El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

Nombre:

jueves, marzo 30, 2006

En recuerdo de... Higinio Carrocera

Nació en el mes de enero de 1908 en el pueblo de Barros, del concejo de Langreo (Asturias). Hijo de un matrimonio obrero, con algunas propiedades de labrantío, como casi todas las familias del pueblo. Estas propiedades, trabajadas durante las horas libres, y en cuyas labores intervenía toda la familia, les permitía un medio de vida más desahogado, siendo por tanto entre la clase obrera del pueblo, de los que mejor podían desenvolverse. Transcurrió, pues su infancia alternado las faenas agrícolas con su asistencia a la escuela primaria del pueblo. Más tarde, ingresó en otra de La Felguera, de igual categoría.

Cumplidos los trece años, falleció su padre. Al faltar éste, y siendo cinco hermanos – él era el segundo-, la familia no tuvo más remedio que pensar en allegar recursos con que atender al sostenimiento del hogar. Con la intervención de un vecino y amigo de la casa, Higinio comenzó a trabajar en los talleres de laminación de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera, en cuya plantilla figuró hasta la declaración de la Guerra Civil española. Para entrar a trabajar, debido a no tener la edad reglamentaria, se inscribió con la documentación de su hermano mayor, a quien reclamaba desde América una familia allá afincada.

Su carácter rebelde, pero justo, se manifestó en él desde la más tierna infancia, pues cuando entendía que injustamente un chico mayor trataba de atropellar a otro más débil, decidido e incondicionalmente se ponía al lado de éste, sin tener en cuanta para nada la edad o la corpulencia del avasallador. No obstante, siempre se mostró tolerante y humano con cualquiera, pero principalmente con el vencido. Mientras vivió y ya desde que en su cerebro comenzaron a germinar las ideas por las que luchó y murió, jamás se mofó de los que sostenían otras creencias o sustentaban otras ideas, sino que procuró, en toda ocasión, convencerlos con razones y hechos (…)

Cuando el día 12 de diciembre de 1931 los capitanes Galán y García Hernández se sublevaron en Jaca, sostuvo diversos tiroteos, junto a otros militantes de La Felguera, con la Guardia Civil de Sama de Langreo. Debido a esta participación armada contra las fuerzas llamadas del orden al servicio de una monarquía corrupta y decadente, Higinio Carrocera Mortera sufrió su primera persecución. Este hecho fue, pudiéramos decir, su bautismo de fuego y su bautismo represivo, ya que desde entonces, hasta su asesinato, participó en cuantas huelgas revolucionarias hubo en La Felguera, cuenca del Nalón y resto de Asturias, sufriendo persecuciones y encarcelamiento no pocas veces (…)

Participó en la revolución de octubre de modo activo y exponiendo cuanto había que exponer. Desde los primeros momentos se puso al frente de los grupos que tomaron al asalto los cuarteles de la guardia Civil de La Felguera y Sama, cuartel de Carabineros de Oviedo y Fábrica de Armas, y en los ataques a otros reductos de la capital asturiana, retirándose a las montañas satures cuando se impuso la capitulación, capitulación necesaria por ser esta la única provincia que se levantó con todas las de la ley contra el despotismo y la reacción que iban preparando el terreno para el levantamiento fascista del año 1936.

Detenido en Zaragoza en noviembre de 1935, fue traído a la prisión de Gijón, procesándole bajo la acusación de fomentar y ser líder de la revolución. En febrero de 1936, y sin llegar a ser juzgado, consiguió la libertad en virtud del triunfo electoral de las fracciones políticas de izquierda. Y como dijimos anteriormente, antes de que el gobierno legítimo de España se dirigiera a los trabajadores en demanda de ayuda para defender su legitimidad en contra de las pretensiones fascistas, ya él, junto con otros muchos militantes y afiliados de La Felguera, estaba dispuesto a lanzarse contra las mencionadas hordas que se levantaban por todos los rincones de España y posesiones españolas de África. Desde ese momento ya no hubo reposo en él.

Durante el tiempo que duró la Guerra Civil en Asturias, salvo en dos ocasiones en que se vio obligado a hospitalizarse, aunque por fortuna sus heridas no fueron de gravedad, trajo en continuo jaque al enemigo, atacando o defendiendo, según aconsejaran las circunstancia. En la rendición de los cuarteles de la Guardia Civil de La Felguera y cuarteles militares de Zapadores y Simancas, de Gijón; en los frentes de las montañas de Pravia, Cornellana, La Espina, Monte de Los Pinos, Mazuco, etc., donde estuvo al frente de sus grupos o sus batallones dejó constancia de su valor, de su coraje, de su capacidad guerrera y de sus dotes de conductor de masas. Jamás entre sus voluntarios hubo discrepancias ni protestas, pues por su dinamismo, por su comprensión y por su ejemplar conducta, animaba al más rezagado y aumentaba el valor de los más valientes. Si las botas de cualquiera de sus hombres estaban deterioradas y no había repuesto, rápidamente se descalzaba las suyas y se las entregaba. Si a otro le faltaba la guerrera, la cazadora o cualquier otra prenda, Carrocera era el primero en poner la suya a disposición del necesitado ¿Quién, pues, podía tener fuerza moral para rechazar cualquier consejo suyo? Su nombre muchas veces citado en los partes de guerra y en la prensa, jamás será olvidado ¡Cuántos le han visto llorar de rabia o impotencia al retirarse de una posición obligado por la abrumadora superioridad numérica y de armas del enemigo! ¡Con cuánto denuedo y desprecio a su propia vida defendió siempre el terreno conquistado! (…)

Mallecina

En Mallecina, el enemigo hostilizaba la carretera, los sembrados, todo lo que abarcaba el ángulo de tiro de sus ametralladoras. Desalojarlo de sus posiciones era difícil y peligroso, suicida en grado sumo. Más allí surgió de nuevo Carrocera con su grupo de voluntarios. Subidos en un autocar, con el cigarrillo en los labios y los cartuchos de dinamita preparados (las bombas en aquel tiempo eran artículos de lujo), arrancó el vehículo a toda velocidad carretera adelante. Las huestes enemigas, sorprendidas quizá por la temeraria acción, o acaso admiradas de cómo aquel puñado de hombres, con Carrocera al frente de ellos, se jugaba la vida tan audazmente, abandonaron sus posiciones a marchas forzadas.

Mazucu

Durante tres días, el Mazuco estuvo sometido al más intenso fuego. Barcos de guerra, aviación, artillería de corto y de largo alcance, dirigían su mortífera carga hacia la posición defendida por la brigada de Carrocera. Las bajas se multiplicaban. Escaseaban las municiones. El suministro se hacía difícil, casi imposible. La palabra abandono corría de boca en boca. Pero Carrocera estaba allí, junto a sus hombres, compartiendo con ellos el peligro, siendo uno más en la lucha activa, yendo de un lado para otro, animando al pusilánime, atendiendo al herido, diciendo a todos que la noche se aproximaba, y como durante ella los ataques enemigos no eran tan crudos ni sanguinarios, ¡quién sabe si al día siguiente…!¡Pobre Carrocera: confiaba, como confiábamos todos en aquel tiempo, en el Comité de la No Intervención, en las democracias, en la cuna del proletariado, encantos factores que sólo nos sirvieron para ser carne de cañón, para explotarnos a cambio de armas antiguas, para convertirnos en cobayos de sus conveniencias…!

Tres veces, una cada día, el enemigo, cantando el “Cara al Sol” y creyendo que la metralla había dejado expedito el camino, avanzó monte arriba. Y otras tantas Carrocera puso de manifiesto su arrojo, su temeraria valentía. Cuando las fuerzas fascistas menos los esperaban, salían Carrocera y sus hombres de las trincheras y, lanzándose monte abajo a pecho descubierto, arrojando cada uno lo que podía: piedras, cajas bacías de municiones, todo menos balas, porque éstas había que reservarlas, hacían huir a las tropas enemigas. Hasta que llegó lo inevitable. Ni un momento más se podía resistir aquel martilleo incesante de la artillería, de la aviación, de la marina fascista internacional…

Carrocera se dispuso entonces a evacuar las posiciones que con tanto ardor y valentía había defendido su brigada. Pero hasta que el último de sus soldados no abandonó el puesto que con tanto arrojo había defendido, no inició su propia retirada. Después…, la condecoración más alta que podía recibir, porque se la dieron los mismos que con él habían efectuado tan epopéyica resistencia: Héroe del Mazuco.

Contaba de diez a doce años cuando cierto día, yendo en dirección al colegio de La Felguera junto con otros escolares de su edad, oyó lastimeros quejidos y unos insultos que algunas mujeres proferían contra el propietario de una pomarada cercana a la carretera general y lindante con el río. Cundían, a la sazón con muy poco agua por ser época estival. Enterado de que los ayes eran lanzados por un niño de ocho o nueve años, debido a que el dueño de la citada pomarada lo había lanzado a unos matorrales de ortigas completamente desnudo, por haberlo sorprendido cogiendo unas manzanas, no titubeó ni un instante y, con la decisión que años más tarde le dieron la fama y nombrandía, se puso al frente de cuatro o cinco de sus acompañantes que se prestaron a secundar el plan brevemente expuesto. Vadearon el casi seco río provistos de unas estacas arrancadas en otra finca próxima y arremetiendo contra el salvaje propietario y un fiero perro de éste, obligaron a las dos fieras a retroceder y a refugiarse en una choza sita en la pomarada, donde los encerraron, no sin antes darles una más que fenomenal paliza, procediendo a renglón seguido a rescatar a la víctima de tan inconcebible salvajada de las ortigas que dejaron su cuerpecillo cubierto por una sola ampolla.

Este acto de valentía y de auténticos sentimientos humanitarios, impropio y poco corriente de seres de tan corta edad, fue comentado elogiosamente por el pueblo entero ¡Hasta la Guardia Civil, a la que el criminal propietario acudió para presentar la oportuna denuncia por las contusiones recibidas, tuvo frases de simpatía para Carrocera y sus amigos!

Cierta noche de invierno en que la lluvia y el frío eran insoportables, se presentó en su casa sin chaqueta ni zapatos. Preguntado por sus familiares dónde había dejado aquellas prendas tan necesarias, contestó que acababa de dárselas a un desarrapado que se había cruzado en su camino. Y se acostó tranquilo, mientras sus deudos movían la cabeza y llevaban los dedos a las sienes como diciendo que estaba loco (…)

Carrocera fue de los últimos en embarcar, y más que embarcar diríamos que lo obligaron a ello, pues al no haber sitio para todos, se negaba tozudamente a poner los pies en el “Llodio” demostrando con su actitud, una vez más, que si era el primero ente el peligro, sabía ser el último ante la problemática salvación que ofrecía la huida en los barcos no preparados para ella, aparte de la vigilancia que ejercían sobre la costa navíos de la marina fascista. Más reconociendo cuantos lo conocían y eran todos los que se encontraban en el “Llodio”, que Carrocera había muy pocos, lo metieron a la fuerza en el buque, deseando con todo anhelo que pudiera arribar a feliz puerto.

El barco de carga donde embarcó –ya dijimos que el “Llodio”- fue capturado el día 21 de octubre de 1937 por los navíos de guerra que en aquellos momentos infestaban el Cantábrico (…) Conducidos al Ferrol y de allí a Coruña, lo desembarcaron en Muros de Noya, bahía de Corcubión, el día 4 de noviembre de 1937 y lo internaron en el campo de concentración de “Romaní” (…) El 28 de diciembre de aquel año, y en unión de otros compañeros, fue trasladado al campo de Vieta, en el otro extremo de la playa de dicha bahía de Corcubión. Al día siguiente de su traslado fue requerido por su nombre supuesto e invitado por el capitán del campo a que diera su verdadero nombre cosa que hizo al comprender que estaba descubierto. Más antes de dar en consabido paso al frente, el compañero Trom, de Gijón, intentó convencerlo para suplantarlo y ver si mientras se descubría la superchería podía fugarse. Pero Carrocera, con su característica entereza y serenidad, se negó rotundamente con estas palabras:

- No, no puedo consentir que nadie corra riesgos por eludir yo mi responsabilidad revolucionaria.

El capitán del campo en cuestión, y en honor a la justicia, se portó con Carrocera como un auténtico caballero, oponiéndose a entregarlo a tres chequistas que, al enterarse de su estancia en el campo, se presentaron en el mismo con el propósito de hacerse cargo del prisionero sin autorización de ninguna clase (…)

Cárcel de Oviedo

Excepto los doce o quince días que permaneció castigado en “La Leona” y mientras no lo ejecutaron, lo tuvieron rigurosamente incomunicado en la celda 13 de la segunda galería.

A mediados de abril, y a puertas cerradas, fue juzgado y condenado a la última pena en unión de otros catorce compañeros (…) La farsa duró dos horas. Dos horas en que el fiscal, apodado ya “la ametralladora”, se despachó a su gusto e hizo gala de una oratoria ajena por completo a cualquier término y conocimientos jurídicos. Entre otras acusaciones, le formularon la de haber hecho labor de retaguardia con toda su secuela de actuaciones vandálicas, etc., a lo que Carrocera, con aplomo y gallardía contestó que él no había nacido para la retaguardia, sino para los frentes de batalla, ofreciendo siempre, siempre, su corazón a las balas y el holocausto a la libertad y a la justicia.

"Por por eso vuestras pretensiones – siguió diciendo- pasan por mi lado sin mancharme. Vosotros, el enemigo, podéis acusarme de haceros pagar muy caro el terreno conquistado; pero no puedo ni debo callar que vosotros, serviles y ruines vejestorios, me acusáis de actos denigrantes, propios de los muchos cobardes que existen en la parte de España que vilipendiáis" (…)

Reincorporado a la celda número 13, estuvo en ella hasta el día 8 de mayo de 1938, fecha en la que, en unión de otros 259 antifascistas, fue asesinado y enterrado en la gran hoyanca llena de cal. El citado 8 de mayo se acabó la vida del joven (treinta y ocho años cumplidos) luchador extraordinario y noble Higinio Carrocera Mortera (…)

Al ser sacado de la prisión con rumbo al cementerio, pretendió animar con frases de aliento a los que quedaban; pero las fuerzas encargadas de la escolta y del fusilamiento, hundiendo sus machetes una y otra vez en las carnes de Carrocera, le produjeron diversas heridas. Manando sangre, llegó hasta la misma hoyanca. Solamente le faltaba la corona de espinas para semejar a Cristo, en nombre del cual la España franco-falangista robaba, asesinaba, violaba (…)

Otra circunstancia que así mismo hemos de mencionar era la costumbre de arrancar a los fusilados las dentaduras de oro. Carrocera, que tenía unas diez o doce piezas macizas y fijas de oro, sabedor de esa clase de rapiña, las arrancó con el mango de una cuchara y con ellas otra pieza natural que por su fijeza a las otras no pudo dejarla, siendo imaginable el sufrimiento que esta acción le reportó; más todo debió soportarlo con su inigualable estoicismo antes que el enemigo dispusiera de algo suyo con que pudieran contribuir al fortalecimiento económico de una causa injusta.


Publicado en: Vida y muerte de Higinio Carrocera Mortera, Subcomité de Asturias de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). 1960.

Etiquetas:

domingo, marzo 26, 2006

IKE. Retales de la reconversión

Entre 1984 y 1994 las trabajadoras de la fábrica de camisas gijonesa IKE se embarcaron en una asombrosa batalla que las enfrentó a políticos, jueces, policías e incluso a sus propias familias en defensa de sus puestos de trabajo. En los peores momentos de la Reconversión Industrial asturiana, las empleadas de IKE reclamaron incansablemente a la Administración una salida a su crítica situación laboral sin obtener respuesta. En el transcurso de esta lucha, estas mujeres experimentaron una auténtica transformación personal que les permitió superar una situación inicial de apatía política y desmovilización en un contexto empresarial marcadamente paternalista. A lo largo de una década levantaron barricadas, ocuparon edificios públicos, asaltaron barcos e iniciaron un encierro en los locales de su empresa que se prolongaría durante cuatro largos años. El paso del tiempo no ha hecho más que hacer más evidente la magnitud de su hazaña.

IKE. Retales de la reconversión recoge la memoria de esta experiencia única de resistencia a la precariedad laboral y analiza las consecuencias sociales y psicológicas del fin del trabajo estable. El grueso del libro está dedicado a recoger el testimonio de las protagonistas de este conflicto. A través de las voces de las ex empleadas de IKE salen a la luz las desventajas adicionales que lastran el trabajo femenino, pero también el valor de la acción colectiva y la solidaridad. La obra se completa con un análisis de la actuación de los empresarios y los poderes públicos asturianos en la crisis (Carlos Prieto), un estudio acerca de las consecuencias del conflicto de IKE desde el punto de vista psiquiátrico (Guillermo Rendueles), un relato de las estrategias jurídicas que pusieron en marcha las trabajadoras de IKE (Carlos Muñiz) y una entrevista con el historiador Rubén Vega en la que se aclara el contexto económico y político que rodeó el conflicto de IKE.

IKE. Retales de la reconversión, Coordinador: Carlos Prieto. Colaboran: Guillermo Rendueles, Carlos Muñiz y Rubén Vega. Editorial Ladinamo. Madrid, 2004. 144 pp. 8 euros + gastos de envío.

Fuente: Ladinamo.


Reseña del libro:

Un llibru ilustráu recuerda la llarga llucha de les trabayadores del sector testil en Xixón

Coordináu por Carlos Prieto, “IKE. Retales de reconversión” ye “un auténticu manual d’unstrucciones pa combatir el nueu capitalismu global”, según afirmen los responsables
Ente 1984 y 1994 les trabayadores de la fábrica de camises xixonesa IKE embarcáronse nuna asombrosa batalla que les enfrentó a políticos, xueces, policíes y mesmo a les propies families en defensa de los sos puestos de trabayu. Estes muyeres experimentaron una auténtica tresformación personal que-yos permitió superar una situación inicial d’apatía política y desmovilización nun contestu empresarial marcadamente paternalista. A lo llargo d’una década llevantaron barricaes, ocuparon edificios públicos, asaltaron barcos y entamaron un encierru nos llocales de la so empresa que se diba delongar cuatro llargos años.

Esta auténtica epopeya cuéntase nun prestosu y documentáu llibru, “IKE. Retales de la reconversión” onde se recueye la memoria d’esta experiencia prácticamente única de resistencia a la precariedá llaboral y analiza les consecuencies sociales y psicolóxiques de la fin del trabayu estable. La edición, na madrileña “La Dinamo”, ta a cargu del asturianu Carlos Prieto.

Una historia de llucha

Lo que se nos cuenta nesti documentáu llibro ye una llarga historia de llucha y resistencia qu’inda tien consecuencies nos nuesos díes. Confecciones Gijón (IKE) creóse en Xixón en 1952 en plenu desarrollismu franquista. Trenta años depués, en 1983, entámase yá la primer fase del Plan de Reconversión Textil (PRT) d’IKE. La empresa recibe subvenciones y hai una reducción de plantilla qu’afecta a 18 trabayadores. En xineru de 1984 llévase a cabu l’absorción de Sincos y despídense a 100 trabayadores d’esta empresa. Hai una segunda fase de PRT con nueves subvenciones y l’autorización a la empresa a rescindir el contratu a 149 persones. Depués d’un llargu conflicto los despidos forzosos conviértense en prexubilaciones anticipaes y baxes voluntaries incentivaes.Con too y con eso, en xineru de 1985 la empresa decide despidir a 37 trabayadores, lo que provoca un encierru nes oficines d’Inspección de Trabayu. En mayu, entama la tercer fase del PRT y, en payares, 70 trabayadores d’IKE enciárrense na Conseyería d’Industria y Comerciu.

Esto provoca qu’en 1986 l’Alministración entame a buscar soluciones. Amás, la xerencia del PRT ellabora un estudiu de viabilidá.

1987 entama con una fuelga indefinida de les trabayadores de Confecciones Gijón; dalgunes ocupen les dependencies de la Conseyería d’Industria. Enrique López, propietariu d’IKE, renuncia a les sos acciones depués de llegar a un alcuerdu con Industria que designa un nueu equipu directivu. En xunetu d’esti añu el Gobiernu Autonómicu comprométese a ellaborar xunto a la nuea dirección un plan de viabilidá pa sacar alantre la empresa; pero en septiembre, depués de les ellecciones locales y autonómiques, la nuea Conseyera d’Industria, Paz González Felgueroso, plantea la busca d’un comprador o el pieslle.

En xineru de 1988 los retrasos nos cobros de los salarios creen una situación insostenible. Hai una fuelga de 24 hores de les trabayadores d’IKE que, posteriormente, estenderánse a los martes y a los xueves. En febreru, les trabayadores d’IKE recurren per primer vez a la barricada de neumáticos incendiaos. En marzu llégase a un alcuerdu ente Industria, Ayuntamientu de Xixón, Comité d’Empresa y Comisiones Obreres, Corriente Sindical d’Izquierdes, Unión Xeneral de Trabayadores y Unión Sindical Obrera, la empresa y un nueu sociu pa la creación d’una distribuidora. Con too y con eso, n’abril preséntase un espediente de rescisión de contratu pa 110 trabayadores. El pasivu de la empresa ascende a 1800 millones. Créase una nuea empresa, DFM, que va absorber la plantilla d’IKE.

La llucha sigue. Un estudiu de la consutora Gestimark indica la viabilidá de la empresa. N’avientu de 1989 les trabayadores denuncien que se-yos deben tres meses de sueldu y entamen unes movilizaciones que se van desenvolver ininterrumpidamente fasta 1994.
En xineru de 1990, 4000 persones manifiéstanse per Xixón en solidaridá coles trabayadores. La manifestación repetiráse en xunetu (que ye cuando entame un encierru indefiníu de les trabayadores na fábrica) y en xineru de 1991. Continúen los encierros, les lluches. N’abril de 1991, un mes enantes de les ellecciones, l’Ayuntamientu de Xixón y Industria presenten un proyectu textil xestionáu pola empresa Sistema 5 que va proponer una formación continuada. N’ochobre de 1993, la empresa tovía nun taba en marcha. Les trabayadores siguíen una llucha escontra la precariedá llaboral, llamada reconversión.

Xuan Bello


Fuente: Les Noticies, 11 d'abril 2004.
Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

sábado, marzo 25, 2006

En recuerdo de... Manuel Zapico

El Asturiano
El guerrillero que nunca regresó



TEXTO: LORENA PÉREZ
FOTOS: ARCHIVO / MARCOS LEÓN



“El Asturiano” nunca volvió. Manuel Zapico pasó la primera parte de su vida luchando en la guerrilla leonesa y la otra parte curando las heridas en París, donde volvió a empezar su vida y donde la acabó el pasado 28 de agosto.

Nació en la Fresnosa, Langreo, en 1926, en el seno de una familia minera y republicana. Vivió con la guerra desde muy pequeño. Su padre luchó contra los nacionales durante la guerra y siguió combatiendo tras ella. Después lo detuvieron y lo llevaron a Francia. Ahí se pierde su pista. Quizá su final estuvo en algún campo de concentración alemán. No se sabe. Probablemente este hecho marcó la vida y el carácter de “El Asturiano”, que comenzó muy joven a colaborar con la guerrilla. Con sólo quince años, ya trabajaba en la mina y tenía perfectamente organizado su trabajo clandestino y su militancia en el Partido Comunista.

Corría el año 1946, Manuel se había casado con Rosa González Palacio, una joven de La Nueva, Langreo, y tenía una hija de nueve meses, Olvido Zapico González. En esos momentos, la Policía ya le seguía los pasos. Junto con su paisano Fermín Gutiérrez, “Segura”, se fue al Bierzo a buscar trabajo para poder sacar a su familia adelante. Fue allí donde se dio cuenta de que no había marcha atrás: su destino estaba marcado, y ese destino era unirse a los guerrilleros.

Gracias a la red de información de las guerrillas, se pudo poner en contacto con otros asturianos, Marcelino Fernández Villanueva “El Gafas”, los hermanos Ríos y los hermanos Morán, que pertenecían la Federación de Guerrillas de León y Galicia, fundada en abril de 1942, y compuesta por guerrilleros de distintas ideologías: comunistas, anarquistas y socialistas. Zapico se une a la partida de Guillermo Morán, comunista, y siguen luchando escondidos en los montes del Bierzo, en la frontera entre Galicia, Asturias y León, para defender sus ideas políticas y mantenerse vivos.

El régimen de Franco se hace cada vez más poderoso. Hacia 1948 existen dos estrategias dentro de la Federación, que estaba pasando por un momento muy crítico: por un lado los socialistas y la CNT eran partidarios de abandonar la lucha armada, y por otro los comunistas querían continuar con la guerrilla. En 1949 una emboscada en Chavaga, cerca de Monforte de Lemos (Galicia), hizo caer a casi toda la guerrilla. Zapico es uno de los pocos que se salvan, pero tiene que seguir huyendo e integrarse de nuevo en el movimiento guerrillero.

Es entonces cuando conoce al maquis por excelencia del Bierzo, Manuel Girón Bazán, “Girón”. Con él y con sus compañeros Pedro Juan Méndez, “Jalisco”, Francisco Martínez López “Quico”, aún vivos, y Silverio Yebra Granja, “El Atravesado”, vivirá su última etapa de guerrillero en los montes leoneses con un solo objetivo: sobrevivir. La lucha contra el régimen franquista ya no tenía sentido militar ni estratégico. El único motivo por el cual seguían en los montes escondidos era porque no podían volver a sus casas.

El asesinato de “Girón” supuso el fin de la aventura. La muerte le sorprendió el 2 de mayo, en Molinaseca (León). Había estado unos días solo en su pueblo, Barrios de Salas; sus cuatro compañeros habían salido porque “El Asturiano” no se sentía bien y tenía que ver a un médico. En un principio se habían citado para volver a reunirse y continuar luchando el día 2, cerca de Molinaseca, pero sus compañeros le enviaron una estafeta clandestina retrasando el encuentro. Fue muy tarde. La estafeta no le llegó a “Girón” y éste fue al encuentro con sus compañeros; pero le esperaba José Rodríguez Cañueto, un infiltrado de la Guardia Civil que acabó con su vida de un balazo en la nuca. Pasaron 20 días hasta que la Policía anunció la muerte del guerrillero. “Estaba esperando a que nosotros fuéramos a encontrarnos con Girón y, así, matarnos a todos, pero la estrategia no funcionó”, explica Francisco Martínez, “Quico”, uno de los compañeros que lucharon con “Girón” y Zapico.

Con la muerte de “Girón” se fueron, para quiénes le conocían, las ganas de seguir luchando: la única salida era el exilio.

En septiembre de ese mismo año, “El Asturiano” y sus compañeros comienzan la huida hacia Francia. En tren, a pie... hasta que llegan a la frontera. Allí, los cuatro amigos se entregan a la Policía francesa y ésta les da dos opciones: o se alistan en la Legión o regresan a España. Pero gracias a gestiones que llevan a cabo con periodistas franceses y a la presión que los medios de comunicación ejercieron sobre las autoridades, consiguen quedar en libertad y ser reconocidos como refugiados políticos españoles.

Así comienzan una nueva vida, lejos del pánico y del horror que habían sufrido en España. Algunos, como es el caso de Zapico, nunca volverían a vivir en su tierra, aunque sí la conocieron en democracia.


UN HOMBRE, DOS FAMILIAS UNIDAS


Sentadas en su casa de Gijón, Rosa González y su hija, Olvido Zapico, recuerdan a “El Asturiano”.

“Me casé con él con sólo 18 años, en Ciaño, Langreo, y en seguida tuve a Olvido. Cuando sólo tenía nueve meses, se fue al Bierzo a trabajar, y hasta 1957 no le volví a ver”, recuerda su primera mujer.

Durante esos años, y algunos más, Rosa no pudo vivir tranquila. “Al ser la mujer de un fugado, la Guardia Civil también nos perseguía a nosotras. A las mujeres y a otros familiares de los fugitivos. A mí me encarcelaron sin hacer nada”, continúa Rosa González.

Se refiere a un episodio que nunca ha podido olvidar.

“Creo que fue sobre 1949: me sacaron de mi casa, en La Nueva, y me trajeron al cuartel de la Guardia Civil de Los Campos, aquí, en Gijón. Pasé tres días enteros aquí, simplemente por ser la mujer de Manolo. Habían encarcelado también a más vecinos míos y por lo mismo, por ser familiares de otros fugados. Al cabo de esos tres días nos sacaron esposados del cuartel y nos llevaron al tren para trasladarnos a la cárcel de Oviedo. Como estábamos esposadas, era muy difícil subirse a los vagones y la Guardia Civil nos ayudó. Pasé tres meses en la cárcel. No nos pudieron procesar porque no tenían motivos. Me dejaron libre y volví a mi casa con mi madre y mi hija”, continúa recordando Rosa.

Fueron los años más duros de su vida. El único contacto que tenía con él era a través de cartas, firmadas en Camponaraya, pueblo berciano, en la provincia de León. “Me contaba que tenía miedo, pero que algún día la situación cambiaría. Entonces volvería a casa y al fin su hija tendría un padre. Pero eso nunca pasó”, relata.

“En 1951 pasó a Francia. Desde allí seguía escribiéndome cartas, incluso cuando ya tenía rehecha su vida y ya tenía un hijo de 2 años continuaba escribiéndome. Tuve que enterarme por un amigo de que tenía familia en París. Le vio en una manifestación llevando un carrito con un niño. Luego me escribió por última vez explicándome lo que había pasado. Nos exculpaba a los dos, culpaba al destino y me aconsejaba que rehiciera mi vida. Así lo hice; aunque mi hija siguió manteniendo contacto con él, yo conocí a otro hombre y tuve otros dos hijos”, comenta orgullosa la primera mujer de “El Asturiano”.

Su hija, Olvido Zapico, conoció a su padre a los 11 años: “Cuando yo tenía nueve meses mi padre se tuvo que ir fuera a buscar trabajo para llevar dinero a casa y nunca volvió. Tuvo que esconderse en el monte. A mí siempre me han contado esa historia”.

Rosa González, primera mujer de ''El Asturiano'' y Olvido Zapico, su hija, en su casa de Gijón.

Olvido recuerda entre nebulosas aquel primer encuentro. Fue en 1957: “No teníamos dinero, pero decidimos ir a verle. Estuvimos en París, unos días, en casa de unos amigos, y le vi un par de veces. La verdad es que casi no me acuerdo porque era muy pequeña”.

Tras la muerte de Franco, los refugiados políticos tenían libertad para regresar a España. Zapico nunca quiso volver a vivir a su tierra, tenía su vida hecha en París, pero hizo varios viajes para reencontrarse con amigos y familiares. “Vino varias veces a Asturias y venía a verme. La relación empezó a ser más fluida y en los últimos años era muy buena”, explica su hija.

Olvido tiene una gran familia con la que se lleva muy bien. Su madre, Rosa, se volvió a casar y tuvo hijos. Por parte de su padre le queda una hermana en Francia con la que tiene una muy buena relación.

“Mi madre nunca me ha quitado de ver a mi padre, y a medida que fui creciendo y él pudo venir a visitarnos, se fue estrechando la relación. Ahora me llevo muy bien con toda la familia: la segunda mujer de mi padre, Yvonne, estuvo con él aquí varias veces. Tuvieron dos hijos. El chico se mató en un accidente de tráfico, a los 22 años, y con mi hermana Katerina y sus dos hijas también me llevo muy bien. Mis hijos, Benjamín, que se murió, y José Manuel, que me acompañó el otro día al entierro, también disfrutaron de su abuelo, al igual que mi nieto, Daniel.”

Nicanor Rozada y Manuel Zapico, en el cementerio de Potes (Cantabria). Posan junto a la tumba de “Juanín”, otro guerrillero, al que homenajearon el 22 de octubre de 2001.


LA COMPLICIDAD QUE CREA EL MIEDO


“Se me fue un gran amigo y el padrino de mi hija”, explicaba ayer desde Madrid Francisco Martínez López, “Quico”, uno de los guerrilleros leoneses que lucharon hasta el fina con Manolo, como llama a su amigo.

“Quico” se convirtió en enlace y punto de apoyo cuando era muy joven. En 1947 la Policía le seguía la pista y tuvo que huir al monte en la zona del Bierzo. Allí pasó a formar parte de la Federación de Guerrillas León-Galicia y conoció a Zapico, “El Asturiano”. Cuando la Federación deja de funcionar, se une, junto con otros guerrilleros, Pedro Juan Méndez, “Jalisco”, Silverio Yebra Granja, “El Atravesado” y “El Asturiano”, a la partida de Manuel Girón Bazán, apodado “Girón”, el guerrillero por excelencia del Bierzo.

De sus años de lucha en común con Zapico tiene muchos recuerdos, aunque no todos agradables; pero admite que fueron esos momentos de miedo y desesperación los que más les acercaron: “Cuánto más se cerraba el cerco policial sobre nosotros, más nos uníamos. Éramos uno.”

“Quico” y sus compañeros huyeron a Francia juntos, en 1951, tras la muerte de “Girón”. Su amistad se hizo más fuerte en el exilio: “Con Manolo tenía una gran complicidad, teníamos muchas cosas en común. Era una persona muy jovial y alegre, era el cantarín del grupo, estaba siempre cantando y no lo hacía mal”, comenta “Quico”, y continúa: “Era un luchador. Desde que entramos en la AGE, “Archivo, Guerra y Exilio”, hemos luchado para que no se nos tenga por bandoleros: fuimos soldados de la República que luchamos por defender lo que la mayoría de los españoles había votado en julio de 1936. En 1999 llevamos un proyecto no de ley al Parlamento que señalaba tres puntos: que se nos reconociera como soldados de la República, que nos dieran ciertos derechos sociales, y también solicitamos que se cree un archivo nacional que recoja todos los elementos de la represión franquista. El Gobierno popular sólo reconoció el primer punto. Queda mucho por hacer. El día antes de la muerte de Manolo hablé con él y me lo recordó: “Espero que el combate siga adelante y que los que quedáis nos representéis como hasta ahora”. El sabía que iba a morir, tenía una enfermedad en la sangre”, concluye emocionado.

Nicanor Rozada también sigue luchando desde AGE, para que se reconozcan sus derechos. Él fue enlace desde los 9 años: “Utilizaban a los niños porque pasaban más desapercibidos”.

En algunas ocasiones trabajó con Zapico, pero “fue en los últimos años cuando más relación tuvimos. Desde 1998 ambos tuvimos una relación muy estrecha con AGE. Se fue un amigo entrañable. Hemos luchado toda la vida por las mismas causas y eso une mucho. A veces, más que amigos, sientes que son hermanos.”

De izquierda a derecha, Manuel Zapico, “El Asturiano”; Pedro Juan Méndez, “Jalisco”; Francisco Martínez López, “Quico”; y Silverio Yebra Granja, “El Atravesado”, cuatro de los guerrilleros que operaron en el Bierzo. La fotografía está tomada en Francia y, aunque no tiene fecha fija, data, probablemente, de principios de los años cincuenta.


Fuente: La Nueva España, diciembre de 2004.
Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

lunes, marzo 20, 2006

Los primeros dinamiteros asturianos en Euzkadi


Agosto de 1936.


El día 7 de agosto de 1936 el Comité de Guerra de Sama recibió un comunicado del Comité de Guipúzcoa, en el que se solicitaba, con la mayor urgencia, un grupo de dinamiteros asturianos para colaborar en la defensa de Irún.

Se pidieron voluntarios y se formó un grupo de 100 dinamiteros, que se concentraron en el Teatro Llaneza , de Sama, con la siguiente procedencia: 25 de Carbayín, 25 de Sama, 25 de Sotrondio y 25 de Laviana. El grupo, que se llamó “Lenin”, iba al mando de Jesús de la Comba, y salieron del Teatro a las dos de la madrugada del día 8 en tres camiones, a los que se sumaban otros dos cargados de dinamita.

Al llegar a Irún fueron recibidos por el líder comunista Jesús de Larrañaga. Es la primera vez que Larrañaga va a operar con mineros asturianos y desde el comienzo la admiración será mutua. En consecuencia, los asturianos son equipados con las mejores armas individuales de que disponen las milicias vascas: pistolas ametralladoras “Mauser” y revólveres del 38.

El grupo es asignado al frente de Urnieta, en donde comienzan a operar. El material utilizado se componía de botellas de líquido inflamable y tubos metálicos rellenos con dinamita.

La mejor acción del grupo asturiano es la voladura del puente principal en la carretera de Tolosa a Irún, que retrasará los movimientos de la columna militar que manda el teniente coronel Beorlegui.

Intervienen en la mayor parte de los combates de la defensa de Irún (alguno de los asturianos está entre los últimos defensores del puente internacional del Bidasoa) y conseguirán, sin municiones, replegarse a la zona francesa, desde donde serán repatriados por el Gobierno de la República.

El grueso de la columna regresó a Asturias a finales del mes de agosto; el grupo de Carbayín volvió a tierra asturiana con los cuerpos de dos de sus compañeros caídos en tierra vasca (Carlos y Lucinio), que fueron enterrados en el cementerio de su localidad.

En Irún combatieron voluntarios internacionales en defensa de la República, y junto a ellos estuvo un grupo de asturianos, que en su mayor parte eran veteranos de la Revolución de Octubre de 1934.

Juan Antonio de Blas

ORIGEN:
Testimonio de Ceferino Díaz Roces, miembro del grupo de dinamiteros asturianos en Irún.


Publicado en: Historia general de Asturias, tomo IX: La Guerra Civil (1ª parte); VVAA. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

domingo, marzo 19, 2006

Prólogo a "Octubre rojo en Asturias"


Prólogo a Octubre rojo en Asturias, de José Canel (José Díaz Fernández)


ANTECEDENTES POLÍTICOS


Lo primero que advierte el que sin pasión examine el Octubre español... mejor diríamos el Octubre asturiano, pues solo en Asturias tuvo lugar una verdadera sublevación armada, es la falta de ambiente. La sociedad española no estaba preparada para las consignas integrales de la revolución social y la dictadura del proletariado. No había una atmósfera social propicia; las defensas burguesas no estaban gastadas ni el Estado se descomponía. Fue un enorme error de los socialistas, que pasaban sin transición del colaboracionismo gubernamental a la revolución clasista.

Aunque muchas de las cosas que voy a decir en este prólogo están en la memoria de todos, no tengo mas remedio que repetirlas. Cuando el lector, al recordarlas, las coteje con los acontecimientos de Octubre, verá éstos de un modo mucho más diáfano, ya que los hechos históricos no nacen por generación espontánea: son consecuencia siempre de hechos anteriores.

Entre los antecedentes políticos de la sublevación el primero que hay que recordar es cómo sobrevino el cambio de régimen. Éste no fue fruto de una revolución triunfante. Existía, sí, una presión de la opinión pública contra la monarquía porque de la dictadura militar de Primo de Rivera se le culpaba preferentemente al rey. La masa conservadora y neutra, que había simpatizado al principio con la dictadura, por antipatía a los antiguos políticos, fue despegándose de la monarquía, que tampoco con aquel recurso extremo era capaz de resolver ninguno de los problemas nacionales. Por eso cuando, después de siete años de obligada abstención electoral, se consultó al país, éste eligió a los candidatos republicanos. Un ministro del rey dio cuenta del hecho en la siguiente frase: “Es un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano”. Mis lectores saben que al rey le preparó la fuga el Gobierno Provisional, donde figuraban tres socialistas, y que Don Alfonso salió de Cartagena como un monarca que se retira y no abdica. Dijo, al parecer, esto: “Sigo mi tradición”. La tradición de su abuela y su bisabuela que también emigraron a París empujadas por sus errores; pero no abdicaron. En el Gobierno Provisional predominaban, como se sabe, las izquierdas, y, sin embargo, los hombres más moderados, Alcalá Zamora, Lerroux, Maura, fueron los que dieron una tónica conservadora a la República naciente.

¿A qué se debió ésta preponderancia de las fuerzas moderadas, que hubo de mantenerse a lo largo de las diferentes situaciones republicanas? Sin duda alguna al origen pacífico de la República. Las clases conservadoras, que se habían distanciado de la monarquía, veían con buenos ojos que al frente del nuevo régimen estuviese un hombre de orden, terrateniente de Andalucía, parlamentario furibundo, que representaba ya entonces la contrarrevolución. Había en España en aquel momento un gran miedo al bolchevismo. Además, los republicanos llamados “históricos” estaban desacreditados. Eran en la política monárquica “la oposición de su majestad” y se les acusaba públicamente de convivir dócilmente con los políticos monárquicos, sin que les importase gran cosa el triunfo de la República.

¿Cómo se plegaron los socialistas y los republicanos de izquierda a esta influencia conservadora? No confiaban demasiado en la capacidad revolucionaria de las masas. Los socialistas, desde Pablo Iglesias, respondían a la táctica del socialismo reformista. El señor Largo Caballero, después líder la Revolución, durante la dictadura militar había incluso pertenecido, por orden del partido, a un alto organismo del Estado monárquico, representando a las fuerzas sindicales. Pero además ellos eran los primeros convencidos de la ineficacia del viejo republicanismo y preferían a los conversos Alcalá Zamora y Maura, por creerlos de mayor solvencia. La verdad es que éstos hacían continuamente protestas de su amor al proletariado, de la necesidad de grandes reformas sociales. Los republicanos de izquierda, por su parte, eran nuevos en la lucha política. Representaban grandes sectores de opinión, pero ésta apenas se articulaba en partidos inconexos, hechos a prisa, con una congestión de democracia que termina por dividirlos y atomizarlos.

Lo primero que se pensó fue en convocar Cortes Constituyentes. La preocupación primordial de los nuevos gobernantes, en vez de afrontar resueltamente los problemas del país, fue establecer la nueva legalidad, sin que hubiese solución de continuidad, sin que se trastocase lo más mínimo la vida del Estado.

Las Constituyentes se esforzaron para que esto no sucediese, pero al final fueron vencidas, no sin que ellas, ésta es la verdad, incurriesen en algunas graves flaquezas. Las elecciones para la Asamblea Constituyente dieron en ésta una gran mayoría a socialistas y republicanos de izquierda. El país hacía esfuerzos por romper la corteza tradicional y transformarse por medio de las nuevas instituciones; pero desde el primer día se vio que las grandes oligarquías históricas sobrevivían al destronamiento de Don Alfonso. El programa del laicismo del Estado desataba la ofensiva de la Iglesia. La reforma agraria, que venía a socializar las grandes fincas, mediante la correspondiente indemnización a sus propietarios, fue recortada de tal modo que resultó ineficaz, sin colmar el ansia de tierra de miles de campesinos sin trabajo, despertando en cambio la enemiga de los propietarios. Se hizo una Constitución de corte avanzado, pero se hizo sólo en el papel, porque las reformas carecían de realidad por falta de coraje en el gobierno republicano-socialista. El señor Azaña y el ministro de Justicia, señor Albornoz, fueron los únicos que se atrevieron a acometer las reformas del ejército, de la magistratura y de la Iglesia. Se disolvió a los jesuitas, pero éstos siguieron alojados en los hogares católicos. Se dispuso que la enseñanza fuese misión exclusiva del Estado, pero los colegios de las órdenes religiosas siguieron funcionando a través de testaferros. Se hizo, en fin, una Constitución de papel, según la frase de Lassalle. No era, en realidad, la primera. La Constitución de Cádiz en 1812, fruto del liberalismo de entonces, no llegó tampoco a cumplirse gracias al absolutismo de los Borbones, a la ineficacia de los liberales y a la incultura y versatilidad del pueblo. El señor Alcalá Zamora se declaró en las Cortes Constituyentes disconforme con la Constitución. A pesar de ello, la mayoría republicano-socialista lo eligió presidente de la República. Yo no; yo, que era diputado, no solo no le voté, sino que propuse a otro candidato, ante la indignación de algunos jefes de izquierda.

La derrota sufrida por los monárquicos en la sublevación de agosto de 1932, les hizo pensar que el régimen republicano era más sólido de lo que al principio se creía y que era preciso utilizar contra él otra táctica. Para eso financiaron la campaña del antimarxismo, que aunque parecía dirigida contra los socialistas trataba de anular también a los republicanos de izquierda. Al fin el señor Alcalá Zamora entregó el Poder al señor Lerroux, que gobernó unos días con una apariencia de Gobierno republicano, para dar paso a una situación híbrida que aceptó la disolución de las Constituyentes y la convocatoria de nuevas elecciones. Esto sucedía en noviembre de 1933, apenas transcurridos dos años y medio desde la proclamación de la República.

En estas elecciones, ya los republicanos históricos se unieron definitivamente a los monárquicos para acabar con la influencia de los elementos democráticos. Invirtieron grandes sumas de dinero, mientras las izquierdas carecían de él. Para agravar la situación de la izquierda los partidos que hasta entonces habían gobernado juntos empezaron a distanciarse y a dividirse, entretenidos en disputas bizantinas, mientras los conservadores se unían en compacto bloque. Fue entonces cuando los socialistas, que acababan de abandonar el Poder, cambiaron bruscamente de táctica para separarse de los republicanos de izquierda. Estaban, pues, todas las fuerzas tradicionales unidas, mientras las que habían elaborado la Constitución, esforzándose para darle una tónica moderna. Luchaban disgregadas. Sin fe, sin medios de propaganda, con una ley electoral hecha para favorecer las coaliciones de partidos. Triunfaron, claro es, los monárquicos, que aparecieron en las nuevas Cortes, en las que ahora funcionan integrando una mayoría que, dejando a un lado de momento el problema de la forma de Gobierno, se proponía acabar con todas las reformas llevadas a cabo por la mayoría republicano-socialista de la Asamblea Constituyente.

Así empezaron las concesiones a la fuerza triunfante hasta llegar al trámite concreto de admitir en el Poder a elementos que, como los del señor Gil Robles, tenían una significación monárquica. Este partido se ha negado reiteradamente a declararse republicano; sus componentes proceden de la dictadura de Primo de Rivera. Llegó el instante en el que el señor Alcalá Zamora admitió un Gobierno en que figuraban esas fuerzas. Las izquierdas se veían expulsadas del régimen que habían creado. Comprendían que estaban ya obstruidos los caminos legales y que solo la revolución podía salvarlas; pero sufrían esa indecisión tan democrática que dio paso al fascismo en otros países. Hubo, sin embargo, un hombre, Azaña, que proclamó la necesidad de una revolución nacional para restablecer la Constitución y el primitivo sentido del régimen. Pero ya los socialistas, sus aliados de ayer, se habían embarcado en la aventura de la revolución social a la manera rusa, sin contar, esta es la verdad, con ningún Lenin.

Ya he dicho que el socialismo tenía en España una tradición reformista. Sus personalidades más destacadas habían sido ministros del Gobierno de la República, colaborando francamente en una política moderada. Hasta tal punto, que en la cuestión religiosa sostuvieron puntos de vista más conservadores que algunos ministros republicanos de izquierda, por ejemplo, el señor Albornoz. Este quiso en cierta ocasión nacionalizar la industria de ferrocarriles y se encontró con la opinión contraria de los socialistas. Está claro que no tenía razón ninguna el antimarxismo de las fuerzas tradicionales, porque los socialistas no habían hecho marxismo desde el Poder. El antimarxismo de las dere­chas fue solo un pretexto para atraerse a su órbita a la República. Al dejar el Poder los socialistas se consideraron desahuciados del régimen y adoptaron, con la excepción del señor Besteiro, una posición re­volucionaria. La mutación no podía ser más brus­ca. Los socialistas habían reprimido con energía las reclamaciones impacientes de comunistas y anar­quistas. Con un intervalo de muy pocos meses, los socialistas, no solo rectificaban a fondo su táctica de siempre, sino que proclamaban la necesidad de la revolución social y trataban de improvisar el frente único proletario. Este frente único, en tales condiciones, era pura utopía. El proletariado espa­ñol, sobre todo en las regiones del Noroeste, Cen­tro y Mediodía, tiene una raíz anarquista y está afecto a la Confederación Nacional del Trabajo. En España, por su arraigado individualismo, el anarquismo tiene una gran tradición. No controlan, pues, las organizaciones socialistas a todo el elemento trabajador, sino que en Cataluña, Levante, Galicia, y Andalucía, el grueso del proletariado es de matiz anarcosindicalista. Los comunistas tam­bién poseen núcleos importantes en toda la Pen­ínsula.


LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA


Las luchas internas del proletariado no son ya meras discrepancias, sino verdaderas luchas históricas. Par eso, cuando los socialistas se pronunciaron par la revolución social, los demás sectores obreros no les creyeron. Solo los comunistas muy con­dicionalmente, decidieron, a última hora, colaborar con ellos. Para sustituir al soviet ruso, los socialis­tas crearon las Alianzas obreras, donde, aparte de las fuerzas socialistas, solo figuraban grupos sueltos de trotskistas y otras fracciones del comunismo, que carecían en realidad de masas. La Confedera­ción General del Trabajo se negó a entrar en las Alianzas en todas las regiones, con excepción de Asturias, donde se hizo el frente único gracias al im­pulso revolucionario de la masa. Esto explica un poco el empuje que allí tuvo la sublevación armada. Los órganos revolucionarios carecían, pues, en mu­chas partes de fuerzas suficientes. Pero es que, ade­más, los obreros que los formaban, estaban educados en la escuela del reformismo socialista y carecían de preparación y de experiencia revolucionaria. Me­ses antes se les movilizaba en defensa del orden burgués y, apenas sin transición se les invitaba a que lo destruyeran. Esto hizo que la revolución tuviera un carácter de cosa improvisada que de antemano constituía su fracaso. Pero no fue esto lo más grave, con serlo tanto. Lo peor fue que desde el primer momento la sublevación estuvo descentralizada. En realidad cada región actuó por su cuenta, sin responder a una ele­mental unidad de acción. Mientras se sostenía la consigna de la revolución social, alejando así la simpatía y el apoyo de las izquierdas burguesas, se pretendía aprovechar las protestas violentas de las regiones autónomas, como Cataluña y las Vascon­gadas. En Cataluña no había un previo acuerdo re­volucionario entre los socialistas y el Gobierno de la Generalidad; pero los socialistas esperaban la rebe­lión de ésta para vencer allí por ese medio indirecto. Fue un rotundo fracaso. Las Alianzas obreras esta­ban sin armas y sin fuerzas y las que tenían no se utilizaron o se utilizaron con torpeza. Y el ejército se encargó de acabar, en unas horas, con lo que era pura ficción. Mientras tanto, los trabajadores in­dustriales de Cataluña, de significación sindicalis­ta, no sólo se desentendieron del movimiento, sino que ni siquiera declararon la huelga pacífica. En Vasconia, los sucesos fueron distintos, pero el resultado idéntico. Socialistas y comunistas, que preconizaban la revolución social y la dictadura del proletariado, se aliaron con los nacionalistas, que representaban allí la mas intransigente bur­guesía. Los unía únicamente el odio a una política que amenaza a las libertades regionales. Allí bastó un gobernador para reducir la sublevación. La verdad es que los elementos nacionalistas, al notar el carácter que tenía en el resto de España la revolución, depusieron las armas. Murieron heroicamente, en lucha desesperada, cientos de obreros socialistas y comunistas. Como en Madrid y en al­gún otro sitio. En Madrid la revolución fue la ac­ción aislada de jóvenes guerrilleros que disparaban desde los tejados contra la fuerza pública. Las mi­licias proletarias no actuaron, no se sabe por qué. Únicamente algunos grupos de jóvenes, armados de pistolas, se batieron en la puerta del Sol contra el Ejército. Aún pelearon con valentía singular por un abstracto ideal revolucionario. Sin jefes, sin ­dirección, con un arrojo inútil y primitivo.

Lo de Asturias ha sido otra cosa. Diez días des­pués de haberse extinguido los focos revoluciona­rios en el resto de España, aún combatían los obre­ros asturianos. Dos cuerpos de ejército tuvieron que atacarlos par distintos sitios, además de las fuer­zas que resistían el sitio de Oviedo. Para entrar en Asturias hubo que recurrir a las tropas coloniales de Marruecos, que iban en vanguardia y trataron a la capital como a una ciudad en guerra. Ya he dicho que allí es donde únicamente se hizo el frente obrero revolucionario. Esto, unido a lo abrupto del terreno, hizo que allí surgiese una verdadera revolución, deficientemente organizada, esta es la verdad. Faltó una dirección militar, qué en vez de estar encomendada a técnicos, estuvo a cargo de militantes socialistas de reconocida buena fe y de alto espíritu combativo, pero desconocedores en ab­soluto de la técnica de la guerra. Por ejemplo: los revolucionarios tenían cañones, pero no sabían utilizarlos y los proyectiles no estallaban; intentaron incluso cargarlos con dinamita. Descuidaron el problema de la aviación, que les destrozó y sembró el desaliento en las filas obreras; carecían, incluso, de comunicaciones entre si. No supieron elegir los puntos estratégicos.

Los obreros de Asturias demostraron una capa­cidad combativa extraordinaria. ¿Por qué fueron ellos solos, entre los de toda España, los que lu­charon con cierta cohesión y con auténtico arrojo revolucionario? Este es un tema de psicología pro­letaria muy interesante. El minero asturiano es un obrero que, reuniendo las características del traba­jador industrial, posee también el empuje primi­tivo del montañés. En las Casas del Pueblo está en contacto con las ideas revolucionarias, que llegan a través de la lucha de clases, pero no es de todos modos el obrero urbano que disfruta de algunas ventajas de la civilización; vive en las al­deas de la montaña, en los suburbios de la cuenca minera, y allí conserva al lado del odio al pode­roso, la fiereza del montañés. Ignora lo que es el peligro, porque vive en el fondo de la tierra, expuesto al grisú y manejando a diario la fuerza de­vastadora de la dinamita. Muchos de estos revo­lucionarios no combatieron con fusiles ni pistolas, armas para ellos demasiado livianas. Combatieron con cartuchos de dinamita. Se les vio en Oviedo, cruzada la cintura con dos o tres vueltas de mecha, encendiendo los cartuchos con el cigarro que fu­maban. Esto, unido a una gran disciplina sindical adquirida en los viejos Sindicatos, hizo que la re­belión adquiriese una magnitud única. En estos proletarios (muchos de ellos afectos al comunismo, que en los últimos tiempos adquirió allí gran preponderancia). El reformismo socialista no penetró nunca, a pesar de que externamente aparecían dis­frutando grandes ventajas sindicales: jornada de seis horas, retiro obrero, instituciones escolares y benéficas. Verdad es, también, que los dueños de las minas de Asturias no han sabido nunca hacerse amar de sus hombres, ni introducir en el trabajo mejoras de orden técnico.

Sin embargo, también en Asturias, donde se había hecho el frente único, se notó una depresión del entusiasmo anarco-sindicalista. En Gijón, donde domina esta tendencia, el movimiento no tuvo la importancia que en la cuenca minera y Oviedo, zonas francamente socialistas. El plan era apode­rarse de la capital y proclamar allí la dictadura del proletariado. Para esto miles de mineros cayeron sobre Oviedo y se apoderaron de la fábrica de ar­mas. La falta de dirección militar hizo que no pudieran vencer a una guarnición de apenas 2.000 hombres, refugiada en sus cuarteles. Además, enseguida se acentuaron las disensiones por las distintas tendencias que mantenían los miembros de los Comités. En diez días tres comités revolucionarios, cada uno de un matiz distinto.

No es cierto que los revolucionarios destruyesen la ciudad; algunos edificios fueron incendiados por la aviación y un teatro, posición de los mineros, destruido por las tropas del Gobierno. Tampoco son ciertas las escenas de crueldad por parte de los revolucionarios, que refirió cierta prensa. Algún caso aislado no abona semejante conducta. Los mineros fueron en general humanos y benévolos y respetaron a los prisioneros, muchos de ellos enemigos de clase. Lo ocurrido en Turón es la ex­cepción que confirma la regla. No puede, en cambio, decirse lo mismo de la represión. Después de vencidos y sometidos, los obreros han sido tratados como gente fuera de la ley. Por último, la verdad es que los catorce millones de pesetas que se “expropiaron” al Banco de España de Oviedo se ­han perdido. Las camionetas que llevaban el dinero fueron desvalijadas por aldeanos y por sus propios custodios.

La revolución ha fracasado porque carecía de clima social propicio; si hubieran intentado los socialistas un movimiento en defensa de la Constitución y la República habrían triunfado. Pero está visto que inmediatamente después de haber parti­cipado en gobiernos burgueses, no les era posible improvisar el espíritu revolucionario para una lu­cha a fondo como la que quisieron plantear.


LOS SAQUEADORES DE LA REVOLUCIÓN


Este relato está hecho sobre el manuscrito de un testigo de la revolución. No se cuenta en él mas que lo que el autor del documento ha visto por sus propios ojos. Por eso se omite algún episodio re­sonante, pues nada se quiere contar de memoria, y es preferible pasar por alto algún hecho antes de falsearlo.

La narración llega hasta el punto y hora en que los revolucionarios abandonan Oviedo. De lo que pasó después hablaran otras crónicas, no menos impresionantes, sin duda alguna. A la revolución de Asturias hay que juzgarla generosamente, con arreglo a un criterio histórico, sin ocultar sus erro­res ni añadirle crueldad. Y he sentido, como el que más, el dolor de ver correr la sangre por aquel país que es mío, que está unido a la intimidad de mi corazón, porque en él se han mezclado mis lu­chas y mis triunfos. Las calles devastadas de Oviedo, sus ruinas innumerables, sus árboles des­trozados y sus torres caídas, pesan sobre mi alma, porque, además, todo eso va unido a los recuerdos de mi primera juventud. Pero me duele tanto como eso la injusticia que pudo hacer posible la revolu­ción; me conmueve el heroísmo de esos mineros que, sin pensar si van a ser secundados , se lanzan a pelear por una idea que va dejando de ser una utopía, sin pensar si son bien o mal dirigidos, ofreciéndole a la revolución la vida, porque es lo único que tienen.

En cambio, frente a ellos, están sus calumniado­res, los mismos que en octubre, temblando de pánico, se disfrazaban y se escondían, para después surgir blandiendo la venganza y la delación. Esa burguesía indigna que pide penas de muerte y hace de ellas un programa político, no puede despertar en las clases populares otra casa que odio y repul­sión. Hemos visto a ciertos hombres de ciertos par­tidos aprovechar la revolución de octubre para apoderarse de los Ayuntamientos, de la Diputación, de los organismos que el voto popular en su día les había negado y reponer en él al más viejo, inmundo. y desacreditado caciquismo. Estos son los verda­deros saqueadores de la revolución. Los saquea­dores han llegado a extremos tales, que las propias autoridades de Oviedo, han tenido que oponerse a la consumación de ciertas venganzas y a la realización de ciertos negocios. Se quería. especular con el dinero concedido por el Estado para la re­construcción de Asturias, poner precio al dolor, comerciar con los escombros de la ciudad deshecha. Desde aquí y ante la España de mañana, lanzo mi desprecio a estos saqueadores de la revolución.

J. DÍAZ FERNÁNDEZ


Octubre rojo en Asturias, José Canel. Prólogo de José Díaz Fernández. Agencia General de Librería y Artes Gráficas. Madrid, 1935. [1ª edición]
Octubre rojo en Asturias, José Canel. Prólogo de José Díaz Fernández. Introducción de José Manuel López Abiada. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1984. [2ª edición]


Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

sábado, marzo 18, 2006

Comunicado de la Federación Comunista Asturiana

Febrero de 1931.

Federación Comunista de Asturias.

A todos los obreros y campesinos asturianos.

Camaradas:

Se ha dado en principio en España a un movimiento revolucionario, en gestación hace tiempo, que por la composición de las diversas fuerzas que en él intervienen, pudiera dar lugar a confusiones lamentables en el seno del movimiento obrero revolucionario, y que nosotros, sectores decisivos de la revolución, estamos dispuestos a evitar a todo trance. Los trabajadores revolucionarios debemos tener una bandera de lucha y de clase propia, unas consignas revolucionarias que tiendan a transformar radicalmente la fase histórica del régimen burgués y que pongan bajo el poder del proletariado, de los obreros y campesinos, todo el sistema político y social de nuestro país.

Este movimiento, iniciado por las diversas fuerzas de oposición a la Monarquía y que engloba, desde el monárquico descontento y amargado, pasando por las diversas tendencias del republicanismo histórico, hasta los fieles servidores de la burguesía de izquierda como son los socialistas y anarco-sindicalistas, sin un programa concluyente, concreto y definido, de cuáles son sus objetivos inmediatos y que ello tiende a robustecer única y exclusivamente a la burguesía, nos obliga, camaradas, a poneros en guardia, no para que os abstengáis en la lucha, sino para intervenir clara y enérgicamente, a fin de que este movimiento no termine sin que se haya precisado, de forma absoluta, su pleno carácter de clase; es decir, el carácter y el triunfo de una revolución eminentemente obrera y campesina, bajo la bandera del GOBIERNO OBRERO Y CAMPESINO, cuya expresión orgánica deberá ser la REPÚBLICA FEDERATIVA DE LOS CONSEJOS DE OBREROS, SOLDADOS Y CAMPESINOS.

¡Obreros y campesinos asturianos! La Revolución está en marcha. ¡La hora del proletariado ha llegado! Organizad rápidamente los Comités de Lucha Revolucionarios, para la defensa de la Revolución. En todos los pueblos se deben constituir inmediatamente esos Comités de Lucha. ¡No hay tiempo que perder, camaradas! Luchad implacablemente contra los que pretendan desviar vuestras consignas revolucionarias de clase. Formad el cuadro en defensa de la consigna por el Gobierno Obrero y Campesino.

¡Soldados! Vosotros sois obreros que debéis disponer de las armas que la burguesía puso en vuestras manos para defender con gallardía a vuestros hermanos de clase. No disparar jamás contra vuestros hermanos de clase. No disparar jamás contra vuestros hermanos los obreros y campesinos. Ellos pertenecen a vuestra clase. ¡Volved vuestras armas contra la burguesía asesina y criminal que explota y esclaviza a vuestros padres, hermanos y amigos! Poned vuestros fusiles al servicio del proletariado y de la revolución. ¡Soldados! ¡Viva el triunfo de la revolución obrera y campesina!

¡Obreros, soldados y campesinos! ¡En pie y arma al brazo!

¡Por la huelga general revolucionaria!

¡Por el armamento del proletariado!

¡Por la tierra para quien la trabaja!

¡Por las fábricas y útiles de la producción al servicio y en poder de los obreros!

¡Por el Gobierno Obrero y Campesino!

¡Viva la Revolución Obrera!

¡Viva la República Federativa de los Consejos de Obreros, Soldados y Campesinos!

¡Viva el Partido Comunista de España, guía de la Revolución!
Por la Federación Comunista de Asturias,
El Comité Regional


FUENTE: Archivo Histórico del PCE (Madrid), Sección Documentos, F. IV (64)


Publicado en: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea. Gijón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

En recuerdo de... Isidoro Acevedo

Isidoro Acevedo (1876-1952)

Periodista y novelista, Isidoro Acevedo nació en Luanco (Asturias) el 2 de enero de 1876. Muy joven, con apenas trece años, entró a trabajar en la imprenta de Regino Velasco en Madrid.

Como tipógrafo, formó parte de la Asociación del Arte de Imprimir de Madrid, que cobijaba a la mayor parte de los componentes de la Nueva Federación Madrileña y proporcionaba a sus miembros la cobertura legal necesaria para realizar actividades clandestinas políticas y de propaganda.

Se integró en el grupo de tipógrafos que redactaban El Socialista, máximo órgano de expresión del PSOE y en el que Isidoro Acevedo se formó política y literariamente, colaborando estrechamente con Pablo Iglesias.

La Nueva Federación Madrileña, defensora del marxismo, había surgido en 1872 a consecuencia de la escisión dentro de la Región Española de la I Internacional. El resultado de tal división fue la constitución de dos posturas opuestas; la socialista, defendida por la Nueva Federación Madrileña, y la anarquista, seguidora de los postulados defendidos por Bakunin.

La Asociación del Arte de Imprimir se convirtió en el núcleo del cual nació posteriormente el Partido Socialista Obrero Español, constituido legalmente en agosto de 1889 por Pablo Iglesias. Isidoro Acevedo fue nombrado seguidamente secretario del nuevo Partido, y actuó como tal en el mitin pronunciado en el Teatro Felipe de 1896.

Al mismo tiempo que colaboraba en el periódico, Isidoro Acevedo desempeñó varios cargos dentro del Partido y en la Asociación del Arte de Imprimir, hasta que, en el año 1898, se marchó a Santander en busca de trabajo y de nuevas expectativas.

En la capital cántabra Acevedo desplegó un gran trabajo extendiendo y organizando el movimiento obrero. En el año 1900 pasó a dirigir el periódico cántabro La Voz del Pueblo, sustituyendo en el cargo a Álvaro Ortiz, destacado dirigente obrero.

De Santander se trasladó a Bilbao, en el año 1905, para dirigir el periódico La Lucha de Clases, hasta el año 1910. Durante su estancia en Bilbao, Isidoro Acevedo tuvo una amplia y relevante actividad sindical y política en las filas del PSOE. Fue él, en compañía de Facundo Perezagua, quien dirigió la huelga convocada en las minas de Vizcaya en julio de 1910, obligando al gobierno reaccionario y conservador de Canalejas a firmar un acuerdo entre ambas partes por el que se aprobó el Proyecto de Ley para establecer la jornada de nueve horas en la minería, amén de una subida de los salarios para el sector.

El 11 de septiembre de 1911 se repitió otra huelga minera, pero esta vez sin el resultado positivo de la anterior, por lo que los sindicatos CNT y UGT fueron declarados ilegales. Ante semejante hecho, Isidoro Acevedo aconsejó al PSOE la retirada de la consigna huelguística de los postulados del Partido para así evitar su ilegalidad. Esta propuesta política fue aprobada por la dirección socialista de Madrid, el día 20 del mismo mes.

En Asturias pasó a dirigir el rotativo ovetense La Aurora Social. Durante su estancia en Oviedo se hizo cargo de la presidencia de la Federación Socialista Asturiana, hasta 1921. Allí participó activamente en la huelga del año 1917, en calidad de dirigente regional del PSOE y, por tanto, de la UGT, sindicato mayoritario en la región y concretamente en el pujante sector minero. La estrategia que siguió Acevedo, siempre con el beneplácito de la dirección central del Partido Socialista y del propio Pablo Iglesias, consistió en provocar el colapso total de la industria mediante el cierre de la minería asturiana y evitar, ayudado por el éxito del paro ferroviario, el abastecimiento de materias primas desde el extranjero.

A causa de sus actividades revolucionarias estuvo encarcelado varias veces.

Con el triunfo de la Revolución de Octubre, Acevedo se mostró desde un principio partidario de la adhesión del PSOE a la Internacional Comunista, pero su propuesta fue rechazada en el III Congreso Extraordinario del Partido Socialista, celebrado en abril de 1921. Por dicho motivo Acevedo abandonó el Partido Socialista para incorporarse al nuevo Partido Comunista de España.

Ya dentro del Partido Comunista, Isidoro Acevedo también desplegó un destacado papel, dirigiendo el periódico La Aurora Roja, órgano de la Federación Comunista Asturiana.

En 1922 asistió como delegado al IV Congreso de la Internacional Comunista. Gracias a ese viaje escribiría posteriormente el libro Impresiones de un viaje a Rusia, publicado en el año 1923.

Formó parte del Comité Central del Partido Comunista hasta el estallido de la Guerra Nacional Revolucionaria en 1936.

Al acabar la guerra se exilió en Moscú, donde fue presidente del Socorro Rojo Internacional, organización de masas creada por la Internacional Comunista con el objeto de dispensar ayuda a los presos, exiliados y perseguidos de todo el mundo.

Falleció en Moscú en 1952.

No obstante su dilatada trayectoria política, Isidoro Acevedo se interesó por el mundo literario. Escribió la novela Los Topos, cuyo argumento giraba en torno a la huelga minera asturiana del año 1927 realizada por el Partido Comunista contra el aumento de la jornada de trabajo. Con esta obra Isidoro Acevedo se situó dentro de la corriente de la literatura social, iniciada en España desde principios de siglo. También publicó en el año 1925 otra novela titulada Ciencia y corazón: la novela de la fidelidad conyugal.


Etiquetas:

La huelga de los 100 días



Reseña del libro La huelga de la construcción asturiana en la Transición española, de César Alberto Rosón Ordoñez.

Historia de la lucha social olvidada en la Transición desconocida


Amigo lector: seguro sabe usted que, tras la muerte del dictador Franco, un proceso denominado La Transición Política Española transformó el gobierno dictatorial, impuesto por los vencedores de la guerra civil, en una monarquía democrática. La versión oficial lo convierte en una reforma política ejemplar, fruto de la voluntad y determinación de unos pocos prohombres del momento; destacándose con insistencia el papel representado por el rey Juan Carlos, hasta convertirle en centro rector de toda la operación.

Mas si uno busca algo de verdad en lo ocurrido durante ese periodo de nuestra historia reciente, encuentra que una versión oficial tan interesada carece del más mínimo rigor, pues explica los hechos como si de un cuento oriental se tratara, donde un gran rey, coronado por un tirano genocida de su propio pueblo, despierta una mañana seducido por un revelador sueño democrático y, presto, convoca a los políticos para instaurar la democracia en su reino.

El libro que aquí presentamos, sin pretender erigirse en la verdad alternativa, nos descubre la trama del engaño, permitiéndonos revivir, a través de sus páginas, un episodio crucial para la configuración de la España que hoy padecemos. Centrado en la dura huelga que los trabajadores de la construcción ganaron en Asturias, en la primavera de 1977, de las hojas del libro brota la lucha social que cercaba al régimen postfranquista, y que provocó una rápida intervención de fuerzas políticas, económicas y sociales de distinto signo, tanto nacionales como internacionales, para rescatar al capitalismo español de tal asedio. La lucha socio-laboral recobra su protagonismo olvidado, como una de las claves esenciales de la Transición, por más que el poder pretenda erradicarla de la memoria colectiva de su pueblo. Así reproduce una de sus páginas declaraciones de Fraga Iribarne al diario Le Monde en marzo de 1976, refiriéndose a tal lucha: «Lo que sucedía entonces en la calle, en las fábricas ocupadas, en las iglesias, era algo más que una agitación obrera. Todo el mundo reconoce hoy que se trataba de una acción típicamente revolucionaria.»

Mediante una rigurosa y sistemática labor de investigación, siempre contrastada, el autor, cual genial demiurgo, devuelve la vida al pasado para que auténticas personas, en vez de personajes, reconstruyan su devenir. Son trabajadores, hábiles constructores de otras obras, quienes aquí se convierten en hacedores de la historia, culminando su huelga con la victoria, en un memorable ejercicio de autogestión y acción directa. El autor, como uno más de ellos, se limita en la narración a animar y coordinar relatos, documentos y recuerdos revividos; igual que animaba y coordinaba desde las asambleas y desde los comités la lucha que nos relata. Merced a este ingenioso proceder, el libro se convierte en una máquina del tiempo capaz de volvernos al pasado, e incluso, si nos lo proponemos, de corregir sus errores.

Escribimos, pues, acerca de una historia de abajo, surgida del corazón mismo de un pueblo rebelde, puesto en pie para defender su dignidad. Un relato donde es la propia vida que bulle en las calles la que lo narra, donde son los hechos que ocurren en lugares concretos los que lo cuentan. Un relato que la alegría de la gente unida en la lucha grita, invitándonos a desaparecer, perdidos entre las páginas del libro, para sumarnos y participar de nuevo en sus vibrantes asambleas. Gozamos aquí de una historia libre de la perversión agradecida que impregna los textos oficiales, tan relumbrantes hoy en los lupanares culturales del Poder.

Además de la huelga en cuestión, el año 1977 fue prolijo en acontecimientos históricos cruciales para nuestro porvenir: legalización del PCE y de los sindicatos; primeras elecciones democráticas; Pactos de la Moncloa... Todos resultan bien ensamblados en el libro, con su espacio preciso y su justa importancia. En otro alarde excelente de rigor y análisis histórico, el autor casa a la perfección las piezas de su inventario, interrelacionando con naturalidad lo trascendente y lo anecdótico; lo particular y lo general; lo local y lo nacional e internacional. Ello nos permite, tanto rescatar la memoria histórica de esa época, tan necesaria para avivar el movimiento obrero actual, como entenderla e interpretarla correctamente.

En este sentido, la huelga de la construcción asturiana, entroncada con la corriente autónoma y autogestionaria que caracterizó la lucha contra el capitalismo franquista, es ya un hito importante, aunque modesto, en el movimiento obrero. Quebró en su momento las bases del Pacto Social (entreguismo de la izquierda) que sostiene la transición política pasada y la democracia presente, y puede ser hoy modelo de lucha en nuestro afán por emanciparnos del trabajo, de la opresión política, y de la explotación capitalista.

Autonomía frente a dependencia de partidos políticos; autoorganización contra dirigismo, son signos visibles de la oposición dialéctica entre sindicalismo revolucionario y sindicalismo institucional presente a lo largo de toda la Huelga, y que resume en las páginas del libro, el propio presidente de la patronal asturiana, y diputado, Rubio Sañudo: «[...] queremos negociar con las centrales sindicales más conscientes como son USO, UGT y Comisiones Obreras. Estas centrales defienden el puesto de trabajo y por tanto es posible llegar a un acuerdo con ellas. Son las otras centrales las que propugnan la revolución, o el anarcosindicalismo, las que intentan establecer unos sueldos que las empresas no pueden pagar [...]»

Y al igual que en las grandes obras de ficción, liberados los actores y el propio relato de la tutela del autor, este libro no puede ofrecer conclusiones por sí mismo. A cambio, nos proporciona argumentos y razonamiento para disfrutar ejercitando nuestra propia lógica deductiva. Una de las muchas deducciones posibles nos lleva a una conclusión elemental apenas finalizada su lectura: Mientras un movimiento popular se desarrolla autónomo y autoorganizado genera una fuerza vital incontrolable para el poder establecido, tanto en funciones de gobierno como en la oposición; y esa vitalidad conforma los únicos momentos de la historia en que la humanidad prospera de verdad a través de la libertad y la justicia. Así es en todas las grandes gestas de los pueblos.

Advertimos que el libro presentado «no es una obra concebida como un lujo cultural por los neutrales» (G. Celaya). Nada hay más malintencionado, además de imposible, en una creación personal que pretender la objetividad. Siendo el autor a la vez uno de los huelguistas más comprometidos, parece lógico que «tome partido hasta mancharse». Pero no buscando la obra currículo, fama, ni dinero, será un compromiso solo con la autenticidad del relato; pues el libro es, ni más ni menos, un servicio a la causa genérica del movimiento obrero, un deber moral –en palabras del autor– dictado por su formación y conciencia anarquista que le condena, por ello, a él y a su obra, a erigirse en paladín de la Verdad.

Sirva esta reseña de homenaje al encomiable trabajo histórico que mi entrañable amigo Rosón realizó en torno a una huelga vivida por ambos en primera línea. Un relato que nos brinda un reencuentro enamorado con el pasado reciente de un orgulloso movimiento obrero en plena rebeldía, y aún vivo, al menos en nuestro recuerdo.

José Ramón Palacios


La huelga de la construcción asturiana en la Transición española
, César Alberto Rosón Ordoñez.
Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Madrid, 2003. 563 pp. 24 euros.


Etiquetas:

viernes, marzo 17, 2006

1963: La gran huelga minera

1. Situación de los mineros asturianos
2. La huelga comienza
3. El Nalón entra en liza
4. La huelga se extiende a las minas de León
5. Los huelguistas frente al cierre patronal
6. Métodos fascistas de represión
7. Los sucesos de la calle Dorado
8. Los torturadores
9. La lucha continúa
10. Los de León siguen también en la brecha
11. La solidaridad popular sostiene a los huelguistas
12. Fondos económicos para los huelguistas


Fuente: Partido Comunista de España (reconstituido).

Etiquetas:

Las fuerzas paramilitares de izquierdas

Asturias, julio de 1936

En Asturias la organización paramilitar de la izquierda era una consecuencia de la Revolución de Octubre y estaba dividida en tres bloques: los grupos de defensa confederal de la CNT, las Juventudes Socialista dependientes del PSOE y las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas), pertenecientes al Partido Comunista.

Las MAOC contaban con un total de unos tres mil hombres en toda Asturias, siendo su plaza fuerte Gijón, que contaba con más de trescientos miembros. Estaban al mando de Antonio Muñiz, un obrero metalúrgico que fue su primer jefe después del estallido de la Guerra. Los grupos realizaban instrucciones preliminares en los prados en los que posteriormente se emplazó la fábrica de cristal “La Bohemia”. Aprendieron los movimientos básicos de despliegue, formación y manejos de armas, bajo la dirección de un camarada madrileño. Las escasas sesiones de tiro con fuego real las practicaron en la zona de Roces. La organización estaba dividida en escuadras de catorce o quince hombres cada una, teniendo al frente a un responsable político-militar. Entre éstos, destacarían en el comienzo de la Guerra Luis Bárzana, José Suárez “Planerías” y Somoza.

La punta de lanza del PSOE la constituían las Juventudes Socialistas que habían desfilado, unos meses antes del alzamiento, uniformadas y en actitud paramilitar ante Largo Caballero en Oviedo. En las Juventudes, el ala más radical y combativa estaba encabezada por Guzmán García, antiguo suboficial del Ejército, y por Antón Llaneza. Su organización se extendía por toda la Asturias minera y fabril y su centro estaba en las Casas del Pueblo. Pueden contabilizarse en unos quince mil hombres, que con la aportación de las masas del Partido Socialista y de la UGT llegaría a los veinte mil hombres. Su organización en escuadras era producto de su reciente experiencia militar de Octubre.

Los grupos de defensa confederal son los más difíciles de cuantificar, por la estructura secreta de los Comités de Defensa. Fueron mayoritarios en los núcleos anarquistas de La Felguera y Gijón, y abundantes en los pueblos de la costa. La muerte en Octubre de José María Martínez les había sustraído a su más importante hombre de acción, pero para sustituirle aparecieron Víctor Álvarez, Higinio Carrocera y Onofre García Tirador, que encabezarán a los milicianos de la CNT. Estos grupos se destacarían en el uso de la dinamita y su experiencia en el combate callejero hizo que fuesen el factor determinante en las luchas de Gijón. Puede darse como cifra indicativa de estos “milicianos” anarquistas la de cinco mil, pero sólo como número de referencia y atendiendo a la formación posterior de los batallones de la CNT. Su organización se componía de grupos de quince o veinte hombres que, agrupados, formarían las columnas iniciales. Carecían de armas largas para su entrenamiento, aunque la mayoría tenía recientes los combates de Octubre del 34, pero contaban con cerca de mil fusiles escondidos en la zona de La Felguera, en la cueva Las Peñas, en Llascares y Valdesoto.

Juan Antonio de Blas


Publicado en: Historia general de Asturias, tomo IX: La Guerra Civil (1ª parte); VVAA. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

Etiquetas:

jueves, marzo 16, 2006

Constitución de la Federación Asturiana del Partido Comunista Obrero Español. Mayo 1921.

Presidida por Isidoro Acevedo y actuando de secretarios Matías S. Fierro y Rufino Aguirre, se celebró el jueves en esta capital la asamblea provincial de la Federación Asturiana del nuevo partido comunista.

Asistieron además de los miembros de la Comisión organizadora de dicha Federación, 27 delegados representando a las Juventudes comunistas, a las Agrupaciones de Oviedo, Turón, Figaredo, Santa Cruz, Ablaña, Mieres, La Nueva, Moreda, Los Valles, Sotrondio, Piñeres, Santo Andrés, Otiello, La Vega, Santa Bárbara, Sama de Langreo, Carbayín y Ujo. También estuvo representado el Grupo Femenino de Turón.

Entre otros acuerdos, se tomaron los siguientes: Aprobar los Estatutos elaborados por el Comité Nacional del Partido; redactar un reglamento único para todas las colectividades federadas; declarar constituida, en principio, la Federación; publicar con el título de La Aurora Roja un semanario órgano de la misma, nombrando director de él a Isidoro Acevedo y administrador a Matías Suárez Fierro; imponer a los afiliados en las Agrupaciones una cuota extraordinaria de cinco pesetas para asegurar la vida del periódico, pagadera en el mes de junio, y de una peseta a los afiliados en las Juventudes; comunicar al Comité Ejecutivo el deseo unánime de llegar pronto a la fusión de todas las fuerzas comunistas de España; no acudir a las próximas elecciones provinciales por estar el partido en período de constitución, y saludar por medio de la prensa a todos los perseguidos por delitos políticos y sociales, haciéndolo personalmente a los presos de esta capital la Comisión organizadora de la Federación.

Los reunidos se separaron en medio del mayor entusiasmo. Confían en que pronto constituirán en Asturias una fuerza potente. Representaron ya en esta asamblea a 1.500 afiliados.

FUENTE: El Noroeste, Gijón, 29 de mayo de 1921.


Publicado en
: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea. Gijón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu

Etiquetas: