burro. No pudo irse camino de Campomanes, puesto que se le mandó prado abajo, en dirección de las casas de Vega del Rey, a unos metros, entre cien y doscientos, no más, y a partir de Ronzón. En medio del prado, es decir, entre los sitiados y nosotros, se descompuso el pobre asno, que fue abatido por los revolucionarios porque, a mitad del camino, el anirnal se volvió y empezó a subir en dirección de nuestras propias líneas. Entre este lugar y la villa de Pola de Lena hay kilómetros, muchas pendientes, por lo que hubiera sido necesario haberle puesto muchísimos metros de mecha, en previsión de esta huida. Y la que encendimos sobre el pobre acémila tenía solamente unas cuartas.

No se trataba tampoco de bidones de gasolina, sino de pipotes de vino vacíos que habíamos encontrado en la bodega del caserón señorial de Ronzón, en los que habíamos introducido dinamita y cascos de botellas, piedras, etc, algunos de los cuales habían sido lanzados anteriormente, rodando prado abajo, y que hacían un ruido impresionante al estallar ante los muros de las casas, pese a lo cual nadie levantó la bandera blanca de la rendición. Lo que sí creo recordar es el haber visto en la mirada de los testigos y de los actores del hecho cierta tristeza y, acaso también, el rencor por haberse dejado arrastrar por este juego cruel e insensato, aun cuando la víctima fuera un ser irracional...

LA MUERTE DE LOS REHENES. ENTRE EL ERROR Y LA CALUMNIA.

Amanecía el ocho de octubre. Hacia las siete de la mañana corrió el rumor de que los sitiados estaban dispuestos a rendirse. Desde la posición que yo ocupaba con mis compañeros de Figaredo, a lo largo del camino del caserón y la aldea, vimos una bandera blanca al lado de una de las casas; alguien dijo que los soldados habían impuesto la rendición a sus jefes «porque no querían tirar contra sus hermanos de clase» que «eran carne de su carne». Recelosamente, van apareciendo los insurrectos a lo largo del camino. Nosotros —yo entre ellos—, siguiendo a un pequeño grupo, avanzamos hasta entrar en contacto con los dos soldados que montaban la guardia al borde de la carretera. Varios compañeros pasaron al otro lado y, cosa que me llamó la atención y me causó gran extrañeza, a medida que pasaban iban dejando sus armas en manos de los centinelas. Al acercarme a ellos, uno me pidió la mía, amablemente y con la sonrisa en los labios. Mi reacción fue inmediata:

—No —le contesté—, los que os rendís sois vosotros. Tenéis que entregarnos las vuestras.

El interpelado, tranquilamente, tan amablemente, me contestó:

—Como usted quiera. Esas son nuestras órdenes. No podemos hacer otra cosa.
Me volví hacia los que me seguían:

—¡Es una encerrona! -les grite-. Vámonos hacia arriba.

Así lo hicieron. Pero una veintena de revolucionarios habían quedado en poder de los sitiados.

Cuando estábamos a medio camino empezó un fuerte tiroteo. Nunca se sabrá quién empezó, acaso los nuestros por haber descubierto la jugarreta. El caso es que los cercados se quedaron con los prisioneros incautos caídos en la trampa de la negociación, los cuales, una vez atados, fueron colocados en medio de la carretera. Astucia de guerra empleada antes y después. Nuestros compañeros quedaban entre dos fuegos. Eran las siete y cuarto de la mañana del día ocho y no el diez de octubre corno dicen algunos historiadores. Soy afirmativo: en aquel lugar y a esta hora resulté herido. Hay, pues, probablemente, un malentendido entre este hecho y algunas otras tentativas hechas, algunas de ellas, por el propio teniente Torrens, para intentar convencer a los sitiados de que se rindieran.

En un folletito publicado por el Gobierno de la República, a primeros de 1935, se dice que...:

«En uno de los intervalos de la lucha, los defensores de las casas sitiadas en Vega del Rey vieron avanzar prado abajo, al otro lado de la carretera, a un hombre vestido de paisano que llevaba una bandera blanca. Este hombre que, al principio creyeron era un casero de Ronzón (al venir de la parte de Ronzón no venía por el otro lado de la carretera otro error. Resultó luego ser otro individuo). El parlamentario se puso al habla con algunos hombres civiles que había en las casas sitiadas. Salió a parlamentar el propietario de Pola de Lena, señor García Tuñón, que se hallaba con los sitiados por haberle sorprendido allí los acontecimientos cuando regresaba de Valladolid. El emisario intimó a los defensores de las casas para que se rindieran: «Dígalo usted a los jefes de las fuerzas». «Los defensores son militares —contestó el señor García Tuñón— y no pueden rendirse».

Hasta aquí, como observará el lector, hay hechos inverosímiles dada la situación: un hombre solo, prado abajo, un civil que se adelanta a negociar cuando todo está —o debiera estar— en manos de los militares, el anuncio de la llegada de un tren blindado (que llegaría mucho más tarde). Una suspensión del fuego simplemente porque un hombre se adelanta a hablar «con algunos civiles» antes que con García Tuñón, éste que discute, habla y contesta en nombre de las tropas. Es una versión voluntariamente errónea, por no decir más, sin ningún valor histórico. Pero, veamos más adelante:

«Verificábase el parlamento en la misma carretera, a la puerta de las casas sitiadas. Habíase suspendido el fuego mientras deliberaban los parlamentarios. Pero los soldados, que seguían atentos a la defensa, advirtieron que, mientras se verificaba el parlamento, iban avanzando cautelosamente unos veinte hombres, provistos de bombas de mano, que, cuando se quiso advertir, estaban a la puerta misma del edificio (?) y rodearon a los parlamentarios. Algunos de ellos, considerando ganada la partida, se metieron en la casa (obsérvese con qué facilidad se llegaba hasta la o las casas donde estaba el general en jefe, pese a los centinelas) con una bomba de mano e inmediatamente les sujetaron. Sus compañeros fueron también hechos prisioneros y metidos en el interior de la vivienda».

«Se abrió el fuego inmediatamente y los que intentaron el golpe de mano quedaron prisioneros».


El embrollo para explicar lo inexplicable es mayúsculo, como se puede ver. Seguidamente, el citado folleto —oficial, no hay que olvidarlo— habla de «detalles dramáticos» para detenerse más adelante sobre «un detalle de generosidad».

«Era imposible tener en la casa a los prisioneros y, para poder moverse en aquel recinto estrecho, se decidió que los prisioneros fueran colocados en la parte de afuera, atados, y resguardados en la medida de lo posible... Así se hizo pero, como los rebeldes seguían tirando sobre los sitiados, los prisioneros, que se vieron en peligro, empezaron a gritar a sus camaradas diciéndoles: «No tiréis, camaradas, que nos vais a matar».

He aquí el «detalle de generosidad»:

«La furia de los asaltantes era tal que ni por consideración de que sacrificarían a sus compañeros se detuvieron. Hicieron una descarga cerrada y cuatro de los prisioneros cayeron mortalmente heridos. Entonces, los soldados defensores de la casa, exponiendo sus vidas, retiraron a los restantes prisioneros revolucionarios de aquel lugar, pues hubieran sido asesinados por sus propios compañeros de no retirárselos».

Yo, ya herido, testigo y actor, como tantos otros, guardo aún en la memoria los gritos angustiosos de los rehenes colocados, bien atados los unos a los otros, en medio de la carretera. Y afirmo, simplemente, que no hay nada de cierto en el relato gubernamental.

Otras cosas podría contar que desmoronarían aserciones malintencionadas, pero estas puntualizaciones eran necesarias como introducción a un trabajo más amplio que deberá ser hecho antes de que el tiempo haga su obra destructora y que la memoria de los hombres que participaron en aquel hecho histórico desfallezca. Es necesario ir terminando con esa manera maniquea de escribir los acontecimientos, colocando siempre a los malos de un lado y a los buenos del otro. Hubo actos de heroísmo por ambas partes, y en ambos lados condenables acciones individuales y colectivas.

Alberto Fernández


Publicado en: Tiempo de historia, nº17 (abril de 1976).
Fuente: Memoria Republicana.

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jueves, marzo 15, 2007

Anarquistas y socialistas en Gijón a fines del s.XIX

No se sabe bien qué o quién empujó al obrero metalúrgico Ignacio Martín a emigrar desde Cataluña hasta Gijón. Comenzaba el invierno de 1892 cuando Martín llegó a Gijón, disponiéndose a trabajar en la recién creada Fábrica de Moreda, fundada trece años antes en París. El gran taller utilizará el carbón extraído en la comarca del Aller para la producción de trefilería.

Cuando Martín llegó a Moreda, ya la Agrupación Socialista local había logrado implantarse en la ciudad. El año anterior, en 1891, Pablo Iglesias había enviado a la región a Eduardo Varela y Francisco Cadavieco para crear allí los primeros núcleos socialistas. Cadavieco encontró trabajo como cargador en los muelles de Gijón y en poco tiempo logró constituir la Agrupación Socialista de Gijón, en la primavera de 1892, ocho meses antes de que Martín pudiese ocupar su trabajo en Moreda.

Ignacio Martín procedía de Cataluña y era anarquista. No se conoce muy bien su ideario, pero sí que era un firme partidario de amalgamar la lucha anarquista con la acción obrera y enemigo acérrimo de subordinar la acción obrera a la acción política partidaria y al “tacticismo previsor” o de constituir una organización de lucha sindical o política jerarquizada, con sus comités decisorios y rígidos estatutos y procedimientos, tal y como preconizaba Pablo Iglesias y le seguían fielmente los socialistas gijonenses. Enseguida, Martín inició su labor de difusión doctrinal, en primer lugar entre sus compañeros de trabajo en Moreda. Con gran sorpresa de los socialistas, ya organizados, la palabra de Martín caló con gran ímpetu en los medios obreros.

Manuel Vigil, a la sazón líder de los dirigentes socialistas asturianos, también obrero metalúrgico, tuvo que enfrentarse a Martín en varios actos públicos de propaganda. Los trabajadores imponían esas controversias, que servían para clarificar los planteamientos generales y valorar propuestas concretas. En esos debates, Martín insistía, con gran desesperación de los socialistas, en que la organización obrera habría de ser federal y fundamentada en el libre pacto, que la centralización y los comités jerarquizados perjudicaban la acción reivindicativa, que la libertad individual y la autonomía de las sociedades federadas lo eran todo, que las luchas empeñadas, basadas en la acción directa y no múltiple, debieran dirigirse hacia la transformación social y el comunalismo y no a la participación en el juego o poder político, que inevitablemente terminaría poniéndose del lado de los poderosos.

Los socialistas, cada vez más nerviosos al observar que perdían el apoyo de los obreros de Gijón, reaccionaron de mala manera.

El propio Manuel Vigil dirá poco más tarde: “Llegó un refuerzo para la hueste anarquista. Un tal Martín, que como todos los pedantes fue una calamidad […] hasta que obligado por las autoridades marchó del pueblo dejando ya casi terminada su obra de desorganización obrera. Gracias a la ignorancia de los obreros, y al charlatanismo del citado ácrata Martín, los anarquistas se hicieron casi dueños de la Fábrica de Moreda y Gijón, que constituyeron diversas sociedades […]”
Silencia Vigil -aunque se trasluce con gran nitidez de su amargo escrito- la verdad de los hechos, bastante más penosa de lo que él dice. Para desembarazarse de tan eficaz competidor, los socialistas intrigaron ante las autoridades políticas locales a fin de que expulsasen a Martín de la ciudad. Acusado de agitador, fue obligado a abandonar Gijón por orden gubernativa. Tenía razón Martín. Al final, los políticos entre ellos se entienden y usan de las mismas tácticas.

Sin embargo, en esta ocasión, no les valió de mucho. Pese a que la presencia de Martín en la ciudad portuaria fue muy breve, ya el árbol anarquista entre los obreros de Gijón había arraigado lo suficiente como para transformar en poda vigorizante lo que otros querían fuese mutilación.

Durante los seis años siguientes, entre 1893 y 1899, los obreros de Fábrica Moreda discutieron apasionadamente sobre la mejor táctica sindical. Aunque todos conocían muy bien su enemigo de clase, no todos coincidían en el mejor modo de batirlo. Unos, los más, seguían confiando en la “huelga reglamentaria” propugnada por los socialistas. Otros, todavía los menos, propugnaban la “huelga organizada según los principios anarquistas de solidaridad, autonomía y federalismo”. Con todo, la viveza del debate no lograba dar el paso a la movilización general, ya que los obreros desconfiaban de sus fuerzas para afrontar los despidos masivos con que eran amenazados al menor síntoma de rebeldía. Mientras las autoridades civiles detenían y deportaban a los obreros más activos, los empresarios elaboraban listas negras con los nombres de quienes serían despedidos, caso de declararse en huelga.

Sin embargo, la movilización llegó. En 1899, los salarios seguían congelados desde la crisis de la siderurgia asturiana en el 84-85 y la jornada se prolongaba hasta 12 horas, a un ritmo intenso que provocaba numerosos accidentes. Y este fue el detonante. Aunque los anarquistas mantuviesen en Moreda un núcleo muy activo, carecían de representación suficiente como para asumir la organización de una huelga. Por ello la convocaron los socialistas por “la jornada de ocho horas, la subida de salarios y la mejora de las condiciones de trabajo, que correspondía ofrecer a la empresa”. Desde el primer momento, los convocantes impusieron su táctica “reglamentista”. Constituyeron un Comité de la sociedad obrera “La Cantábrica” (socialista), que se dispuso a negociar con la empresa y llevar el control del movimiento huelguístico. Los obreros se reunían en asambleas y el Comité, al tiempo que informaba de sus gestiones ante la empresa, dictaba las normas a seguir en los días inmediatos.

A medida que iban pasando los días de huelga, los debates se hacían más vivos y aumentaba el número de los que urgían a intensificar el paro. Por su parte, los socialistas, cada vez más moderados, temían que el conflicto se les fuese de las manos y “aconsejaban entrar en negociación con la empresa, incluso a riesgo de reducir la tabla reivindicativa. Finalmente, fue eso lo que decidieron: firmar una subida salarial y renunciar a las ocho horas y a la modificación sustancial de las condiciones de trabajo y seguridad.

Satisfechos, se dirigieron a los obreros para reclamar la vuelta al trabajo. A medida que se iban conociendo los entresijos del pacto, lo que primero fue un sordo rumor pronto derivó en grave tumulto. ¡Claudicación!, se oyó gritar. ¡Las ocho horas!, gritaban otros. El alboroto subió de tono cuando uno del Comité señaló, como un elemento a valorar del pacto, el “que la empresa hubiese renunciado a efectuar despidos y practicar la selección de contratos sobre los huelguistas más destacados”. Un obrero le increpó a gritos: “¿Es que ahora eres tú quien nos amenaza? No contentos con birlarnos las ocho horas, ahora tratáis que traguemos tan vergonzoso pacto convirtiéndoos en colaboradores de la empresa y agentes de sus amenazas”.

Pese a la rabia de muchos, la asamblea decidió la vuelta al trabajo. Por un tiempo, los socialistas creyeron haber obtenido un importante triunfo, pero no era así. Aunque los obreros de la siderúrgica, siguiendo las consignas del comité socialista, se incorporaron al trabajo, la discusión en torno a la experiencia sindical vivida se mantuvo, ahora más encrespada que nunca. ¿Qué representa para los trabajadores la demanda de la jornada de ocho horas? ¿Es legítimo renunciar a ella por una subida salarial? ¿Qué criterios organizativos y sindicales deben seguir los Comités? El Comité de Fábrica Moreda, dominado por los socialistas, había ofrecido su respuesta a estas preguntas con el pacto suscrito con los empresarios. Ahora, apenas un año después, le tocará el turno a los anarquistas.

La empresa de litografía Moré Hermanos era un taller modélico. La calidad de sus planchas era internacionalmente reconocida. Sus doscientos obreros estaban dirigidos por técnicos y maestros centroeuropeos muy prestigiosos en su oficio. Sin embargo, la independencia de Cuba asestará un duro golpe a la empresa, al perder como clientes las grandes fábricas de tabaco, cuya fuerte demanda de vitolas y cajas representaba una importante carga de trabajo. Ante esta crisis, los propietarios plantearon la necesidad de despedir parte del personal.

Los obreros se negaron a aceptar los despidos e hicieron un llamamiento a la recién creada sociedad obrera “Artes Gráficas” que incluía la mayoría de los litógrafos, tipógrafos y encuadernadores de Gijón. Contra el parecer de los socialistas -que consideraban que el paro en favor de los obreros de Moré vulneraba lo prescrito en el cauteloso reglamento ugetista-, la sociedad “Artes Gráficas” decidió apoyar a sus compañeros de oficio, pero con la condición de incorporar a las reivindicaciones la “jornada de ocho horas, la subida salarial, el control de los contratos y ciertas condiciones de trabajo”. Prácticamente, la misma tabla con la que había comenzado el año anterior la huelga de Moreda, pero ahora agravada por la amenaza directa del despido masivo en Moré.

Desde el primer momento, los anarquistas hicieron un esfuerzo propagandístico sin precedentes. Tan irrenunciable era el trabajo para los de Moré como la conquista de las ocho horas para todos. ¡Ambas peticiones son la misma! ¡Habrá trabajo para todos ellos si imponemos las 8 horas!, insistían los anarquistas.

Por su parte, la empresa pretendió continuar con las labores de carga y descarga de material en el taller, pero los grupos obreros se lo impedían. Moré pidió protección a la Guardia Civil, que tuvo que vigilar la industria e incluso el domicilio particular de los propietarios.

Finalmente, ante la prolongación y firmeza de los huelguistas, a finales de abril, la empresa se vio obligada a aceptar las exigencias obreras. Se habían conseguido las ocho horas para todo el sector, el control obrero de las horas extraordinarias, la subida generalizada de salarios y la renuncia a los despidos. El final de la huelga, que coincidió con el 1° de Mayo de 1900, fue celebrado con extraordinario entusiasmo por la clase obrera gijonense. La acción sindical libertaria y el final exitoso de la movilización en Litografía Moré destacó todavía más la claudicación del Comité socialista de Fábrica Moreda el año anterior, así como el entreguismo de la filosofía sindical, moderada y reglamentista de la UGT, capaz de abandonar a su suerte a los despedidos de Moré y la solidaridad de clase por cuestiones de oportunidad organizativas, expresamente recogidas en su reglamento. Por muchos años del nuevo siglo que pronto comenzará, el anarcosindicalismo predominará en amplios sectores laborales de Gijón.

M. Genofonte


Publicado en: La campana, 2ª época, números 127, 128 y 129 (enero de 2000).
Fuente: Ateneo Virtual de "A las barricadas".

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domingo, marzo 11, 2007

Aquilino Moral

Semblanza de Aquilino Moral (1896-1979)

El 16 de febrero de 1979 falleció en La Felguera (Asturias) nuestro compañero Aquilino Moral Menéndez, militante de la CNT y del POUM. Su entierro constituyó una impresionante manifestación de duelo, a la que se asociaron casi todas las organizaciones obreras de la región. Su féretro fue llevado a hombros por sus camaradas y amigos más íntimos desde su casa hasta el cementerio de Pando, donde Aquilino reposará para siempre.

Aquilino Moral tenía ya 85 años. Pero ni él ni nadie de los que convivían con él pensaban que el fatal desenlace pudiera producirse tan pronto... No hay aquí la menor paradoja. Aquilino era un hombre de una enorme vitalidad. Pese a sus años, había conservado una lucidez excepcional, una memoria prodigiosa y un entusiasmo que le envidiaban no pocos jóvenes.

La prensa asturiana ha destacado en diversas notas y artículos sus cualidades humanas, su significación sindical y política y su valor militante. La Voz de Asturias ha recordado que "semanas antes de su muerte, pegó pasquines y repartió octavillas y manifiestos a la salida de los turnos de Duro Felguera". El mismo periódico, en el que Aquilino colaboraba con artículos "mal hilvanados", según afirmaba sin pretensión alguna, ha dicho también que, enfermo en la cama, aprovechaba para dictar a una nieta suya el trabajo que sobre Melquíades Álvarez [el político republicano que, tras una evolución derechista, llegó a estar relacionado con el levantamiento militar del 17 de julio de 1936] y otras personas pensaba publicar en el Portafolio de San Pedro. En este álbum literario aparecía siempre con puntualidad su trabajo sobre el ayer felguerino. Y es que aquel ayer no se le había olvidado.

Aquilino Moral era un obrero de La Felguera, esa ciudad que tanto representa en la historia de las luchas sociales de España. Pertenecía a esa generación de militantes que se forjó en el potente movimiento obrero asturiano de los años 1915-1930. Un proletariado "profundamente reflexivo que detesta la aventura" pero que sabía mejor que nadie preparar y organizar las grandes batallas (huelga general de 1917, revolución de octubre de 1934, etc.), como analizó magistralmente Joaquín Maurín, al que, por cierto, Aquilino Moral, al igual que otros valiosos militantes astures, se sintió muy ligado durante largos años.

Es completamente imposible resumir en un breve artículo los rasgos más salientes de los setenta años de vida militante de Aquilino Moral. Pero si hay un periódico en el que se debe rendir homenaje especial a Aquilino, éste es, ante todo y sobre todo, La Batalla. En efecto, si bien nuestro entrañable compañero colaboró en numerosas publicaciones obreras a lo largo de su vida, su firma apareció con asombrosa regularidad en nuestro periódico desde el año 1922, es decir, desde su fundación. Y ahora podemos decir ya sin problemas que Aquilino Moral, utilizando el seudónimo de Mario Guzmán, fue el mejor y más fiel corresponsal de La Batalla en los años 1960-1972. Basta echar una ojeada a los números de nuestro periódico de aquellos años para darse cuenta de la valiosa contribución que nos aportó Aquilino y de todo cuanto hizo para popularizar las luchas de los trabajadores asturianos. Sin embargo, hay que añadir que Aquilino fue también el mejor organizador de la difusión de La Batalla, de Tribuna Socialista y de toda la literatura política del POUM en Asturias durante los últimos quince años de la dictadura franquista.

Durante estos quince años, por decisión del CE del POUM, tuve la suerte de mantener una relación muy estrecha con él. Nos escribíamos casi todas las semanas. Él era, en general, mucho más diligente que yo en la transmisión de informaciones y documentos. Estos días, pensando en él, he vuelto a leer algunas de sus cartas de los años duros con una intensa emoción. Ello me ha permitido revivir la huelga general asturiana de 1962, que tanto influyó en la evolución del movimiento obrero y del país, los demás conflictos y luchas de los años siguientes, la fundación y el desarrollo del FUSOA (uno de los organismos de solidaridad más eficaces que hubo por entonces en España y al que el POUM aportó, directa o indirectamente, una ayuda considerable); la creación, la lucha y la dispersión del CRAS (Comunas Revolucionarias de Acción Socialista), animado por Luis García Rúa, los avatares de Gesto de Gijón y la organización del comité de solidaridad y de lucha de Asturias. Aquilino intervino en todos estos organismos y en todas estas actividades con una constancia ejemplar. Al propio tiempo, fue secretario de la organización clandestina de la CNT y tuvo la suerte de presidir el primer mitin público de ésta que se celebró en España, en 1976, donde afirmó su fidelidad a la CNT y su condición de militante del POUM, cosas de las que siempre se había enorgullecido.

La prensa asturiana ha destacado sobre todo su calidad de militante sindicalista. Nosotros tenemos la obligación elemental de evocar que Aquilino Moral fue uno de los primeros militantes de Asturias que se solidarizaron con la oposición comunista de Maurín, que figuró entre los fundadores del Bloque Obrero y Campesino en esa región, junto con aquellos camaradas inolvidables que fueron Benjamín Escobar (principal responsable del célebre Sindicato Único de Mineros), Marcelino Magdalena, José Prieto y tantos otros. En 1935, cuando se fundó el POUM, Aquilino, Escobar, Magdalena, Prieto y Grossi coincidieron en la misma organización con Emilio García, Agustín Lafuente, Ignacio Iglesias y todos los compañeros procedentes de la Izquierda Comunista. Durante la Guerra Civil y la revolución, Aquilino, como todos, tuvo que hacer frente a las calumnias y a la represión estalinistas, de las que pudo protegerse por su militancia y su prestigio en la CNT. Encarcelado por los franquistas tras la caída de Asturias, fue a parar a la prisión de Burgos, donde permaneció hasta 1941. Liberado, fue uno de los primeros organizadores del movimiento obrero asturiano en los años más duros y sangrientos y no interrumpió jamás su actividad hasta su muerte.

Fuertemente preocupados por las consecuencias que podía tener su infatigable actividad, le hicimos venir a París tres o cuatro veces. Charlamos con él largamente sobre los problemas de Asturias; le incitamos a ser más prudente, pues nos angustiaba que, a su edad, pudiera ir de nuevo a la cárcel y ser objeto de los malos tratos policiales habituales en aquellos años. Cuando le dijimos que ciertas tareas eran más propias de los jóvenes que hombres como él, nos contestó, rotundo, que él "no era viejo". Nos asombró, como a todos, su memoria privilegiada. En una ocasión explicó con un lujo impresionante de detalles el desarrollo del célebre congreso de La Comedia, celebrado por la CNT en 1919 en Madrid, donde Aquilino conoció a Maurín, a David Rey y a Nin. Recordaba los nombres y apellidos de los principales delegados y hasta fragmentos de los discursos que habían pronunciado. Impresionados por ello, le incitamos a que escribiera sus memorias, cosa que hizo poco después. Pero por motivos sobre los cuales no queremos extendernos, tales memorias no se han publicado todavía.

En los últimos años, Aquilino Moral fue visitado por infinidad de profesores y estudiantes interesados por la historia del movimiento obrero. Todos obtuvieron de él informaciones de primera mano y todos salieron de su casa orgullosos de haber podido conocer a uno de los militantes más representativos de una generación extraordinaria del movimiento obrero asturiano.

Nosotros, sus camaradas, sus amigos de los días ingratos, le profesábamos un afecto difícil de explicar. Era, para todos, un ejemplo de voluntad, de combatividad, de generosidad y de coraje. La simple presencia de este obrero metalúrgico que se había forjado a través de largos años de lucha, constituía una especie de aliento permanente, de incitación a perseverar en medio de todas las dificultades y por encima de todos los abandonos. Su muerte ha sido un duro golpe para nosotros. Ya no volveremos a charlar con Aquilino. Mas nos queda el consuelo de que pudo ver el fin de la dictadura franquista y asistir al renacimiento del movimiento obrero. Y nos queda la lección de su vida, que fue una lucha constante, sin pausas ni treguas, por la emancipación de la clase obrera y la victoria del socialismo auténtico. Todos los que le conocieron saben que esto significa mucho. Pero nadie lo sabe tan bien como los que tuvimos la suerte de ser sus camaradas y sus amigos participando, de una forma u otra, en el combate admirable de su existencia ejemplar.

Wilebaldo Solano

Extraído de: Fundación Andreu Nin.

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miércoles, marzo 07, 2007

Comunicado de las Agrupaciones Femeninas Antifascistas

Publicado en El Noroeste del 27 de noviembre de 1936

Al compañero gobernador de Asturias y León y al compañero alcalde del Ayuntamiento Popular de Gijón.

Las Agrupaciones Femeninas Antifascistas de Gijón, en reunión extraordinaria celebrada el día 12 de noviembre, han discutido profundamente todos los problemas que la guerra civil que estamos sosteniendo plantea a los organismos directores de la vida política y económica, así como también aquellos encargados de dirigir todas las actividades militares propias de la guerra, acordando:

Que siendo una necesidad primordial reconocida por todos el normalizar e incrementar rápidamente todas las faenas de la producción. Que siendo imprescindible el que urgentemente se pongan en marcha a ritmo acelerado todas las industrias básicas de nuestro país y concretamente de nuestra Asturias, pensando lógica y justamente que aquellas industrias metalúrgicas que sean aptas de transformar en industrias de guerra han de ser utilizadas para dichos fines, nosotras, las mujeres antifascistas de Gijón, nos ofrecemos desinteresada e incondicionalmente a ocupar los puestos que se nos designen dentro de las industrias o en aquellos lugares donde se interpreten por parte de los organismos responsables que hemos de rendir mayores beneficios a la gran causa que estamos librando.

Nuestro mayor deseo es contribuir ampliamente, en la medida de nuestras fuerzas, a que las necesidades de los frentes estén cubiertas suficientemente. Nosotras pretendemos que nada falte a nuestros camaradas que luchan heroicamente en los campos de batalla. Allí están nuestros padres, hermanos e hijos y por ellos y por todo el pueblo liberal, queremos trabajar y luchar en la forma que se nos marque.

También pedimos, por si llega a ser necesaria nuestra ayuda eficaz en los puestos de vanguardia, ya que hemos analizado a medida de nuestros escasos conocimientos la guerra cruel que estamos librando contra un enemigo no sólo en el terreno nacional, sino que internacional, se nos aprenda el manejo de las armas y todo cuanto sea preciso en este caso concreto.

Conocemos la experiencia de la Unión Soviética del año 1917, en aquella histórica fecha también las mujeres rusas, cuando sus compañeros luchaban con las armas en la mano para liberarse del capitalismo rapaz e implantar una sociedad libre, supieron acudir consciente y valerosamente a las fábricas, a los talleres, a las industrias, etc., a todos los centros de producción para impedir que la vida económica del país se paralizara y acarreara graves peligros para el régimen naciente.

En su situación estamos nosotras hoy. Sabemos cuánto significa esta guerra para todo el pueblo español, principalmente para nosotras, las mujeres. Entendemos que de esta magnífica lucha ha de salir triunfante nuestro anhelo de emancipación económica. Y como pretendemos esto, nos damos también perfecta cuenta de cuál es nuestro deber. Nuestro deber es el de contribuir con todas nuestras fuerzas, trabajando de una manera tenaz y constante, para que el aplastamiento de nuestros verdugos de siempre se realice rápidamente y a costa de la menor cantidad de sangre proletaria.

Esperando ser atendidas en nuestros deseos quedamos vuestras y de la causa popular.

Por las Agrupaciones Femeninas Antifascistas.La presidenta.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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domingo, marzo 04, 2007

Manuel Sánchez Noriega "El Coritu"

Manuel Sánchez Noriega nació hacia 1890 en el concejo de Cangas de Onís, aunque otras versiones le hacen natural de la zona de Peñamellera. Como otros muchos habitantes de la región emigró a México cogiéndole de lleno los peores momentos de la revolución en el país azteca. Según sus propias palabras, Sánchez Noriega ejercía como tratante de ganado en el norte, y allí se enroló en las unidades irregulares de caballería del general Francisco Villa.

Regresó a España con algunos fondos y se dedicó de nuevo a su profesión de comerciante de vacuno, ingresando en el Partido Socialista. Su principal campo de trabajo era la zona central de Asturias, en las fronteras con Santander y León, por lo que al comenzar la guerra civil su conocimiento del terreno y su fama de “macho” le convirtieron en el jefe de los grupos de voluntarios que conservaron la zona de los puertos de León.

Sánchez Noriega, al que apodaban “El Coritu”, tenía una personalidad ostentosa y le gustaba la fama, por lo que se fue formando sobre su persona una leyenda que él mismo alimentaba. Corrían rumores de que Villa le había encargado comprar armas en Europa y que había vuelto a España apropiándose de los fondos, que fue oficial con Villa y que había matado a mucha gente en duelo. Lo que sí era cierto es que su chófer y guardaespaldas era un tipo mexicano cien por cien al que conocían como “El Chingao”, que andaba cargado de armas y cananas y que había venido de México con “El Coritu”.

Lo de su participación en las luchas con Villa debía ser cierto, ya que la operación más brillante del “Coritu” (al que la transformación de las milicias había convertido en flamante comandante de brigada con tres batallones a sus órdenes) fue una incursión en la zona de Valdeón que los participantes bautizaron como la “gran cabalgada”. Un grupo de exploración a las órdenes directas del “Coritu” atacó el depósito de ganado de la zona nacional en Valdeón y se llevaron todos los animales allí concentrados. Con disparos y explosiones causaron una estampida en el ganado que, una vez encauzado, y a toda velocidad, fue trasladado por las rutas de montaña hacia Cangas, donde se habilitó, a la entrada de la villa, un gran prado en el que se clasificaron los cientos de cabezas robadas en León, que fueron al poco tiempo repartidas en los distintos sectores de los frentes asturianos.

El “machismo” proverbial del “Coritu” motivó frecuentes altercados con otras unidades, altercados que llegaron a causar incidentes, a los que echó tierra Belarmino Tomás, como presidente del Consejo Soberano. Uno de los más significados se dio con las unidades vascas.

Después de la caída de Santander, la Brigada Vasca se estableció en la zona de Cangas de Onís, en donde estuvo unos días de descanso. Dependientes de su aprovisionamiento del depósito instalado en Cangas de Onís, el jefe de la brigada envió unos camiones a por gasolina. A los conductores vascos les explicaron en el almacén que era necesario un vale firmado por el “Coritu” y se dirigieron a su Estado Mayor, instalado en un antiguo caserón a las afueras de la villa. El “Coritu” no sólo no les dio el vale necesario, sino que además insultó a los conductores vascos llamándoles cobardes y traidores, responsables de la caída de Bilbao y mentándoles la madre “a la mexicana”.

Los conductores dieron parte a su jefe y entonces fue una comisión vasca a pedir explicaciones de los insultos. Formaban el grupo el mayor Cristóbal Errandonea y Ricardo Gómez, jefes de división, el capitán Tacho Amilibia y el diputado socialista Miguel Amilibia. Al pedir explicaciones al irascible “Coritu” se encontraron con que éste les repetía los mismos insultos a grandes voces. Tacho Amilibia reaccionó por las malas y de un tortazo sentó al “Coritu” en el suelo. Éste salió corriendo a la sala de la guardia, se apoderó de un fusil Mauser y empezó a disparar contra el grupo vasco, que corría a toda prisa por los prados cercanos en un auténtico maratón. Por suerte los disparos del “Coritu” no alcanzaron a nadie, mientras que el diputado Amilibia trataba de poner un poco de paz a la situación. El resultado del incidente fue que el “Coritu” dio parte de la agresión sufrida a Belarmino Tomás y se empeñó en que se juzgase a su atacante por el Código de Justicia Militar, por agresión a un superior, y no hubo forma de apearle de la burra. El capitán Amilibia tuvo que andar medio escondido entre las tropas vascas hasta que consiguió huir de Gijón en la catástrofe final.

Su carácter violento e impulsivo se manifestaba no sólo con los extraños, sino también con sus propios amigos. Su principal hombre de confianza era Remigio Arduengo, que como él, había estado muchos años en México y que fue uno de los principales organizadores del robo del ganado en la zona de Valdeón. Arduengo tenía fama de ser buen tirador de pistola y era tan “bocón” como el “Coritu”, con el resultado de que ambos acabaron discutiendo y rompiendo la amistad. Cierto día se encontraron delante del Ayuntamiento de Cangas de Onís al pasar el “Coritu” en su coche. Se detuvo éste y salió con la pistola en la mano insultando a Arduengo. Remigio desenfundó su arma y se dirigió al coche contestando a los insultos. A medida que se acercaban, ambos iban bajando la voz, mientras los espectadores buscaban refugio para apartarse del inminente tiroteo. Ya junto al coche hablaron un rato en voz baja y acabaron por darse la mano y marcharon cada uno por su lado, con lo que la tragedia quedó reducida a sainete.

El “Coritu” era hombre de gestos espectaculares, pero en el fondo una buena persona. Abundan sus rasgos con los soldados heridos, llegando a descalzarse él y descalzar a sus oficiales para entregar las botas a soldados que no las tenían y su coche se empleó muchas veces como ambulancia improvisada para trasladar al hospital a los congelados. Lo que no era obstáculo para que emplease su vehículo oficial para sus animadas juergas.

En una ocasión el coche conducido por Luciano González, empleado del departamento Comercial del Gobierno, tuvo que frenar para no estrellarse contra el coche del “Coritu”, que cayó al río. El mayor Sánchez Noriega salió dando gritos y empuñando la pistola, mientras de su coche salía también su chófer y dos mujeres. A los gritos, González contestó que había una orden del jefe militar de la zona prohibiendo transportar mujeres en coches militares, con lo que los gritos del mayor, que era el firmante de la orden, se acabaron y allí no pasó nada.

A Manuel Sánchez Noriega se le debe la salvación de la imagen de la Virgen de Covadonga y de las joyas. Él envió la Santina a Gijón, de donde más tarde fue trasladada a Francia por Eleuterio Quintanilla, y gracias a su gestión pudo volver al santuario finalizada la guerra.

Su actuación para con el personal civil fue más que correcta, ya que se ocupó de evitar represalias contra conocidos derechistas de la zona de Onís. Ante la propaganda oficial franquista de que sólo los culpables de delitos de sangre pagarían, Sánchez Noriega se creyó sin problemas pero aceptó el salvoconducto de Belarmino Tomás y se embarcó en el mismo pesquero en que huían Arturo Vázquez y Lucio Deago entre otros jefes. Interceptados por el Cervera, fueron conducidos al campo de concentración de Camposancos en Pontevedra. Al “Coritu” le trasladaron a Asturias y después de un consejo de guerra sumarísimo fue fusilado en Gijón.

Juan Antonio de Blas


Publicado en: Historia general de Asturias, tomo X: La Guerra Civil (2ª parte); VVAA. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Extraído de: Frente Norte.

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viernes, marzo 02, 2007

Conociendo a los mineros asturianos

Mineros y cárceles hace más de cuarenta años

A partir de 1958, tuve la oportunidad de conocer a los míticos mineros asturianos, primero en la célebre Cárcel de Carabanchel –Prisión Provincial de Madrid, en la terminología Oficial– y unos meses después en el famoso Penal de Burgos, o Prisión Central de Burgos. Antes de profundizar en tal conocimiento, quiero tratar primero del contexto histórico en el que se desarrollaron en Asturias las huelgas mineras.

Después de que se produjo el colapso –en Octubre de 1937– del frente republicano del Norte, que comprendía Asturias, una parte de la provincia de León y otra parte de la provincia de Santander, se produjo el fenómeno de los huidos al monte. Sólo una pequeña parte de las fuerzas republicanas pudo huir a Francia, sorteando en pequeñas embarcaciones el bloqueo de la costa asturiana ejercido por la Flota franquista. El grueso del Ejército Republicano tuvo que emboscarse en los montes asturianos por temor a las represalias franquistas que amenazaban con la ejecución o penas de muchos años de prisión en condiciones dantescas. La cordillera cantábrica, ofrecía en Asturias grandes posibilidades, no sólo por lo y el terreno sino también por el seguro apoyo de la población civil. En una primera etapa el combate de los refugiados en el monte, la lucha fue meramente defensiva, pero gradualmente, impulsados por cuadros políticos llegados desde Francia, la lucha fue adquiriendo un carácter ofensivo, constituyendo la contribución asturiana a la lucha contra el fascismo en España, mientras duró la Guerra Civil Española, y a la lucha contra el nazifascismo durante la II Guerra Mundial. En la lucha guerrillera en Asturias, destacaron algunos combatientes de origen minero y ello contribuyó a la leyenda de los mineros asturianos que ya se había iniciado con su insurrección revolucionaria de Octubre de 1934.

La lucha guerrillera en Asturias, tuvo diversas vicisitudes y se prolongó hasta comienzos de la década del cincuenta. Esta actividad guerrillera asturiana originó una fortísima represión tanto en los cuartelillos de la Policía Armada como en los cuarteles de la Guardia Civil. Al propio régimen franquista le pareció insuficiente la represión por las fuerzas policiales clásicas. Por ello, la reforzó utilizando, con carácter extraordinario, una Unidad de la Legión Extranjera y un Tabor de Regulares. Tal reforzamiento especial de la represión, que se prolongó durante años, no propició la utilización en Asturias de otras formas de la lucha social proletaria. De ahí el retraso que sufrió en Asturias en la lucha social y el consiguiente retraso respecto a otras regiones españolas. Así se explica como el 1º de Mayo de 1947 tuviese lugar en Vizcaya, la primera gran acción proletaria, con una Huelga General en la que participaron 200.000 metalúrgicos. Tal huelga, tuvo desde el primer momento un neto carácter político ya que, en principio, sólo estaba convocada para durar 24 horas, conmemorando la festividad obrera del 1° de Mayo. Sin embargo, en la práctica, se prolongó más de una semana debido a la torpeza del entonces Gobernador Civil de Vizcaya, el llanisco Genero Riestra, que había adquirido triste fama por su pasado de falangista feroz. Al despedir a todos los trabajadores huelguistas, y exigir para su readmisión la pérdida de los derechos de antigüedad, prolongó el paro inusitadamente, aunque, por la resistencia pasiva obrera, el 18 de Julio tuvo que restituir dicha antigüedad con el pretexto de la conmemoración de la festividad franquista anual.

En Cataluña, se dio un proceso parecido, ya que en el mes de febrero de 1951, se produjo una gran Huelga General que paralizó totalmente a Barcelona y su cinturón Industrial. Esta gran acción confirmó el acierto de la línea política del Partido Comunista de España que, a partir de 1948 preconizó el abandono de la lucha guerrillera y la utilización de las posibilidades legales que se daban luchando en el interior de los denominados Sindicatos Verticales. De hecho, los enlaces sindicales antifranquistas, elegidos en las entonces recientes Elecciones Sindicales, tuvieron gran protagonismo en la acción sindical, y desempeñaron un gran papel en la realización de la gran Huelga General de Barcelona de 1951. En 1956, se inició otro gran proceso huelguístico que iniciado en Navarra –adoptando la forma de descenso de la producción ante las represalias patronales– acabó transformándose en Huelga General que comprendió a Navarra, los tres provincias vascas y Cataluña. Todo ello fue creando un ambiente obrero reivindicativo que impulsó las luchas sociales antifranquistas en Asturias.

Una vez transcurrida la etapa de la lucha guerrillera en Asturias, y su consiguiente feroz represión social, se comenzaron a producir en esta región las condiciones que posibilitaron el comienzo de las grandes luchas sociales obreras en Asturias. La primera gran huelga general minera, se desarrolló en 1957. Tuvo un gran éxito y fue el comienzo de un gran proceso de luchas obreras que hizo de los mineros asturianos la vanguardia del proletariado español. Ello se reflejó muy bien en una canción, de Chicho Sánchez Ferlosio, que constantemente se transmitió por la emisora clandestina Radio España Independiente. La primera estrofa de tal canción decía: «Hay una lumbre en Asturias que calienta a España entera, y es que allí se ha levantado toda la cuenca minera... ¡hale asturianos!, están nuestros destinos en vuestras manos. Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles.»

La segunda huelga general de la minería asturiana se desarrolló en 1958. Ante el peligro que representaban para el régimen franquista tales acciones mineras, el Gobierno de Franco adoptó especiales medidas represivas. La Brigada volante Político Social de Madrid se desplazó a Asturias, e inició la represión torturando brutalmente a los enlaces sindicales que consideraron antifranquistas. Como consecuencia de ello, alguno dio la dirección del comunista Benjamín González Lada que entonces estaba desterrado en Bilbao después de haber cumplido una condena en el Penal de Burgos acusado de haber apoyado a los guerrilleros asturianos. Benjamín González dio mi nombre a tal Brigada, creyendo que yo había huido. No era así y fui detenido acusado de haber organizado la solidaridad en Vizcaya hacía los mineros asturianos en huelga. Aunque yo me mantuve firme, negándome a facilitar datos comprometedores de otros camaradas, Benjamín González dio otros dos nombres más y ello condujo a la detención de más de una treintena de militantes comunistas que formábamos parte de la organización del PCE en Vizcaya. En Agosto de 1958 nos trasladaron a la Prisión Provincial de Madrid, conocida como la «Cárcel de Carabanchel». Allí fuimos recluidos en la Novena Galería, que estaba aislada del resto de la prisión, por estar destinada a militantes comunistas, fuguistas y condenados a la pena de muerte.

En tal tétrica Galería conocí por primera vez a los mineros asturianos, ya que en ella nos recluyeron a los militantes comunistas vascos, aragoneses y asturianos, que habíamos caído recientemente. También estaban recluidos en esta Brigada dos comunistas madrileños, de nombre Joaquín Navarro y Mateo de la Osa, que habían sido condenados a varios años de prisión en un Consejo de Guerra previo. Yo tenía gran interés por conocer a los mineros asturianos, por la fama legendaria de que gozaban desde la insurrección asturiana de 1934. No quedé defraudado. El expediente, o sumario, asturiano comprendía a un grupo de medio centenar de militantes comunistas, dirigidos por Higinio Canga, que era miembro del Comité Central del Partido Comunista de España. En su conjunto, producían la impresión de estar condicionados por la dureza del trabajo en las minas. Su lenguaje era también muy peculiar, debido a que en él se entremezclaban palabras de «bable» con giros de un castellano bastante clásico. Psicológicamente, estaban imbuidos de un espíritu muy solidario, caracterizado por una gran combatividad. Su detención, por la feroz Brigada Político Social de Madrid, no les había restado moral de combate. Por otra parte, muchos de ellos ya habían experimentado la tortura, al recibir brutales palizas cuando, por diversas razones, se les convocaba a ser interrogados en cuartelillos de la Guardia Civil. En su vida cotidiana, se observaba también que el folklore asturiano lo tenían muy interiorizado. Como los vascos, los mineros asturianos eran muy generosos en el plano económico. Esta es una característica general de todas las regiones muy industrializadas, en abierto contraste con las regiones rurales poco industrializadas. Ello creaba una gran afinidad de costumbres entre vascos y asturianos.

Posteriormente, cuando yo vine a Asturias en 1969 a trabajar como Delegado de Chocolates Zahor, uno de los mineros de nombre Manuel García González, Otones, también por razones de trabajo, se desplazó a Bilbao, donde yo le conecté con un grupo de mis amigos intelectuales. Por ello, no tuvo ninguna dificultad de adaptarse a las costumbres vizcaínas, lo mismo que yo no las tuve en adaptarme a las costumbres asturianas. Se puede decir que, en cierto sentido, nos intercambiamos. Esa afinidad vasco-asturiana, la pude comprobar muy bien en la práctica, cuando, al salir del Departamento Celular, fui integrado en una comuna asturiana cuyo responsable era el camarada Higinio Canga. De ella formaban parte oros dos mineros asturianos. Uno de ellos se apellidaba Villa, que, al salir en libertad, emigró a Bélgica para trabajar en sus minas de carbón. El otro se llamaba Manuel García González, pero era conocido popularmente por Barros. Como en el expediente de los mineros asturianos había dos compañeros con los apellidos y nombre Manuel García González, para evitar confusiones entre ellos, se decidió nombrar a uno Barros y al otro Otones. De Otones hablaremos más posteriormente. De nuestra comuna mayoritariamente asturiana, formaba asimismo parte un compañero aragonés apellidado Tejero.

En la citada comuna asturiana, pude comprobar el gran sentido solidario de los mineros asturianos, que se reflejaba muy bien en todos los rasgos de su conducta cotidiana. Asimismo, me familiaricé con su léxico y costumbres gastronómicas. Allí pude probar por primera vez la famosa fabada asturiana que me gustó mucho. Era costumbre que, en fechas señaladas del calendario asturiano, nuestra comuna encargase en el economato del Penal una fabada, pagando las correspondientes tasas por su cocinamiento. La degustación de la fabada, a la cual se invitaba también a algunos mineros asturianos integrados en otras comunas, constituía un verdadero acto social de convivencia y compañerismo. Desde entonces, me aficioné a la fabada y he mantenido siempre mi predilección por ella. En tales ágapes se conversaba mucho, tanto de los acontecimientos políticos como de temas culturales comunes. Por haber nacido en Bilbao, lógicamente se me integró asimismo en el grupo vasco de los reclusos del Penal de Burgos. En este grupo vasco que integraba también a veteranos reclusos navarros, como el compañero Jacinto Ochoa Moarticorena. Se trataba de un camarada veterano que, a pesar de haber pasado encarcelado casi toda su juventud, conservaba no obstante su buen humor, y se le veía todos los días, después de salir del taller carcelario donde trabajaba, en uno de los vestíbulos del Penal con una bota de vino que continuamente ofrecía a los demás para que echasen un trago. Como integrante del grupo vasco –que también nos reuníamos para debatir sobre el arte vasco basándonos en el famoso libro de igual título de L. Kaperotxipi, editado en Buenos Aires– realizábamos igualmente comidas vascas, a base de bacalao, en fechas conmemorativas de significado político. Con frecuencia, los vascos invitábamos a algunos asturianos y éstos procedían igualmente a la recíproca. En el plano del folklorismo asturiano, me fue de gran utilidad mi convivencia con el camarada Higinio Canga, pues éste era muy entendido al respecto. En consecuencia, me hablaba con frecuencia de los felechos, de las romerías asturianas y del «xirinhuelo». No recuerdo si entonces, o después, se comenzó a entonar la canción de Víctor Manuel sobre el tema, en una de cuyas estrofas se decía: «Y la gente por el prado no dejará de bailar, mientras se escuche una gaita y halla sidra en el lagar».

Por el mucho tiempo transcurrido desde entonces, me es difícil recordar todos los nombres del grupo de mineros asturianos. Aparte de Higinio Canga, y de los dos Manuel García González –Barros y Otones– recuerdo a un veterano muy enhiesto, de nombre Saturnino Márquez y al compañero Celso Díaz, al que se atribuía el mérito de haber fundado en 1956 a CC.OO. en la mina «La Camocha» de Gijón. En Vizcaya se reivindica también la antigüedad de tal fundación ya que tales Comisiones Obreras surgieron como comisiones provinciales, para negociar con los patrones en la gran Huelga General de 1956. Siguiendo la sugerencia del Partido Comunista de Euzkadi, de dar estabilidad a tales Comisiones, ello se logró en la prolongada «Huelga de Bandas de Echevarri». Otro minero asturiano que recuerdo, se llamaba Manuel Vargas Machuca, era de origen andaluz y había sido condenado a trabajar en las minas al ser integrado en un batallón de trabajadores.

Del camarada Manuel García González, Otones, recuerdo asimismo los servicios que prestó al Partido en el Penal, cuando trabajaba en el taller de encuadernación de tal Prisión. Aunque el sacristán del Penal –un excomunista apellidado Estrada– nos resolvía el problema de legalizar algunos libros que recibíamos del exterior, mediante el sencillo procedimiento de añadir algunas palabras clave a la papeleta de autorización ya firmadas ya por el capellán del Penal, otro problema se planteaba cuando el libro tenía por autor a Marx, Engels, Lenin u otro marxista famoso. Ese problema no se planteaba con Gramsci y Lukács, pues estos autores, a pesar de su relevancia teórica marxista, pasaban inadvertidos para los ignorantes funcionarios de prisiones franquistas. Cuando no era posible camuflarlos por el método indicado, por su notoriedad ideológica marxista –se le entregaban a Otones para que operase con ellos en el taller de encuadernación del Penal–.

Entonces se desencuadernaba el libro que generalmente nos lo pasaban algunos de los funcionarios vinculados al Partido y se volvía a encuadernar después en la forma de un libro «sándwich». En la portada, figuraba un cuadernillo que llevaba la autorización de otro libro distinto, pero que tenía no sólo la misma calidad y color del papel, sino también una temática semejante. Por ejemplo: si se trataba de filosofía, debía ser de filosofía cristiana en vez de filosofía marxista, que era la del libro prohibido. Tras este fascículo inicial del libro autorizado, se incluía un fascículo del libro prohibido y así se procedía seguidamente, tantas veces como fuese necesario. Con este procedimiento de camuflaje, les era imposible a los ignorantes carceleros, identificar a los libros prohibidos. Por ello, hay que agradecer al camarada Otones, tan notable contribución a la Biblioteca Marxista clandestina del Penal. Este luchador compañero, después de salir en libertad, reanudó la lucha clandestina en el exterior y volvió a ser encarcelado otras dos veces.

Los mineros asturianos recluidos en el Penal de Burgos, eran una valiosa fuente de información sobre las luchas sociales que se desarrollaban en Asturias. Con frecuencia les visitaban sus familiares. En tales visitas, los mineros trataban de que sus familiares les informasen ampliamente de esos acontecimientos sociales que tenían lugar en Asturias. Para ello, tenían que burlar la vigilancia del carcelero que se paseaba incesantemente por un pasillo situado entre la rejilla donde estaban los familiares y la rejilla tras la que se encontraban los presos. Con la práctica habían logrado ser muy hábiles en captar tal información, hay que recordar que la propia prensa legal franquista estaba prohibida para los presos. Estos sólo podían leer un periodicucho de nombre «Redención» escrito por presos comunes que colaboraban con el régimen franquista. Toda esa información, recibida de los familiares, se pasaba después a la Secretaría de Información de la Organización Comunista del Penal, para confeccionar los Boletines de Información que por la noche se leían en las Brigadas o dormitorios de los presos, una vez que tales Brigadas se cerraban sus puertas al anochecer.

Tal lectura del Boletín de noticias, constituía uno de los acontecimientos más notables del día, ya que dicho Boletín incluía muchas noticias nacionales e internacionales, procedentes de muy diversas fuentes informativas. Los mineros asturianos recluidos en el Penal de Burgos, eran de los internados en el Penal, los que, generalmente, prestaban más interés a las noticias cotidianas. Después de que se habían leído las noticias diarias, generalmente se comentaban en grupos paseando sin cesar por las Brigadas hasta que sonaba el toque de silencio. Recuerdo que cuando se iniciaron las grandes huelgas de 1962, en las que Asturias tuvo un gran protagonismo, tales comentarios alcanzaron una gran agudeza. A veces, incluso, se incurrió en un cierto triunfalismo como si el régimen franquista pudiese caer a consecuencia de las grandes acciones de masas.

Algo semejante ocurrió con las grandes huelgas de 1963, aunque en esta ocasión, al no alcanzarse tanta magnitud, el régimen franquista aprovechó la ocasión para desterrar a diversas localidades de Andalucía a tres centenares de mineros que todavía estaban en libertad. De la elaboración de los Boletines de noticias cotidianos, tengo una gran experiencia directa. Fui durante algunos años el responsable de su publicación, y en ello me ayuda un camarada madrileño, Eduardo Ganga Zafra, y un compañero catalán, exguerrillero urbano, que respondía al nombre de José Antonio Cuadrado. Fue cuando fui designado Secretario de Información de la Organización Comunista del Penal de Burgos, como consecuencia de que en el VI Congreso del PCE –celebrado en 1960 en la ciudad de Praga–, fui coactado al Comité Central del Partido Comunista de España por la valoración muy positiva que este Congreso realizó de mi actitud de firmeza frente a las torturas policíacas. Mientras permanecí en la Cárcel de Carabanchel, tuvo lugar nuestro Consejo de Guerra, en el cual fui condenado a doce años de prisión, y poco después el Consejo de Guerra contra los mineros asturianos. Los camaradas mineros asturianos actuaron en su Consejo de Guerra con gran firmeza proletaria y denunciaron no sólo al régimen franquista sino las torturas que habían sufrido durante su detención. A diferencia de vascos y aragoneses, que fuimos trasladados a la prisión de Huesca después de nuestros respectivos Consejos de Guerra, y allí permanecimos durante tres meses, los mineros asturianos fueron trasladados directamente al Penal de Burgos después de su Consejo de Guerra. A nuestra llegada al Penal de Burgos, reanudamos nuestra convivencia con los mineros asturianos hasta que en julio de 1963 salí en libertad por haberme sido aplicado el indulto que el Gobierno franquista decretó para conmemorar la elección de Pablo VI como nuevo Papa.

José María Laso Prieto


Publicado en:
El Catoblepas, nº39 (mayo 2005), pág. 6.
Extraído de: El Catoblepas.

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