El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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lunes, agosto 28, 2006

José Mata Castro

José Mata Castro nació en la Hueria de Carrocera (San Martín del Rey Aurelio) en 1911. De familia de mineros, trabajó desde muy joven en la mina y se afilió al Sindicato de Obreros Mineros de Asturias. A los 16 años ingresó en las Juventudes Socialistas y en 1931 en el PSOE. Participó de forma destacada en la revolución de octubre de 1934, en la cuenca del Nalón, primero, en el asalto del cuartel de la Guardia Civil de Sama, y después en Oviedo, encuadrado en el grupo que dirigía Manuel Otero. Tras la revolución fue detenido y pasó 14 meses en la cárcel del Coto de Gijón. Tras la noticia de la sublevación en África del Ejército, se sumó a la expedición de mineros que el mismo 18 de julio salió para Madrid, y regresó con ella a través de Ponferrada, Villablino, Leitariegos, Cangas del Nancea hasta Trubia, donde participó en la ocupación de la Fábrica de Armas. Fue uno de los muchos militantes que se incorporó a la lucha desde el primer día y que no desmayó ni un solo instante a lo largo de los quince meses de guerra. Junto con el grupo de Manuel Otero estuvo luchando en la zona de Leitariegos, intentando detener el avance de las columnas gallegas por ese puerto. Posteriormente, siempre con Otero, luchó en el frente de Oviedo en la ofensiva de octubre de 1936. Durante los meses de noviembre y parte de diciembre de 1936 estuvo en la Academia Militar de Bilbao, de donde salió con el grado de teniente del ejército republicano. De vuelta en Asturias, luchó en la ofensiva republicana de febrero de 1937 sobre Oviedo al lado nuevamente de Manuel Otero, que falleció en uno de los combates de esta batalla, y al que sustituyó momentáneamente en el mando del batallón. Posteriormente, en marzo de 1937, fue encargado de formar su propio batallón, el Asturias nº64 o “batallón Mata”. Desde entonces hasta el final de la guerra permaneció en torno al cerco de Oviedo, en el que realizaba continuas acciones de hostigamiento al llamado “pasillo de Grado”. Cuando en octubre de 1937 se produjo la caída de Asturias, en lugar de huir por Gijón se refugió en las montañas con una buena parte de sus hombres. En el monte sobrevivió durante once años al acoso de las fuerzas franquistas. Fue uno de los principales líderes en torno al cual giró la organización guerrillera socialista, estructurada orgánicamente desde 1943 con la creación del denominado Comité de Monte. Con su apoyo se reorganizó también en el llano la Federación Socialista Asturiana (FSA) el mismo año, y el SOMA en marzo de 1946. El 1 de mayo de 1947 fue detenida la práctica totalidad del Comité Regional de la FSA por lo que los hombres del Comité de Monte tuvieron que asumir toda la responsabilidad del Partido Socialista en Asturias, formando una nueva comisión ejecutiva provincial de la que Mata fue su presidente. Pero la situación se hizo insostenible a lo largo de 1948, con una represión que iba diezmando las guerrillas, por lo que desde el exterior Indalecio Prieto, presidente del PSOE en el exilio, preparó un barco en el que partieron para el exilio el 23 de octubre de 1948 los últimos treinta hombres de la guerrilla socialista asturiana con José Mata al frente. Ya en Francia, mientras ejercía su profesión de minero, en la que trabajó hasta la jubilación, Mata se integró en las organizaciones socialistas y fue un miembro destacado de la Comisión Socialista Asturiana (CSA). En 1975, al morir el secretario de la CSA, José Barreiro ocupó su vacante. Finalmente, tras renunciar a integrarse en la vida política española después de la legalización del PSOE y la reanudación de la vida democrática, aunque realizó entonces frecuentes viajes a España, falleció en Alès (Francia), en 1989.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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miércoles, agosto 16, 2006

El anarcosindicalismo y la Revolución en 1934


Introducción

La coyuntura política española de octubre de 1934 encuentra al movimiento anarcosindicalista español sumido en un debate y en una crisis interna que venía arrastrando desde la instauración del régimen republicano (abril de 1931); situación que había tenido como principal consecuencia una escisión al interior del movimiento, pero que no había afectado gravemente la fuerte inserción del anarcosindicalismo en el movimiento obrero español. Intentaremos en el presente trabajo describir esta crisis, y el recorrido que realiza el movimiento libertario a través de los años previos, para comprender y contextualizar su intervención en la insurrección de 1934, tanto en la región asturiana como en el resto de España.

Las tendencias del anarcosindicalismo durante la II República. El “bienio reformador”

El advenimiento de la II República implicó para el movimiento anarcosindicalista español una transformación que tuvo importantes consecuencias. La CNT (Confederación Nacional del Trabajo, el sindicato de orientación libertaria fundado en 1910) se había encontrado, durante la dictadura de Primo de Rivera, en una situación de clandestinidad que disminuyó su fuerza e inserción sindical; y que trastocó su funcionamiento orgánico, impidiendo que se debatieran abiertamente las orientaciones generales adoptadas por la organización. El nuevo régimen político había significado para la CNT una mayor libertad para realizar su trabajo sindical, cultural y político, y la posibilidad de debatir internamente las orientaciones estratégicas y tácticas que se tomarían. El consecuente debate que se da en las filas del anarcosindicalismo hizo resurgir con inusitada fuerza disensos que hasta entonces se encontraban latentes, bajo la superficie, contenidos en el marco de la situación de clandestinidad y represión estatal, que dificultaba su discusión. La profunda crisis interna que se producirá a partir de esta situación llevará a la escisión orgánica del movimiento, que se extenderá entre 1932 y 1936.

Las tendencias principales que formaban parte del movimiento libertario español durante la II República eran dos: los anarquistas “puros”, y los anarcosindicalistas. (1) Los primeros constituían un ala radical, partidaria de un enfrentamiento permanente con el capital y el estado burgués, con el objetivo de agudizar posibles conflictos y provocar un estallido revolucionario que instaurase el comunismo libertario. Esta táctica, de intransigencia y enfrentamiento era denominada “gimnasia revolucionaria”, e implicaba un intento (por parte de grupos reducidos de militantes anarquistas) de desatar la movilización de las masas y la revolución. Los anarquistas “puros” sostenían que los trabajadores debían lanzarse a acciones insurreccionales (principalmente la huelga general revolucionaria) como forma de “ejercitar”, de ganar experiencia, en el arte de la insurrección; a pesar de que contasen con escasas o nulas posibilidades de triunfar. (2) La confianza en la espontaneidad de las masas y el voluntarismo eran, por tanto, elementos constitutivos de esta concepción de la transformación revolucionaria. Una marcada hostilidad hacia todos los partidos políticos (y en especial hacia los partidos obreros) era también característica de estos sectores. Los sindicatos, por su parte, eran concebidos, ante todo, como instrumentos útiles para esa transformación revolucionaria. Por eso los anarquistas “puros” habían insistido históricamente en la importancia de que estos órganos estuviesen dotados de objetivos revolucionarios. La CNT, específicamente, mantuvo desde 1919 como objetivo último la instauración del comunismo libertario.

Esta corriente encontraba sus adherentes más numerosos en la regional catalana de la Federación Anarquista Ibérica, la FAI, una organización constituida por anarquistas nucleados en grupos de afinidad (formados por pocos individuos con simpatías ideológicas), fundada en 1927 con el objetivo prioritario de velar por la orientación revolucionaria de la CNT, esto es, por impedir que esta confederación de sindicatos deviniese una organización reformista (que luchara sólo por obtener mejoras para la clase trabajadora dentro del marco del orden social capitalista) despojada del objetivo finalista de transformación revolucionaria que impulsaba el anarquismo. Como bien han señalado historiadores como Javier Paniagua y Ronald Fraser, la FAI no era una organización homogénea ideológicamente, ni estaba dotada de una línea política única. A pesar de la heterogeneidad que implicaba la existencia de grupos de afinidad con ideas disímiles, la FAI puede caracterizarse como el núcleo principal del purismo y la intransigencia anarquista. Especialmente –insistimos- la regional catalana de la FAI constituía la principal fortaleza de los anarquistas “puros”. En este contexto hay que tener en cuenta que Cataluña era la región en la que el anarcosindicalismo contaba con más afiliados y simpatizantes. La CNT había logrado una inserción muy fuerte en el movimiento obrero catalán, predominando su influencia prácticamente sin competidores serios (la central dirigida por los socialistas, la UGT, tenía escasa fuerza en esta región industrial). Por otro lado, al interior de la Confederación, la regional catalana de la CNT era la que tenía más peso (en los congresos, en las instancias directivas) a la hora de definir las orientaciones generales que debían adoptarse a nivel nacional.

La otra corriente, denominada generalmente sindicalista, integraba un ala más moderada, que sostenía que eran imprescindibles un fortalecimiento de los sindicatos, y una mayor disciplina, organización y preparación al interior del movimiento libertario para avanzar hacia la transformación revolucionaria. La clase obrera debía estar preparada no sólo para derrocar el orden social capitalista, sino también para emprender la reorganización de la producción en forma autogestionada. El sindicato sería el eje central de esta preparación, además de continuar defendiendo las reivindicaciones económicas de los trabajadores. Los sindicalistas propugnaban, complementariamente, la necesidad de que la CNT contase con una estrategia revolucionaria coherente, y sostenían que era inevitable acercarse y aliarse con otros sectores políticos y sindicales afines. Para ellos, la táctica de la “gimnasia revolucionaría” comportaba una imprudencia inaceptable, pues implicaba que la clase trabajadora (impulsada por una “minoría audaz”) debía lanzarse a intentos insurreccionales en condiciones desfavorables, sin organización ni preparación suficiente, haciendo imposible el triunfo de la revolución, desatando la represión estatal (detenciones, deportaciones, clausura de locales sindicales y ateneos) desgastando y debilitando –en última instancia- a los revolucionarios y favoreciendo al estado y a la burguesía. Para el sector radical, los sindicalistas postergaban indefinidamente el estallido de la revolución, cayendo en posiciones reformistas, siendo propensos al “colaboracionismo”, esto es, al entendimiento y colaboración con los partidos políticos o sindicatos (como el Partido Socialista y la UGT) que estaban integrados en la política burguesa (por lo cual se entendía que colaboraban con la dominación capitalista, traicionando a la clase obrera). Otros casos de colaboracionismo –siempre desde la perspectiva del ala radical- se vinculaban con la aceptación o participación en las instituciones del estado (por ejemplo se rechaza de plano la mediación estatal en la esfera laboral, negándose la CNT a participar en los jurados mixtos destinados a arbitrar en los conflictos obrero-patronales) o con la intervención en las instancias electorales. Sean del carácter que sean, estas formas de participación e intervención política eran consideradas, en sí mismas, formas de colaboración con el enemigo de clase y el estado. En contraposición, se reivindica la acción directa de los trabajadores.

Durante la II República, el sector más radical logra rápidamente (entre 1931 y 1932) aumentar su control e influencia sobre los sindicatos más importantes de la CNT (ante todo sobre los de su regional catalana, los más fuertes de toda la CNT), desplazando a muchos sindicalistas de los órganos directivos y la prensa confederal. La disputa entre los dos tendencias no debe, a nuestro parecer, entenderse sólo como una mera diferencia entre tácticas y estrategias opuestas, sino también como una lucha por el control y la dirección de la misma CNT.

En septiembre de 1931, un grupo de treinta dirigentes del ala sindicalista elaboran un manifiesto (que será conocido como “manifiesto treintista”) en el que expresan su desacuerdo con los lineamientos que impulsa la tendencia más radical, y que son adoptados cada vez con más claridad por la CNT, a medida que esta corriente va logrando un mayor control sobre los sindicatos más fuertes de la Confederación. (3) El manifiesto reivindica la autonomía de los sindicatos con respecto a cualquier organización política (en una alusión dirigida sin lugar a dudas a la FAI, y especialmente a su regional catalana) e insiste en la necesidad de una preparación cuidadosa para la transformación revolucionaria, que conciben como un movimiento organizado y coordinado de las masas trabajadoras, y no como un golpe de mano provocado por una minoría audaz. El manifiesto agrava las tensiones entre las dos tendencias y genera debates enconados. A lo largo del año 1932 (y luego de que el primer intento insurreccional profundizase las diferencias aún más) comienzan a expulsarse de la CNT dirigentes y militantes del sector sindicalista, que se retiran forzosamente de la central sindical arrastrando en muchas ocasiones a los sindicatos que dirigían. Otros dirigentes se alejan con sus sindicatos sin ser expulsados. El anarcosindicalismo español se había escindido, haciendo su aparición, al lado de la Confederación, los llamados Sindicatos de Oposición, gremios de carácter anarcosindicalista federados por fuera de la CNT. Ahora bien, hay que desatacar que el sector que se abre de la CNT es un sector minoritario numéricamente y acotado regionalmente. Los sindicatos de Oposición no llegarán nunca (ni siquiera en sus momentos de máxima inserción) a superar los 60.000 afiliados, concentrados regionalmente en Levante y Cataluña. La escisión que se había producido, sin embargo, no había establecido una línea de demarcación infranqueable entre las dos tendencias principales del movimiento. Hubo regionales y sindicatos de la CNT que, a pesar de simpatizar con las ideas, tácticas y estrategias propuestas por los “treintistas”, prefirieron permanecer en la Confederación, por considerar que lo más perjudicial era la división de la central. Este es el caso de la Regional asturiana de la CNT, sobre el cual nos extenderemos más adelante.

En adelante -luego de la escisión- los anarquistas “puros” orientan políticamente a la CNT, que igualmente no actúa de forma monolítica, pues su organización de tipo federalista hace que cada sindicato o sección mantenga su autonomía, hasta tal punto que es posible sostener que era prácticamente inexistente la disciplina y la unidad de acción interna. A pesar de ello, entre 1932 y 1936 la CNT será dirigida por el sector más intransigente, que orienta la actuación de los sindicatos más importantes y que lleva a la práctica sus tácticas para intentar provocar la transformación revolucionaria. Un enfrentamiento permanente con las autoridades republicanas (a las que se considera esencialmente idénticas a las instituciones monárquicas por su carácter burgués) se concreta a través de la multiplicación de huelgas parciales y generales, de movilizaciones, etc. Hasta qué punto este accionar se debe a las concepciones tácticas de la FAI catalana y los anarquistas “puros” (“gimnasia revolucionaria”, insurreccionalismo, búsqueda continua de agudización de los conflictos con el objetivo de generar un estallido revolucionario) o al creciente descontento obrero con el tibio reformismo que se aplica desde el estado republicano (que no logra modificar sustancialmente la situación de la clase trabajadora española, hecho que repercute en la extensión de una fuerte desilusión entre los trabajadores, que habían recibido con optimismo y entusiasmo el advenimiento del régimen republicano, depositando en él sus esperanzas de transformación y reforma social), es una cuestión difícil de determinar. Probablemente los dos elementos se encuentren actuando yuxtapuestos. Lo que sí es seguro es que los dos intentos insurreccionales que se producen durante el “bienio reformador” (enero 1932, enero 1933) fueron impulsados por los sectores más radicalizados del anarcosindicalismo, empapado de las concepciones que describíamos anteriormente. Las dos intentos terminaron en rotundos fracasos y debilitaron visiblemente a la CNT.

Por otra parte, no hay que olvidar que el gobierno republicano, formado –entre 1931 y 1933- por una coalición de republicanos de izquierda y socialistas, con Largo Caballero (máximo dirigente de la UGT y representante del ala izquierda del PSOE) a la cabeza del Ministerio de Trabajo, aplica una política que procura integrar al sector más moderado del movimiento obrero español, la UGT, para apuntalar con un apoyo obrero su proyecto reformista. En esta integración se favorecía –a través de diversas formas- a la UGT en detrimento de la CNT, hecho que tuvo como consecuencia más relevante la existencia de una permanente tensión entre la central anarcosindicalista y el gobierno republicano.

El proyecto reformista de la coalición gobernante, por su parte, se agota con relativa rapidez. Los republicanos de izquierda habían intentado llevar adelante un amplio programa de reformas (en los ámbitos agrario, militar, religioso, laboral, educativo) sobre la base de la integración política de un importante sector de la clase trabajadora (la UGT), y del apoyo de sus bases sociales históricas: los sectores medios. Pero sus intentos chocan –en un contexto marcado por el impacto de la crisis económica de 1930 sobre la economía española- con la oposición de la burguesía y los sectores más reaccionarios, que se van reagrupando políticamente a medida que aumenta el desgaste y la debilidad del gobierno republicano-socialista, que va quedando despojado de bases sociales de apoyo, especialmente de bases obreras, puesto que, a pesar de las intenciones de mejorar la situación de los trabajadores, se produce un deterioro de sus condiciones de vida, vinculado a la crisis económica y sus consecuencias (crecimiento del desempleo, caída de salarios). Como afirmábamos anteriormente, es claro que se extiende un fuerte descontento entre las clases trabajadoras urbanas y rurales. Incluso los socialistas de la UGT temen perder afiliados si continúan participando y apoyando un gobierno cada vez más desprestigiado entre los trabajadores (de hecho, el PSOE abandonará la coalición gobernante en septiembre de 1933). La coalición gobernante se encontraba sumida en una crisis que llevaría a su desintegración. En este contexto el presidente de la República, Alcalá Zamora, llama a nuevas elecciones parlamentarias.

El reagrupamiento de las derechas está encarnado por el surgimiento y rápido crecimiento de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), partido conservador, católico, representante político de los grandes propietarios rurales e industriales, que acepta el régimen republicano sólo “circunstancialmente”, y que manifiesta una hostilidad visceral hacia el movimiento obrero y las izquierdas.

Frente a las elecciones de noviembre de 1933, la CNT, dirigida por los sectores más radicales, y en conflicto frontal con la coalición reformista, había propugnado la abstención electoral con el lema: “Frente a las urnas, la revolución social”. El comité peninsular de la FAI anunciaba que si las abstenciones eran importantes numéricamente, hecho que demostraría la profunda simpatía de las masas por la CNT, ésta se encontraría en condiciones de lanzarse (ella sola) a la revolución. Si las derechas triunfaban, la CNT se mostraba también dispuesta a salir a la calle. Los Sindicatos de Oposición, en cambio, proponían –aunque veladamente- votar contra las derechas y denunciaban la actitud de la CNT como poco realista y objetivamente favorable a la reacción. De todas formas, acordaban en que la clase trabajadora debía movilizarse y enfrentar a la reacción si ésta triunfaba en las elecciones. Ya hacia fines de 1933, por otro lado, comienzan a plantear una alternativa política para enfrentar a las derechas y al peligro fascista: la Alianza Obrera, una propuesta de frente común entre todas las organizaciones obreras sobre la base de un programa con objetivos revolucionarios. No constituía una alianza de carácter electoral. Intentaba unir a la clase trabajadora organizada, haciendo frente a la reacción a través de la revolución, de la destrucción de la sociedad capitalista, propugnando la necesidad de sustituirla por una república socialista federal.

El “bienio negro” y el debate sobre la Alianza Obrera

Las elecciones de noviembre dan el triunfo a las derechas. Se forma un gobierno del Partido Radical con el apoyo parlamentario de la CEDA. La CNT, cumpliendo con lo afirmado durante las elecciones de noviembre, realizará un último intento insurreccional en diciembre de 1933. Una vez más, se encuentra con un fracaso rotundo. Pero el panorama político se había trastocado ya sustancialmente. Con los radicales gobernando con el apoyo de la CEDA, comenzaron a revocarse las reformas del primer bienio republicano, y se abrió un período marcado por una fuerte ofensiva de las patronales contra los trabajadores y las organizaciones obreras. En el campo, por ejemplo, no sólo se evita continuar con la limitada reforma agraria que había comenzado entre 1931-33, sino que se incumple abiertamente la legislación laboral y se utiliza el desempleo (que aumentará durante 1934) para disciplinar y someter a los trabajadores rurales. Esta ofensiva patronal estará en la base de la creciente militancia y radicalización de las bases de las distintas organizaciones obreras. Comienza, a principios de 1934, un viraje del PSOE y la UGT hacia un mayor radicalismo, tomando más fuerza el ala izquierda del partido, apareciendo explícitamente en su retórica la idea de que la revolución era la única manera de oponerse eficazmente a la amenaza fascista. En este contexto es importante señalar que el conjunto de la izquierda española caracterizaba que un gobierno de la CEDA (un partido de derechas conservador y católico pero que no puede ser definido como fascista) posiblemente abriría en España el paso al fascismo. Por eso crece la preocupación en la izquierda cuando, a lo largo del año 1934, la CEDA va avanzando progresivamente sobre los radicales (llegando en el corto período de un año a subordinarlos a su voluntad), orientando políticamente la alianza gobernante e imponiendo sus políticas cada vez con menos obstáculos.

Comienza, en este marco político interno, sumado a un contexto internacional marcado por el ascenso del nazismo en Alemania y la llegada del derechista Dollfuss al poder en Austria, a tomar fuerza en la izquierda la idea de la Alianza Obrera. Los Sindicatos de Oposición, que levantaban esta consigna, habían participado en diciembre (1933) de la formación del primer comité de la Alianza Obrera, en Cataluña, compuesto por el Bloc Obrer i Camperol (organización marxista dirigida por Joaquín Maurín de la cual surge la propuesta de la Alianza Obrera originalmente), la sección catalana de la UGT, Izquierda Comunista, la Unión de Rabassaires, la Federación Socialista de Barcelona (del PSOE) y la Unión Socialista. La CNT, la organización obrera con más afiliados en Cataluña se mantiene al margen, hecho que resta fuerza a la Alianza Obrera catalana, que quedará entonces reducida a un conglomerado de pequeñas organizaciones políticas y sindicales de izquierda, numéricamente muy minoritarias con respecto a la CNT. ¿Qué razones llevan a la CNT a rechazar la participación en la Alianza Obrera? Esta es una cuestión que contiene cierta complejidad. En aquel momento, la CNT argumentó que en Cataluña, dado el peso de la Confederación y la poca fuerza de la restantes organizaciones proletarias no era necesaria tal alianza. Inclusive la denunciará como un apéndice de la Generalitat (el gobierno autónomo catalán) cuyo objetivo sería debilitar o destruir a la CNT. Por otro lado, hay que tener en cuenta que, como hemos establecido anteriormente, la CNT estaba orientada por un sector intransigente, muy reticente a establecer cualquier entendimiento con partidos políticos (4), purista hasta el punto de llegar a un claro sectarismo, esto es, a la imposibilidad absoluta de actuar en unidad con otros sectores afines pero con programas, estrategias, y tácticas distintas, basadas en concepciones políticas e ideológicas diferentes. Una muestra de ello es, hacia febrero de 1934, la propuesta que realiza la CNT a la UGT para construir una coalición revolucionaria. El “emplazamiento” de la CNT a la UGT (así se conocieron las propuestas y condiciones que la CNT presentó al sindicato socialista para avanzar hacia la alianza) no es expresión de cierta apertura y voluntad aliancista de la CNT (como han querido establecer algunos militantes libertarios posteriormente (5)) sino –más bien- de su sectarismo e intransigencia: en este llamamiento se pretende que los socialistas acepten como programa propio de la alianza el programa máximo del anarcosindicalismo (destrucción del capitalismo y del estado), además de la exigencia de que rompan sus relaciones con el PSOE (pues se demanda que la UGT no sostenga relaciones con partidos políticos). Esto se exigía con el pretexto de que los socialistas debían dejar atrás las ambigüedades y definirse por la revolución social. Todas estas demandas eran, sin lugar a dudas, inaceptables para los socialistas, que no responderán nunca a este “emplazamiento”. En lugar de aceptar ingresar en la Alianza Obrera (como proponían los Sindicatos de Oposición y, como veremos a continuación, algunas regionales de la misma CNT); asumiendo que esto implicaba la admisión de un programa revolucionario que, partiendo de una fórmula de convergencia entre las diversas organizaciones obreras, garantizase su unidad frente a la reacción, la CNT se empeña en defender a rajatabla sus tácticas y estrategias, obturando cualquier posibilidad de acción conjunta.

Pero, como sosteníamos anteriormente, la cuestión es compleja. No se le puede achacar a la CNT toda la responsabilidad por el fracaso de la Alianza Obrera a nivel nacional. El PSOE, dividido internamente, no impulsa con claridad y decisión una orientación revolucionaria. A pesar de su retórica cada vez más radicalizada, los socialistas estaban sumidos en ambigüedades. Algunos sectores del socialismo, especialmente la derecha del PSOE, sostenían que debía mantenerse la alianza con la clase media republicana y se mostraban contrarios a una transformación revolucionaria. Otros sectores del movimiento sí habían comenzado un proceso de radicalización importante; principalmente, el ala izquierda del PSOE, las Juventudes Socialistas, la UGT, y su sección agraria, la FNTT (Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra) En la base de este proceso se encontraba una radicalización de las bases obreras. Pero es central marcar que incluso estos sectores, como acertadamente sostiene Shubert (6), hablaban con poca precisión de “revolución”, sin definir claramente a qué se referían. Los socialistas, frente al avance de la derecha, habían venido preparando y planificando una insurrección armada probablemente desde comienzos de 1934. Lo que no estaba nada claro era qué objetivos políticos se planteaban. Creemos que es evidente que el hecho mismo de que se trate de una insurrección armada, no es suficiente para caracterizar el movimiento como revolucionario. Al menos si entendemos la revolución (en este contexto) como un proceso encauzado hacia la superación del orden social capitalista, como un proceso dirigido a iniciar una transición hacia el socialismo en España. Lo que no estaba definido con claridad era si los socialistas entendían por revolución un proceso de ese carácter o se referían a un cambio político más o menos profundo (obstaculizar el acceso de la reacción al poder, o imponer un gobierno de carácter democrático avanzado pero que no rebase el marco de la institucionalidad burguesa).

Por todo lo anterior, creemos que el socialismo español –por sus ambivalencias e indefiniciones- tuvo su responsabilidad con respecto a la inviabilidad que la Alianza Obrera mostraría posteriormente fuera de la región asturiana. Para entender la actitud que adopta la CNT frente a la Alianza, es fundamental tener en cuenta este factor, pues las indefiniciones del PSOE y la UGT mantuvieron fuertes resquemores y desconfianzas por parte de la CNT, que temía movilizarse y terminar contribuyendo, contra su voluntad, a una “vuelta al 14 de Abril”, a un retorno a un gobierno republicano-socialista. La CNT sólo aceptaría movilizarse si el objetivo era la revolución social. Por otra parte, en la CNT todavía estaba muy presente el conflicto que se había producido con los socialistas cuando éstos estaban en el gobierno republicano. Estos factores, sumados al sectarismo de la Confederación, hicieron imposible la unidad entre los socialistas y la CNT, condenando a la Alianza Obrera a un fracaso seguro, pues no contaba con el impulso decidido, con el apoyo activo de las dos grandes centrales sindicales existentes en España.

De todas formas, a lo largo del año 1934, el debate al interior del anarcosindicalismo (tanto en el seno de la CNT como entre ésta y los Sindicatos de Oposición) giro en torno a la cuestión de la Alianza Obrera. Al interior de la CNT, había varias regionales que se pronunciaron en los sucesivos plenos -que se realizaron en 1934- a favor de la Alianza Obrera. Especialmente la Regional Asturiana y la del Centro impulsaban esta opción, manteniendo una discusión permanente con la Regional Catalana, la más fuerte de la Confederación, dirigida por los sectores más radicales, que imponía en los plenos (por contar con un número mayor de delegados) sus orientaciones contrarias a la Alianza. La más destacable elaboración teórica a favor de la Alianza, desde la CNT, es -sin dudas- la realizada por el dirigente de la Regional del Centro Valeriano Orobón Fernández. Reproducimos a continuación algunos fragmentos de un artículo de su autoría: “La realidad del peligro fascista en España ha planteado seriamente el problema de unificar al proletariado revolucionario para una acción de alcance más amplio y radical que el meramente defensivo. Reducidas las salidas políticas posibles a los términos únicos y antitéticos de fascismo o revolución social, es lógico que la clase obrera ponga empeño en ganar esta partida. Sabe muy bien lo que se juega en ella. (...) Para vencer al enemigo que se está acumulando frente al proletariado es indispensable el bloque granítico de las fuerzas obreras. La fracción que vuelva sus espaldas a esta necesidad se quedará sola y contraerá una grave responsabilidad ante sí misma y ante la historia. Porque mil veces preferible a la derrota que el aislamiento nos depararía, inevitablemente, es una victoria proletaria parcial que, sin ser patrimonio exclusivo de ninguna de las tendencias, realice de momento las aspiraciones mínimas coincidentes de todos los elementos pactantes, aspiraciones mínimas que comienzan con la destrucción del capitalismo y la socialización de los medios de producción”. Con respecto a la necesidad de abandonar el aislamiento y el sectarismo que implicaba querer imponer el programa político propio como base para la unidad, sostenía: “Lo primero que conviene dejar sentado es que ninguna de las bases doctrinales específicas de cada movimiento puede servir de plataforma para la unidad. La conjunción buscada es una imposición táctica de circunstancias excepcionales, a las cuales hay que sacrificar particularismos teóricos inflexibles. Si cada tendencia se empeña en mantener su propia declaración de principios como molde obligado de la alianza, ésta sería prácticamente imposible.”(7)

La CNT, a pesar de todo, se mantiene en su aislamiento. Sin embargo, la Regional Asturiana, dirigida por militantes que disentían con la línea impuesta por los catalanes, entrará en tratativas, a comienzos de 1934, con su par de la UGT , para firmar con la central socialista –en marzo de 1934- un pacto de Alianza Revolucionaria al que, posteriormente, se sumarían los partidos políticos de izquierda de la región (PSOE, BOC, IC, Partido Comunista Español) quedando constituida así la Alianza Obrera en Asturias. Esta Alianza se había forjado sobre la base de un programa revolucionario, que preveía la liquidación del capitalismo, la socialización de los medios de producción y la instauración de una República Socialista Federalista.

Para entender la posición adoptada por la Regional asturiana de la CNT, a contrapelo de la misma Confederación, hay que tener en cuenta varios elementos. En primera instancia, debemos destacar que la situación objetiva en la que se encontró desde sus orígenes la CNT asturiana es totalmente diferente a la de regionales como la catalana, teniendo este hecho consecuencias de gran trascendencia. El movimiento obrero asturiano, cuyos sindicatos más fuertes eran los de mineros del carbón, había nacido y se había desarrollado bajo un claro predominio de los socialistas. El anarcosindicalismo, que había logrado poca inserción entre los mineros (aunque tenía una presencia considerable entre los metalúrgicos y los portuarios) era una fuerza minoritaria con respecto a los socialistas, contando la UGT –aproximadamente- con el doble de afiliados que la CNT, y con la dirección del sindicato más importante de la región: el Sindicato de Obreros Mineros Asturianos. Para varios historiadores (Brademas, Fraser, Shubert), en estas condiciones, resultaba más difícil que los dirigentes libertarios cayesen en las ilusiones y concepciones sectarias de sus pares catalanes. Desde una posición minoritaria, tendieron siempre a ver con claridad que para realizar la revolución era indispensable un entendimiento con los socialistas. Los dirigentes asturianos –destacándose entre ellos Eleuterio Quintanilla y José María Martínez- estaban por ello más permeables a cierto realismo revolucionario, que también se concretaba en una insistencia permanente en la necesidad de una mayor preparación y organización de la clase trabajadora para avanzar hacia la revolución social (8). Inclusive, habían insistido –infructuosamente- en la necesidad de unidad entre las centrales sindicales mayoritarias, para fortalecer al movimiento obrero frente al capital. En este sentido, ya en el Congreso que realiza la CNT en 1919, los representantes de la Regional asturiana habían propuesto la fusión de la CNT y la UGT, a lo que se respondió, en aquel momento –en las resoluciones que adoptó finalmente el congreso- que la fusión no era necesaria, argumentando que los trabajadores que estaban en la UGT debían ingresar a la CNT, puesto que ésta contaba con un mayor número de afiliados que la central socialista. Además –increíblemente- en los dictámenes del congreso se exige la redacción de un manifiesto dirigido a todos los trabajadores de España otorgándoles un plazo de tres meses para ingresar en la CNT y declarando “amarillos” a los que así no lo hicieran. (9)

Por otro lado, es interesante constatar el posicionamiento de los libertarios asturianos frente a las cuestiones que habían determinado la escisión del movimiento anarcosindicalista español. En septiembre de 1933, varios dirigentes de la Regional asturiana habían formado una comisión para intentar mediar entre la CNT y los Sindicatos de Oposición, con el propósito de llegar a una reunificación. En aquél momento, expresaron con claridad cual era su punto de vista: en lo doctrinal acordaban con el sector trentista, el sector más moderado, en tanto se inclinaban por la idea de que era necesaria la alianza con los socialistas, una estrategia coherente y una mayor organización para avanzar hacia la transformación revolucionaria. Sin embargo, no acordaban con la formación de gremios anarcosindicalistas al margen de la CNT, considerando errada la decisión de los trentistas de abandonar la Confederación para formar una nueva organización. El intento resultó un fracaso y el movimiento anarcosindicalista permanecería escindido orgánicamente hasta mayo de 1936. (10)

En consonancia con estas posiciones, la Regional asturiana de la CNT prácticamente no había intervenido en los levantamientos impulsados por el sector más radical del movimiento libertario. Este hecho es vital porque significó que esta regional, posteriormente, se encontrase con las fuerzas intactas para movilizarse, puesto que sobre ella no había caído una represión estatal comparable a la que habían sufrido las regionales confederales que sí habían participado en alguno de los intentos insurreccionales.

Por último, un factor determinante que no debe dejarse de lado a la hora de comprender las raíces de la política aliancista de los libertarios asturianos es la situación específica, política y social, que atravesaba la región. En este sentido, deben considerarse las consecuencias de la crisis crónica que venía desarrollándose en la minería asturiana desde el final de la Primera Guerra Mundial. Esta había perjudicado gravemente al conjunto de la clase trabajadora, que sufre un ataque frontal y continuo de la patronal, que procura descargar todo el peso de la crisis sobre las espaldas de los mineros. Se extienden los despidos, se prolonga la jornada laboral, se aumentan los ritmos de trabajo y caen los salarios. Para Shubert, los conflictos que se producen en estos años son los que repercuten en un crecimiento de la solidaridad entre los mineros, que a partir de sufrir la experiencia de este empeoramiento de sus niveles de vida y condiciones de trabajo, superan las diferencias (por origen regional, por la función y el rango que poseían en los lugares de trabajo) que habían obstruido previamente el desarrollo de la conciencia de clase. Por otra parte, la radicalización que se extiende entre los mineros también debe entenderse como resultado de la situación anterior, a la que se sumará, en la década del treinta, un generalizado desencanto con un régimen republicano incapaz de dar solución a los problemas más acuciantes de la clase trabajadora. La vía revolucionaria se presentó, entonces, como el único camino posible para ello. La radicalización de la clase obrera asturiana tuvo, además, una visible resonancia en los dirigentes socialistas de la región (históricamente muy moderados), que sufren una creciente izquierdización. (11)

En este contexto, de radicalización de las bases y de crecimiento de la solidaridad de clase, se genera un ambiente propicio a la unidad obrera; por eso debe contemplarse como uno de los factores que determinan la inclinación aliancista de la Regional asturiana de la CNT. Esta situación, sumada a la coyuntura política que se abre luego del triunfo electoral de las derechas en noviembre de 1933, facilita el acercamiento y la convergencia entre una UGT radicalizada y unos anarcosindicalistas poco propensos al ultraizquierdismo que caracterizaba a sus pares catalanes. Estos criticarán duramente -en un Pleno Nacional de Regionales de la CNT reunido en junio de 1934- a la regional asturiana por su alianza con la UGT y las organizaciones de izquierda, señalando que, al firmarlo, ésta no había respetado los acuerdos aprobados en anteriores plenos, que se habían pronunciado contra la Alianza Obrera. Una vez más se repitió que la CNT y los partidos políticos tenían objetivos opuestos e irreconciliables, puesto que éstos últimos querían tomar el poder y la CNT destruirlo. Se insistió en señalar una extensa lista de faltas imperdonables cometidas por los socialistas (que iban desde la traición a la huelga general de 1917 hasta la represión ejercida sobre la CNT desde el gobierno entre 1931 y 1933) que impedían la convergencia. Los delegados asturianos se defendieron argumentando que era imperioso llegar a un pacto a nivel nacional con los socialistas, antes de que estallase la revolución. Si la alianza no se establecía, los militantes de la CNT, una vez empezada la lucha, tendrían que movilizarse bajo la dirección de los socialistas. En cuanto a los errores cometidos por éstos en el pasado, los asturianos sostenían abiertamente que debían dejarse de lado, olvidarse, para avanzar rápidamente hacia la unidad. (12) La CNT se negó a escuchar estas propuestas y las que, en una misma dirección, se expresaban desde los Sindicatos de Oposición (que insistieron durante todo el año 1934 en la necesidad de establecer la Alianza). La Confederación prefirió mantenerse cerrada en sus posiciones. Desde aquel pleno se convocaría, a pesar de todo, a una conferencia nacional de sindicatos –cuya realización no debía demorarse más de dos meses- para llegar a un acuerdo definitivo (las resoluciones de esta conferencia serían vinculantes, comprometiéndose todas las regionales a cumplir lo que en ella se dictaminase) sobre la cuestión de la Alianza Obrera. Esta conferencia nunca se realizó. Como veremos a continuación, cuando finalmente se produzca la insurrección, la CNT carecería de cualquier orientación general, que guiase su accionar conjunto de forma mínimamente coherente.

La insurrección de octubre de 1934

La política española hacia mediados de 1934 constituía un escenario cada vez más polarizado. Las políticas aplicadas desde el gobierno, de corte netamente derechista, y que incluían una fuerte y sostenida represión sobre el movimiento obrero, generaban un clima de creciente enfrentamiento, que estallaría finalmente en el mes de octubre, cuando la CEDA -que como habíamos expuesto anteriormente iba fortaleciéndose progresivamente en detrimento de los radicales-, el 1º de octubre, quita el apoyo parlamentario al gobierno radical, generando una crisis de gobierno que sólo podía resolverse con la entrada de miembros de la CEDA al gobierno (que se produce el 3 de octubre). Ante esta certeza, la izquierda, que venía amenazando con lanzarse a una insurrección armada en el caso de que la CEDA formase parte del gobierno, actúa en consecuencia. El 4 de octubre, el Comité Revolucionario socialista de Madrid ordena comenzar la insurrección. Como ya hemos especificado más arriba, no eran claros (no lo son hasta el día de hoy) los objetivos políticos que perseguían los dirigentes socialistas con el levantamiento. Probablemente intentaran realizar una demostración de fuerza (a través de una huelga general) para obstruir el acceso al poder de la CEDA. O a lo sumo conseguir derribar al gobierno de radicales con apoyo cedista, para sustituirlo por un gobierno de izquierdas, moderado, que se mantuviese dentro del marco del orden social burgués. (13)

La CEDA, con Gil-Robles a la cabeza, había calculado las consecuencias de su entrada en el gobierno, prefiriendo provocar un levantamiento de las izquierdas revolucionarias mientras estuviese en condiciones suficientemente favorables para inflingirles una derrota. (14)

La única región española en la que el levantamiento adoptó proporciones de importancia y resultó una verdadera amenaza fue Asturias. Este hecho se debió, en gran parte, a la radicalización existente entre los trabajadores de esa región, que describíamos anteriormente. Esta radicalización hizo que en Asturias fuese claro el carácter del movimiento, puesto que los obreros –y sus organizaciones nucleadas en la Alianza Obrera- realizaron un intento revolucionario conciente y decidido, orientado a terminar con el sistema capitalista y a sustituirlo por un régimen socialista. Para ello se contó con una planificación militar emanada de un Comité Provincial Revolucionario –en el que predominaban los socialistas- (15), que se llevó a cabo con relativo éxito, lográndose controlar un tercio del territorio asturiano por algunos días. El plan de los revolucionarios, que preveía un rápido dominio de las cuencas mineras para luego avanzar sobre Oviedo -la capital asturiana- se cumple pero con retrasos (la cuenca no logra ser controlada con la rapidez esperada) teniendo este hecho como consecuencia un reagrupamiento y reposicionamiento de las fuerzas del gobierno en Oviedo, que contaron con tiempo suficiente para prepararse para resistir el asedio de los mineros –cuyo principal armamento era la dinamita-, ocupando puntos estratégicos. Por otro lado, la centralidad que se dio a la toma de Oviedo (en la que según algunos cronistas (16), los mineros veían el centro de poder de sus enemigos, la burguesía asturiana, el gobierno, la iglesia) hizo que se descuidasen posiciones estratégicas como la ciudad portuaria de Gijón, ubicada en el norte de la región, y uno de los puntos por los que ingresarán tropas para reprimir el levantamiento. Los acontecimientos han sido reproducidos por varios historiadores. Intentaremos aquí describirlos sintéticamente. En los primeros días de la insurrección, que estalla en Asturias el 5 de octubre, los revolucionarios logran controlar la cuenca minera, luego de enfrentarse a la guardia civil. En las poblaciones de la cuenca, se forman comités obreros compuestos por militantes de las diversas organizaciones que formaban la Alianza Obrera, pero con composición variable, y no necesariamente determinada por la fuerza de cada organización en la localidad. “Los comités locales controlaban todos los aspectos de la organización social que incumbían a un gobierno. Aparte de las cuestiones militares, se ocupaban del abastecimiento y racionamiento de alimentos, de la sanidad y las cuestiones laborales, de las comunicaciones, la propaganda, el orden público y la justicia. El dinero quedó abolido y se sustituyó por bonos expedidos para cada familia y válida para una cantidad de alimentos determinada, de acuerdo con un censo riguroso.” (17) Una vez controlada la cuenca, comienzan a dirigirse –desde allí- columnas de obreros armados hacia Oviedo, donde –aparentemente- los trabajadores no habían actuado con la decisión necesaria (por carecer de informaciones y directivas claras), tomando la iniciativa las fuerzas gubernamentales, que ocuparon posiciones estratégicas para resistir. En la capital asturiana se combatió encarnizadamente durante varios días, casa por casa, llegando los revolucionarios a controlar la mayor parte de la ciudad, pero sin conseguir acabar con algunos puntos de resistencia (los cuarteles, el edificio del gobierno civil, la catedral) que nunca pudieron ser dominados. En Gijón, por su parte, y principalmente por la escasez de armamento, sólo se logran dominar algunos sectores de la ciudad por pocos días, y no se consigue impedir el desembarco de tropas del ejército (al mando del coronel Yagüe). En esta localidad había una fuerte presencia de la CNT, principalmente entre los obreros portuarios. El máximo dirigente de la Regional asturiana de la CNT, José María Martínez, había insistido a los miembros del Comité Provincial Revolucionario sobre la necesidad de enviar armamentos y combatientes hacia Gijón; a pesar de ello, esta demanda no fue atendida. Sólo llegaron columnas a Gijón desde La Felguera, localidad metalúrgica en la que existía un claro predominio sindical de la CNT. De todas maneras, el mayor obstáculo con el que chocaron los revolucionarios asturianos fue el aislamiento, dado que en el resto de España el movimiento había fracasado rápidamente. En este contexto, las fuerzas represivas del gobierno se encontraron en libertad para caer sobre Asturias. De hecho, a medida que iban llegando las noticias sobre la situación existente fuera de la región asturiana, y a medida que iban arribando las tropas del ejército, se hacía cada vez más claro que los revolucionarios no podrían vencer. El 11 de octubre se disuelve el Comité Provincial Revolucionario que residía en Oviedo (huyendo en desbandada todos sus miembros al enterarse de la entrada a la ciudad de las tropas al mando del general López Ochoa). Pero las bases obreras, convencidas de que en toda España estaba triunfando la revolución, exigen que se continúe la lucha. Por eso se forma un nuevo Comité que se traslada a la localidad minera de Sama y que remplazaría al disuelto. En Oviedo se prolongarán los combates hasta el 17 de octubre. Ese día el presidente del nuevo Comité Provincial, el dirigente socialista Belarmino Tomás, negociaría con López Ochoa las condiciones de rendición. Los revolucionarios se comprometían a entregar todo su armamento a cambio de que se garantizara que no ingresarían tropas marroquíes a ocupar la cuenca minera. Estas condiciones no fueron cumplidas, desatándose sobre Asturias una feroz represión ejercida por todos las fuerzas represivas (guardia civil, tropas coloniales y peninsulares del ejército).

En el resto de España, la situación es bastante diferente. En Cataluña, el carácter de la insurrección no aparece con claridad. Si por un lado el gobierno catalán –la Generalitat, en manos de la Esquerra Republicana de Cataluña, partido republicano de izquierda - intenta levantarse contra un gobierno al que considera una amenaza para su autonomía, y con el que se encontraba en conflicto abierto, por otra banda, se encuentran las organizaciones que forman parte de la Alianza Obrera en Cataluña, entre ellas los anarcosindicalistas nucleados en los Sindicatos de Oposición, que intentan conferir otro carácter a la insurrección, que procuran orientarla hacia la revolución social. La CNT, en conflicto con la Generalitat, que restringía sus actividades (a través de detenciones, censura, cierre de locales sindicales) se mantiene expectante. El 3 de octubre, en plena crisis política, el comité regional catalán de la CNT hace público un manifiesto en el que advertían: “Para el pueblo escarnecido, para los explotados, no puede haber diferencias entre los gobernantes...todos son iguales en la persecución del proletariado, todos son fascistas cuando de defender privilegios se trata...Que nadie se preste a servir de juguete en las luchas que puedan producirse, ya que en ello no tenemos nada que ganar...Que nadie secunde movimientos que no vayan garantizados por las decisiones de la organización. Todo por la CNT. Nada por los políticos.”(18) La CNT, por tanto, no se movería. Desde su hostilidad hacia la Generalitat y la Alianza Obrera, ni siquiera proclamaría una huelga general. (19) Los dirigentes de la Alianza esperaban que las bases cenetistas se movilizaran por su cuenta, a pesar de las orientaciones sugeridas por sus comités. Pero esto no sucedió. Al menos no masivamente. El 5 de octubre los trabajadores pertenecientes a la Alianza comenzaron una huelga general en Barcelona que tuvo poco éxito. El día seis, Companys (el presidente de la Generalitat), proclamaba el estado catalán dentro de la República española federal. El ala derecha de la Esquerra, la organización Estat Catalá (dirigida por Denças, consejero de Orden Público de la Generalitat), tendencia nacionalista radical y proto-fascista, había movilizado a sus milicianos (los “escamots”), y paralizado la ciudad. La Generalitat había procedido a detener a numerosos militantes cenetistas, y a suspender el órgano de prensa de la CNT catalana, Solidaridad Obrera. Militantes de la Confederación habían intentado reabrir algunos locales sindicales, enfrentándose con los escamots y la polícía catalana. (20) Con todo, el movimiento fracasaría rápidamente. Teniendo como único apoyo armado a los escamots (la Generalitat se había negado a armar a los trabajadores de la Alianza Obrera y la CNT se había mantenido al margen), los catalanistas se rindieron el 7 de octubre, en cuanto llegaron a Barcelona tropas del gobierno central, al mando del general Batet, que encontraron escasa resistencia a su paso.

En Madrid, dado el peso que allí poseían los socialistas, el éxito del levantamiento dependía en gran medida de su actuación (la CNT se encontraba, como en Asturias, en minoría frente a la UGT). A pesar de la retórica revolucionaria que el PSOE había adoptado, los socialistas pronto mostrarían sus ambigüedades y su falta de decisión. El movimiento se reduciría en la capital española a una huelga general, declarada por la UGT con el apoyo de la CNT -que resultó ser de una amplitud importante- y a algunos enfrentamientos aislados con las fuerzas del gobierno, que lograron controlar la situación sin dificultades mayores. Así pues, el movimiento había fracasado rápidamente. Lo que –para nuestro trabajo- resulta de especial interés sobre la insurrección en Madrid es que en ella se ponen de manifiesto, una vez más, las diferencias existentes al interior del movimiento libertario y de la CNT. Por un lado, encontraremos un sector de los cenetistas madrileños –constituido por miembros del Comité Regional de Defensa- que apoyará el movimiento con firmeza, creando con gran celeridad (el 5 de octubre) un Comité Revolucionario destinado a guiar el accionar de los libertarios en la capital, y entrando en contacto con la UGT para obtener armas y coordinar los movimientos a seguir. (21) Por otro lado, observamos que el Comité de la Regional Centro de la CNT muestra grandes reservas frente a la insurrección, condenando las actividades del Comité Revolucionario, negándose a reunirse con dirigentes de la UGT, advirtiendo a este comité sobre el carácter “político” del levantamiento, y sosteniendo que los libertarios no debían participar en él, ya que serían utilizados por los socialistas como meras reservas para el combate. A pesar de todo, el 11 de octubre el Comité Revolucionario se reunía con representantes de la UGT, que –aparentemente- comunican a los libertarios que Largo Caballero no deseaba acciones conjuntas con la CNT. El Comité se disuelve. El levantamiento, de todas formas, ya estaba derrotado y Madrid bajo el control del gobierno.

En otras regiones españolas (Levante, Andalucía, el País Vasco) el levantamiento se redujo a huelgas generales con mayor o menor alcance, en las que participó la CNT.

La CNT y las consecuencias de la insurrección de 1934.

Luego de la insurrección, desde los medios libertarios aparecen algunos análisis sobre la participación de la CNT en este proceso. La cuestión más problemática giraba, sin dudas, en torno a la actuación de la Confederación en Cataluña, su baluarte histórico. Había resultado llamativo el hecho de que la CNT, la organización obrera y revolucionaria más radical de España, no se había movilizado para apoyar el intento revolucionario (a pesar de todo) más serio y decidido que jamás haya realizado la clase trabajadora española. Más llamativo era que el sector más moderado del anarcosindicalismo –tachado de reformista por el ala radical -, ubicado tanto dentro de la CNT (como es el caso de las regionales asturiana y centro) como fuera de ella (los Sindicatos de Oposición y los trentistas) habían apoyado la insurrección y participado activamente de ella. Por último, debe remarcarse que la misma CNT que antes había censurado y condenado con dureza las orientaciones adoptadas por la regional asturiana, luego de la insurrección la rodeará de una aureola de gloria, además de utilizar su actuación para defenderse y mantener su prestigio.

Abad de Santillán (de la CNT y la FAI), en un artículo publicado en Solidaridad Obrera en enero de 1935, y Manuel Villar (también miembro de la CNT y la FAI catalana, y director de Solidaridad Obrera en el momento de la insurrección) expondrían algunos de los argumentos más representativos de los análisis realizados desde los medios libertarios sobre el desempeño de la CNT en los hechos de octubre. Ambos afirmaban que la CNT catalana no había participado en la insurrección porque no estaba en condiciones de hacerlo, pues se encontraba en una situación de cuasi clandestinidad, bajo la represión de la Generalitat, con más de ocho mil activistas presos, con los locales cerrados y sin armamento. Alegaron que los levantamientos impulsados por los libertarios en 1932 y 1933 habían consumido las fuerzas de muchas regionales (entre ellas la catalana), y desatado una dura represión sobre ellas. Por otra parte, tanto el carácter difuso que tenía el movimiento a nivel nacional, como la naturaleza pequeño burguesa del levantamiento en Cataluña (que impulsaba la autonomía catalana pero que no pretendía transformar radicalmente la situación de los trabajadores) se señalan como fundamentos de las reticencias de la CNT. Por último, se sostiene que existía un temor extendido en los cuadros libertarios frente a la posibilidad de que los trabajadores de la CNT fuesen utilizados por los socialistas para reinstaurar un gobierno burgués-reformista. Aún teniendo en consideración todos estos factores (ya nos hemos referido a las ambigüedades de los socialistas más arriba), creemos que no son suficientes para explicar cabalmente la intervención de la CNT fuera de Asturias, y especialmente en la región catalana, pues ninguno de estos autores hace referencia a la intransigencia, sectarismo y ultraizquierdismo existentes en la CNT y la FAI de esta región, que quedan expuestos en los debates sobre la Alianza Obrera. Este factor no puede ser dejado de lado. En este contexto, parece claro (a partir de las propias expresiones del Comité Regional de la CNT catalana) que la CNT, antes que nada, no había querido moverse, a partir de realizar una determinada caracterización del movimiento, que lo definía como un intento de cambio superficial, en las esferas gubernamentales, y no de un levantamiento orientado hacia la revolución social. Lo sucedido en Asturias toma por sorpresa a la CNT, que quedará algo desprestigiada después de la insurrección, por su pasividad en Cataluña. Tengamos en cuenta que ni siquiera declaró la huelga general. Ni en Cataluña ni en toda España. Según Abad de Santillán, la CNT catalana desconocía la situación existente en Asturias, por eso había ordenado, muy tempranamente (el 7 de octubre), volver al trabajo a los obreros que espontáneamente habían apoyado la huelga. (22)

¿Podría haber obrado la CNT de forma diferente? Según Molins i Fabrega (periodista y militante del BOC), si la CNT impulsaba el movimiento con determinación podría haber desbordado a la Generalitat, tomando la dirección del levantamiento y orientándolo hacia objetivos auténticamente revolucionarios. Al menos tendría que haber orientado su accionar en este sentido. En la misma línea interpretativa se expresó Ramón Álvarez, dirigente de la CNT asturiana, que además sostiene que la Regional catalana de la CNT utilizó las detenciones de sus militantes para justificar, posteriormente, su pasividad. (23)

Por otro lado, sobre la actuación de los libertarios en Asturias, encontramos algunos testimonios contradictorios, especialmente en lo referente a la metodología utilizada (desde los comités con presencia cenetista) en la consecución de una nueva organización social, y respecto a si ésta se diferenciaba sustancialmente del proceder de los socialistas. El historiador libertario Abel Paz señala al respecto: “En los pueblos, los comités revolucionarios se constituyen de dos maneras diferentes: en los lugares de influencia libertaria se nombran mediante asamblea; mientras que en los de influencia socialista son los comités del Partido los que actúan como ejecutivos. Los bandos y proclamas de los pueblos también tienen diferente sentido, los libertarios apelan a la población, a la solidaridad y al buen acuerdo para llevar la lucha adelante; los socialistas “ordenan y mandan”, anunciando medidas draconianas a los que no se sometan a las consignas del comité”. (24) A pesar de estas diferencias, rescatará la experiencia asturiana como una muestra de que las principales tendencias del movimiento obrero español podían encontrar formas de coexistencia revolucionaria. En esta línea también se pronuncia Villar (25). Manuel Grossi, militante del BOC que participó en la revolución asturiana (pertenecía al comité revolucionario de la localidad minera de Mieres, del que formaban parte también dos miembros de la CNT) y fue autor de la obra “La insurrección de Asturias. Quince días de revolución socialista”, plantea una visión radicalmente diferente: “Los anarquistas desechan sistemáticamente la idea de la dictadura del proletariado como régimen transitorio hacia una organización de la nueva sociedad. La prensa de inspiración anarquista no cesa de combatir a los marxistas porque reconocen la necesidad de la dictadura proletaria. Sin embargo, al constituirse los comités, quienes mayor dureza exigían en las reuniones eran precisamente los camaradas anarquistas. De mi Comité forman parte dos de los representantes más puros de las doctrinas libertarias. Estos camaradas que han luchado en la revolución heroicamente, hacían proposiciones que caían de lleno en la concepción de la dictadura proletaria más rígida.”(26) En el mismo sentido se expresa Molins i Fabrega, que sostiene que muchos libertarios eran partidarios de realizar requisas forzosas a los campesinos asturianos. (27) También afirma que en la Felguera el Comité Revolucionario, compuesto íntegramente por militantes de la CNT y la FAI, debió imponer el racionamiento de alimentos luego de que una breve puesta en práctica de la toma del montón kropotkiana (en la cual cada uno tomaba libremente los productos básicos que necesitaba de los almacenes comunes) redundara en una escasez de alimentos, ya que numerosos habitantes habían optado por acapararlos. El contenido del bando hecho público por el comité de la Felguera (que está reproducido en la obra de Molins i Fabrega) parecería darle la razón. A pesar de las diferencias de interpretación, estos autores, al igual que los libertarios, destacan –por sobre todo- la importancia que tuvo la unidad entre las diversas tendencias en la lucha y en la reorganización económica y social que pudo ensayarse, unidad que demostraba lo que podía llegar a realizar la clase trabajadora si se unía tras un programa revolucionario.

La represión posterior a la insurrección, por su parte, tendría consecuencias fundamentales para toda la izquierda española, y para la CNT. El problema de la unidad frente al fascismo parecía imponerse poco a poco en todas las organizaciones. En la CNT, observaremos un larga y trabajosa evolución, que reconoce retrocesos, hacia la aceptación de la Alianza Obrera como estrategia revolucionaria para enfrentar al fascismo. En el curso de 1935, el sectarismo y la intransigencia de la tendencia radical del anarcosindicalismo iría erosionándose progresivamente, mientras se retomaba (tras la experiencia de Asturias) el debate sobre la Alianza Obrera. La cuestión de la Alianza seguía siendo, por otro lado, uno de los pilares de la propaganda realizada desde los Sindicatos de Oposición, que además comienzan una campaña por la reunificación de la CNT, planteando que ésa unidad (que significaría un reforzamiento para los anarcosindicalistas) era una condición necesaria para avanzar luego hacia un pacto con la UGT y los partidos obreros. Pero si la experiencia de Asturias había atemperado a los anarquistas más intransigentes, también había afectado a los socialistas, que comenzarían un recorrido que culminaría con la adopción de la estrategia frente populista. Esta estrategia, promovida activamente por el Partido Comunista (luego de que el VII Congreso de la Komintern la aprobase como orientación política general) implicaba la alianza entre las organizaciones obreras y los partidos democrático burgueses con el objetivo de detener el ascenso fascista, desde un programa moderado y reformista, que preveía como tarea prioritaria la defensa de la democracia burguesa frente a la reacción. Esta estrategia era, por tanto, fundamentalmente diferente a la de Alianza Obrera, que sería paulatinamente abandonada por la mayoría del socialismo, que a pesar de los disensos internos había tendido, en líneas generales, a moderarse luego de la insurrección. En Diciembre de 1935, el PSOE, la UGT y las Juventudes Socialistas aprobarían la constitución de un frente electoral compuesto por los partidos obreros y los republicanos de izquierdas. El 15 de enero de 1936, se constituye el Frente Popular, formado por partidos obreros (PSOE, PCE, POUM) y por partidos republicanos de izquierda (Unión Republicana, Izquierda Republicana) sobre la base de un programa visiblemente moderado. Diez días después (una vez que los socialistas ya han entrado en el Frente Popular) la CNT catalana -la más importante de toda la Confederación- acepta finalmente la Alianza Obrera, o más bien una variante similar pero más tolerable para los anarcosindicalistas y su tradicional aversión frente a los partidos políticos; pues lo que se impulsará luego del pleno regional del 25 de enero es una Alianza Revolucionaria entre la CNT y la UGT, que excluía a los partidos obreros.

Como bien apunta Fraser, el drama de los revolucionarios españoles residió en que los descontentos de los anarcosindicalistas y los socialistas no coincidieron en el tiempo, contribuyendo ambas tendencias, de diversas formas, a perpetuar la división de la clase trabajadora española, e imposibilitando su avance hacia la revolución. (28)

La CNT, a pesar de que había moderado su posición intransigente y sectaria, no realizaría un análisis profundo y detenido de los sucesos de Asturias. Los problemas de la revolución que resultaban más incómodos para la doctrina libertaria (el problema del poder, el de la estrategia revolucionaria, el de las alianzas políticas) no serían planteados. La tendencia existente en el anarcosindicalismo español a priorizar una actividad militante despojada –escindida- de una reflexión teórica rigurosa y sistemática, tendría consecuencias fatales para el movimiento libertario en el proceso que se abriría en España en 1936, puesto que se encontraría, como en otras ocasiones, sin la claridad política necesaria para sortear con éxito las inmensas dificultades que se presentarían, inevitablemente, en la ruta hacia la realización de sus anhelos emancipatorios.

Bibliografía

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Referencias

(1) Para la caracterización de estas dos tendencias hemos consultado los trabajos de Paniagua, La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español 1930-1939, Grijalbo, Barcelona, 1982; Brademas, J., Anarcosindicalismo y revolución en España, 1930-1937, Ariel, Barcelona, 1974; Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil española, Ed. Crítica, Barcelona, 2001. Lorenzo, Los anarquistas españoles y el poder. 1868-1969, Ruedo Ibérico editores, París, 1972; Peirats, José: La C.N.T. en la revolución española, Ed. A.A. La Cuchilla, Cali, 1988.
(2) Ricardo Sanz, militante de la CNT y la FAI catalanas, sostenía sobre la táctica de la “gimnasia revolucionaria”: “Tras siete años de clandestinidad, los miembros {de la CNT y la FAI} generalmente no sabían dónde iban ni que querían. En semejante situación lo que hacía falta era práctica, ejercicio, gimnasia revolucionaria. Nosotros éramos el motor o la chispa capaz de poner en marcha dicha gimnasia...” Refiriéndose a los intentos insurreccionales que impulsarían los libertarios más radicales durante la II República, afirmaba: “No nos sentimos indebidamente decepcionados ante el fracaso. Dada la situación, ya desde el principio dudábamos de que los resultados fuesen efectivos. Pero como estábamos convencidos (nosotros, la clase obrera que se había formado bajo la dictadura, especialmente la juventud) de que tales ejercicios eran necesarios, los llevamos cabo. La clase obrera tenía que aprender a marchar hacia la conquista, no del poder o del estado (de estas cosas nunca hablábamos), sino de los medios de producción y consumo.” Testimonio de Ricardo Sanz a Ronald Fraser, en Fraser, R., op. cit., pp. 763-764.
(3) Juan García Oliver, una de las figuras más importantes del “faísmo” se expresaba así sobre el manifiesto trentista y la escisión de la CNT, en una carta a John Brademas, de 1953: “...En realidad su contenido no era más que el reflejo del disgusto de un grupo de militantes que no podían hacerse al hecho histórico de haber perdido, en menos de un año, el prestigio –y la dirección- en la CNT. Es muy fácil explicar la guerra del faísmo contra el trentismo y la completa derrota de este último. Cuando la República se implantó en España, algunos viejos confederales se sintieron social y políticamente satisfechos con el mediocre contenido burgués de la nueva república y eran partidarios de renunciar al tradicional espíritu de revolución social de la CNT y de adaptar nuestra organización a la situación republicana. (...) la militancia radical (...) fue capaz de triunfar sobre el trentismo justamente en el momento en que aumentaba el número de afiliados y tomaba cuerpo la amenaza de absorber a amplios sectores obreros de la Unión General de Trabajadores” Citado en Brademas, J., op. cit., pp. 80-81.
(4) Juan Manuel Molina, militante de la CNT y la FAI expresaba así su posición sobre posibles compromisos con cualquier partido político. Creemos que es representativo de argumentos muy extendidos entre los medios libertarios más radicales: “(...) declaramos que entre los anarquistas y los dirigentes de los partidos políticos no puede existir el menor contacto ni compromiso. La finalidad que persigue la CNT y la FAI es diametralmente opuesta a la de todos los partidos políticos y por lo tanto hace imposible todo acuerdo sincero”. Citado en Brademas, J.,op.cit., pag.128.
(5) Este es el caso de Manuel Villar (también conocido bajo el seudónimo de Ignotus), militante de la CNT y la FAI, en su obra El anarquismo en la insurreción de Asturias. La CNT y la FAI en octubre de 1934, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Madrid, 1994.
(6) Shubert, Adrian, Hacia la revolución. Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-1934, Editorial Crítica, Barcelona, 1984, pp.13-15.
(7) Ambos fragmentos pertenecen al artículo Orobón Fernández “Alianza Revolucionaria, ¡Sí! Oportunismo de bandería, ¡No!”, publicados en el periódico madrileño La Tierra, en febrero de 1934. Citado por Peirats, op. cit., Tomo I, pag. 82 a 88.
(8) En relación a lo que planteábamos anteriormente sobre la heterogeneidad ideológica interna que caracterizaba a la FAI, hay que remarcar que José María Martínez, principal dirigente de la Regional asturiana de la CNT desde la década del veinte, aún siendo simpatizante del ala más moderada del anarcosindicalismo, pertenecía a la Regional asturiana de la FAI, que profesaba concepciones opuestas a los sectores nucleados en la FAI catalana (insurreccionalismo, gimnasia revolucionaria, confianza en la espontaneidad de las masas, etc.). Sobre la militancia y las concepciones de Martínez hemos consultado a Iñiguez, M., Esbozo de una Enciclopedia histórica del anarquismo español, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Granada, 1994.
(9) Sobre el congreso de la CNT de 1919 hemos consultado a Lorenzo, C., op. cit.,pag. 37-38.
(10) Para la caracterización de la Regional asturiana de la CNT, consultamos Brademas, J., op. cit, pp. 124 a 126; Shubert, A., Hacia la revolución..., pp. 202-203; y Fraser, R., op. cit., pp. 769 a 771.
(11) Sobre las condiciones sociales existentes en Asturias nos hemos basado en Shubert, A., Hacia la revolución...
(12) En un pleno Regional de la CNT asturiana –realizado en mayo de 1934-, la delegación que representaba a la Felguera (localidad metalúrgica con amplio predominio cenetista) cuestionó el pacto de alianza con la UGT, alegando que se había firmado sin consultar a los sindicatos locales. José María Martínez respondió que debía apoyarse la unidad porque existía entre los trabajadores un ambiente aliancista. Vease Shubert, A., “La epopeya fallida: la revolución de octubre de 1934 en Asturias”, en Preston, P., Revolución y guerra en España, 1931-1939, Editorial Alianza, Madrid, 1986, pag. 114.
(13) El programa que había aprobado el ejecutivo del PSOE, elaborado por Indalecio Prieto, dirigente moderado del socialismo, y que sería hecho público recién en enero de 1936, incluía una reforma educativa, la disolución de las órdenes religiosas, la colectivización de los latifundios, la sustitución de la Guardia Civil por una milicia popular, la reorganización del ejército y una legislación social más avanzada. El programa está reproducido íntegramente en Peirats, op. cit., t. I, pp. 98-99.
(14) Esta lectura la realizó luego de la insurrección Andreu Nin, máximo dirigente de Izquierda Comunista (partido marxista que en Cataluña formó parte de la Alianza Obrera) y posteriormente del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). “Es innegable que en el mes de octubre próximo pasado, el proletariado español se lanzó a la lucha en condiciones desfavorables. La victoria era difícil. Maduraban las condiciones favorables a la revolución triunfante, pero todavía no estaban maduras. La propia clase obrera no veía todavía sus fines con bastante claridad. Precisamente por eso, la reacción provocó el movimiento para hacerlo abortar. Sabía muy bien que unos meses más tarde sería irresistible.” Extracto del artículo “Derrotas desmoralizadoras y derrotas fecundas” publicado en el periódico Estrella Roja, en febrero de 1935, en Nin, Andreu: El P.O.U.M. en la revolución española, Ed. Antídoto, Bs. As., 1971, pag. 171.En esta línea interpretativa también encontramos a Fraser, op. cit., pag. 773.
(15) La composición del Comité Provincial Revolucionario era la siguiente: 5 socialistas, 2 comunistas y un anarcosindicalista. Shubert, A., La epopeya fallida..., pag. 116.
(16) Este es el caso del periodista y militante del BOC, Narcis Molins i Fabrega, UHP La insurrección proletaria de Asturias, Ed. Júcar, Gijón, 1979, pag. 46-47. Sostiene además que el Comité Provincial Revolucionario no había prestado ayuda a Gijón por que allí predominaba la CNT. En este sentido también se pronuncia Jackson, G., La República Española y la Guerra Civil, Ed. Crítica, Barcelona, 1999, pag. 151.
(17) Shubert, A., “La epopeya fallida..., pag. 117.
(18) El manifiesto se titula “Confederación Regional del Trabajo de Cataluña. Ante los acontecimientos actuales: a los trabajadores, al pueblo en general” y fue publicado en Solidaridad Obrera el 3 de octubre de 1934. Citado en Brademas, J., op. cit., pag. 142.
(19) Ricardo Sanz (CNT-FAI) expondría, en un artículo publicado en España Libre en agosto de 1950, cuál había sido la actitud del Comité regional de la CNT catalana y su secretario (Francisco Ascaso) en octubre de 1934. “La posición por él mantenida, y que era compartida por todo el Comité regional, era la siguiente: Nosotros colectivamente, no intervendremos a favor ni en contra de los catalanistas... nos mantendremos a la expectativa... Si el movimiento es sofocado por el poder central, cosa casi segura, la CNT aconsejará que no dejen de acudir al trabajo a los trabajadores que espontáneamente lo hayan abandonado, porque en Cataluña no se ha dado la orden de huelga general. Si por el contrario el movimiento separatista triunfa... en dicho caso la CNT en Cataluña debía declarar la huelga general, estando dispuesta a todo hasta que el gobierno autónomo reconociera “jurídicamente” a los sindicatos de la CNT en Cataluña.” Citado en Lorenzo, op. cit., pag. 71.
(20) A pesar de las orientaciones expuestas con anterioridad, el Comité Regional de la CNT catalana publicaría el 6 de octubre una hoja en la se afirmaba que la CNT no debía contemplar el movimiento que se desarrollaba en Cataluña pasivamente, aconsejando la movilización de sus efectivos para fomentar que éste adquiriese otro carácter, realmente revolucionario. Sin embargo, las acciones concretas que se ordenaban sólo preveían la concentración de los trabajadores en los locales para conseguir su reapertura, y la entrada en funciones de los comités de barriada. Y no se declara la huelga. Según Peirats, la hoja había sido redactada probablemente por Francisco Ascaso, secretario del Comité Regional catalán, que sería luego sancionado por ello con la dimisión. Peirats, J., op. cit., t. I pag. 101-102.
(21) El grupo que formaba parte de este comité había publicado un manifiesto en el que amenazaba a los socialistas con tomar la dirección del movimiento si estos lo traicionaban. Este grupo también exigió (el día 8 de octubre en una reunión con miembros de Comité Regional del Centro) que el Comité Nacional de la CNT declarase la huelga general en toda España, en solidaridad con los revolucionarios asturianos, y que crease un Comité Revolucionario Nacional para que se hiciera cargo de todo el movimiento, dirigiéndolo hacia la consecución de la revolución social. Estas propuestas no fueron aceptadas. Para la actuación de los libertarios en Madrid hemos consultado a Brademas, J., op. cit., pag 144 a 147. Brademas se basa en un documento elaborado por el Comité Nacional de la CNT con posterioridad a la insurrección, titulado “Informe confidencial acerca de los debates cenetistas en torno a la Alianza Obrera y el papel desempeñado por la CNT en el alzamiento de octubre de 1934”, que sólo se publicará entre marzo y abril de 1936 Solidaridad Obrera.
(22) Las opiniones de Santillán están contenidas en un artículo titulado “Los anarquistas y la insurrección de octubre”, publicado en Solidaridad Obrera el 20 de enero de 1935, referencias a éste escrito en Brademas, J., op. cit., pag. 144.
(23) Este es el testimonio de Ramón Álvarez a Ronald Fraser:“Le dije a Durruti {militante del ala radical de la CNT y la FAI}: “El deber de un revolucionario es canalizar un movimiento así por el camino correcto.” Pero la verdad es que no querían tener nada que ver con la Esquerra, que estaba planeando un levantamiento con la Alianza Obrera. Después de haber dicho siempre “nos encontraremos en las calles”, su única excusa fue que la Generalitat había arrestado a algunos de sus militantes. En parte, las detenciones obedecieron a que la CNT había advertido a la opinión sobre el levantamiento.” Citado en Fraser, R., op. cit., pag. 770.
(24) Paz, A., Durrruti en la Revolución española, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Madrid, 1996, pag. 414.
(25) Villar, M., op. cit., pp. 90 -92
(26) Extracto de la obra de Grossi citado en Lorenzo, C., op. cit., pag. 68.
(27) Molins i Fabrega, N., op. cit., pag.142.
(28) Fraser, R., op. cit., pag. 771.



Marcial Costoya
[Ponencia presentada en las jornadas académicas sobre el 70ª Aniversario de la Revolución de Asturias en 1934, el 28 de octubre de 2004 en la Universidad de Buenos Aires. Las jornadas fueron organizadas por integrantes de la cátedra Historia de España de la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad]

Extraído de: Sitio al margen.

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lunes, agosto 07, 2006

Luis Bárzana Bárzana


Luis Bárzana Bárzana nació en 1910 en Castropol, en el seno de una familia de maestros nacionales. Él mismo hizo los estudios de Magisterio y ejerció como tal en Barredos, La Felguera y Gijón, y en 1930 pasó a formar parte de la Comisión Ejecutiva de la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias, la ATEA. Ingresó en el Partido Comunista en 1933, y participó en los combates de la revolución de octubre de 1934 en La Felguera y Oviedo. Derrotado el movimiento revolucionario estuvo en la cárcel. Al iniciarse la guerra civil es uno de los dirigentes de las MAOC (Milicias Antifascistas de Obreros y Campesinos), alentadas por el PCE. Participó en el aplastamiento de la sublevación militar en Gijón y en el posterior asedio a los cuarteles en esta población. Se desplazó también al frente occidental al mando de un grupo de inspiración comunista. A lo largo de la guerra puso de manifiesto sus grandes dotes para el mando militar, lo que le llevó a desempeñar los más altos cargos dentro del Ejército Popular de la República. Mandó primero uno de los batallones del llamado Regimiento Muñiz; luego fue mayor de milicias y estuvo al mando de una brigada. Mandó luego la 57 División y en la fase final del frente de Asturias, la División C que defendía la frontera sur, o de los puertos, frente al general Aranda. Su actuación fue decisiva para retrasar el avance del ejército nacional. Estuvo también en el frente vasco, en el fin de la guerra en Euskadi, y participó igualmente en la campaña de Santander. Tras la caída de Asturias, se le encomendó el mando de la División número 70 en el Frente Sur, donde organizó un atrevido golpe de mano en el fuerte de Carchuna (Granada), tras el que logró liberar a 308 prisioneros asturianos. Detenido al final de la guerra, estuvo en la cárcel y pasó varios años en batallones y brigadas de trabajo. Falleció en un accidente en 1947, al año de ser puesto en libertad.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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